CULTURA / ESPECTáCULOS › 12 MONOS, DE TERRY GILLIAM, VUELVE A LA PANTALLA GRANDE.
› Por Leandro Arteaga
No hace falta recordar de qué película se trata 12 monos, pero la posibilidad de la pantalla grande --en El Cairo, hoy a las 22.30-- permite valorar a ese director alucinado que es Terry Gilliam, la inspiración musical piazzolliana de Paul Buckmaster, y la base argumental fundamental que significa el cortometraje La jetée (1962), de Chris Marker.
De acuerdo, no se trató de ningún proyecto impulsado por el realizador, pero lo evidente es que Gilliam se lo apropió e hizo que cupiera en su mundo de caballeros con armaduras torcidas. El miembro de los Monty Python conjuró los designios de una remake pero a partir de la reelaboración. A saber: James (Bruce Willis) es enviado desde el futuro para tratar de dar con la raíz del apocalipsis virósico, que ha llevado a una casi extinta humanidad a sobrevivir bajo tierra. La clave parece estar en el "Ejército de los Doce Monos". Una vez en el "pasado", será la doctora Kathryn (Madeleine Stowe) quien le ampare en su búsqueda desesperada, mientras un tal Jeffrey (Brad Pitt) se presenta como una sospecha psicótica a punto de explotar.
Pero 12 monos no es esto. Sino la imagen de un recuerdo, de un atisbo inasible, de algo tal vez conocido. Quizás sea un sueño, pero tiene la fuerza suficiente como para guiar al protagonista durante su búsqueda: dar con la verdad de la obsesión. El tiempo es el escollo a sortear. Tal situación está también en el trabajo de Marker, realizado de manera casi íntegra con fotografías, como provocación de vanguardia hacia el propio medio. ¿Qué es La jetée? ¿Una película? ¿Una fotonovela? ¿Hay movimiento? ¿Captura temporal? Éste es el dilema predilecto del francés, distinguible en la figura nodal de la espiral.
Ahora bien, todos los caminos conducen a Alfred Hitchcock. El inglés era adorado por Marker. La jetée no hubiese sido posible sin Vértigo (1958). Por eso, cuando en 12 monos James y Kathryn se esconden para disfrazar sus identidades, van a un cine. La película que se exhibe es la obra maestra de Hitchcock, durante el momento de la espiral de la secuoya, con James Stewart y Kim Novak tratando de localizarse en el tiempo. James cree recordar ese momento, que funciona como alerta. Pero el sueño le gana y, ya despierto, serán ahora los pájaros del otro film maestro los que le devuelvan a la pesadilla. Al salir de la sala, James queda petrificado: la morena Kathryn resplandece rubia, como la Novak, pero como la mujer dorada de su imagen inasible (a la par de la partitura clásica de Bernard Herrmann para Vértigo, que Gilliam justifica para sí, ya sin vínculo diegético con la película de la sala).
Justo ahí es donde ocurre la verdad de 12 monos. Todo lo demás es mera superficie, la hojarasca con la que cubrir lo que es su esencia. Porque es allí, por fin, cuando James encuentra el punto justo entre la realidad y su fantasía. Llegado este momento, el personaje acepta caer dentro de esa espiral que le devolverá, otra vez, al momento de inicio. Si hay o no epidemia, a quién le importa.
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