CULTURA / ESPECTáCULOS › EL "NUEVO" CENTRO DE EXPRESIONES CONTEMPORANEAS
"Cuando quitaron las rejas que separaban el puerto de la
ciudad, volvieron las utopías", dijo Pichi De Benedictis en
referencia a la creación del CEC, remozado diez años después.
› Por Fernanda González Cortiñas
"Tuve una pesadilla", empezó diciendo Héctor "Pichi" de Benedictis, con un tono extrañamente parecido al aquél que hiciera famoso a Martin Luther King. Y aunque, como afirmaría más adelante, él también "aspira a vivir en un mundo en donde quepamos todos", lo que aparecía en el mal sueño tenía más que ver con la Ley de Murphy y la posibilidad que todo lo planeado para esa acariciada "noche reinaugural" del CEC, saliera al revés de lo esperado. Por supuesto, algo salió mal. En el fragor del discurso el micrófono de cortó y luego de varios intentos, el director del Centro de Expresiones Contemporáneas decidió ceder sus palabras al joven técnico de sonido, que de manera transitoria debió cambiar su clásico "uno, dos, tres, probando", por una casi sesentista oda a las utopías. Pero más allá de nimiedades de este tenor, este fin de semana Pichi finalmente vio concretado otro anhelo, uno viejo, que venía desde 1996, cuando por esas vueltas de la vida en su entonces carácter de Secretario de Cultura Municipal, le tocaba inaugurar ese sueño devenido espacio: el CEC.
"Viste que se puede Pichi, que sólo hay que saber buscar nuestro lugar en el mundo. Ahora tenés diez años más CEC. Ahora, ya tenés el techo. Afuera sos puro viento", dijo la actual responsable de Cultura, Chiqui González, en una improvisada intervención que, como todas las suyas, destinó un lugar especial a los sueños, al arte, al juego, al amor.
"El 1º de mayo de 1996 entré a este lugar y fui feliz", aseguró Chiqui. "Río, azúcar, sudor, trabajo, cultura (...) Bares, asados al aire libre, mucho cine, barandas, caerse al agua, agujeros en el techo, muchos fuentones (...) Barcos pasando al amanecer, fin de siglo con una mesa tendida de una punta de la calle a la otra. Eso es el CEC", recitó emocionada González, alguien que, paradójicamente, mientras De Benedictis gestionaba la apertura de un futuro espacio de modernidad, era la encargada de rasquetear los portones oxidados de los viejos galpones junto al río en busca de poesía.
"Cuando al final del siglo XX fueron quitadas las rejas que separaban el puerto de la ciudad, otra vez volvieron las utopías --dijo a su turno Pichi, ya entrada la noche del jueves--. Para entonces, ya entrenados en el arte de soñar, imaginamos un lugar para homenajear a la fantasía, poblado de personajes; de actores, de canciones hipnóticas, imágenes unidimensionales, cuerpos ingrávidos, todos atrapados fugazmente por haces de luz reecortados por una profunda y mágica oscuridad. Entonces nació el CEC", recordó el titular de este espacio cultural.
Un párrafo para los inmigrantes, que bajaron de los barcos con la quimera de encontrar en Rosario un refugio para la guerra; la ciudad como un rompecabezas cultural; los rosarinos como un colectivo onírico. Pichi no ahorró metáforas oníricas para hablar de la génesis de un sueño que a través de una década se ha ido corporizando junto a su ciudad, en sintonía con una línea discursiva que, con el pasar de los minutos, se alejaba cada vez más de las convenciones burocráticas y se acercaba abiertamente a las más sublimes utopías del arte.
"Si de sensibilidad se trata, ésta será una de sus guaridas --prometió riguroso De Benedictis--. El CEC pretende entonces hacer honor al espacio donde está enclavado, a su linaje de tierra utópica y seguir siendo un lugar para todos aquéllos que creemos que el mundo puede ser mejor sólo si nos permitimos soñarlo mejor".
Luego un batallón de jóvenes demostró aquéllo de que la vida es sueño y se descolgó de los techos en un vuelo imposible.
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