Mar 30.08.2016
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. ESCENAS DEL SALADILLO, DE ALDO MAGNANI, EN LA ESCUELA MUSTO

Realismo que lee los detalles

El trabajo del artista rosarino no es un reflejo académico, naturalista, fotográfico de lo que ve, sino una traducción de las formas a un lenguaje moderno y políticamente
avisado en el que las tensiones formales expresan las contradicciones sociales.

› Por Beatriz Vignoli

El paisaje que entra por la ventana se refleja en el vidrio que protege una estampa, en linóleo y madera, donde los colores son muy parecidos: el mismo rojo oscuro en los muros exteriores de una casa, el mismo verde celestón en otra, la misma luz, el mismo cielo amplio, la misma tozudez de una vegetación al mismo tiempo cuidada y salvaje.

El grabado se titula Sud de Rosario, está fechado en 1950 y es obra de Aldo Magnani (Rosario, 1922). Lo que se refleja por la ventana es parte de la cuadra de Sánchez de Bustamante entre Pavón y Serrano, donde la casa taller del pintor Musto se transformó por donación en la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto. La planta alta, más reciente, constituye la sala Boglione, que alberga desde el 18 de agosto y hasta el 30 de septiembre la exposición individual Escenas del Saladillo, de obra en papel (grabados y dibujos) de un ex alumno de lujo: Aldo Magnani asistió a uno de los primeros cursos de la Musto y luego transitó un recorrido por la plástica junto al grupo Síntesis.

En el blog de la Musto, https://carteleramusto.wordpress.com, el curador de la muestra, Guillermo Fantoni, cuenta cómo conoció y empezó a admirar a este pintor de hoy más de 90 años, cuya obra pictórica y gráfica él incluyó en una serie de exposiciones de arte rosarino del siglo veinte iniciada en 2011. Vale la pena seguir el link al PDF de la entrevista del curador al artista. "Desde comienzos de la década del cuarenta viví en la zona sur y por eso recorrí permanentemente las quebradas del Saladillo haciendo apuntes del paisaje con lápiz o con acuarela", cuenta allí Magnani a Fantoni.

Esta muestra es la primera vez en la historia de Aldo que artista y curador nos dejan ver la cocina del pintor, los bocetos a mano alzada y trazo certero cuyas notas al margen con fina caligrafía indican algún color futuro como "rojo indio", a agregar en el lienzo.

El realismo de Magnani no es un reflejo académico, naturalista, fotográfico de lo que ve, sino una traducción de las formas a un lenguaje moderno y políticamente avisado en el que las tensiones formales expresan las contradicciones sociales. La naturaleza y la arquitectura de sus paisajes se entrechocan en sus detalles: el muro derruido, el montículo de tierra, los yuyos que crecen en el poste, el arbolito que asoma tras la medianera y la chala de maíz que resiste bajo el sol en un cultivo casero son más que meros apuntes de color. Son testigos de una lucha, la del hombre del suburbio por sobrevivir.

El de Magnani es siempre un paisaje a medio hacer: no en su representación (donde la síntesis ofrece ya una composición acabada) sino en su realidad misma. Paisajes reconocibles para el habitante de Rosario o Villa Gobernador Gálvez, como el del puente sobre el arroyo Saladillo, son captados por él como escenas dinámicas, ecosistemas naturales y sociales. Sus recorridos testimonian una zona cercana a la que describieron y narraron escritores de izquierda como Rosa Wernike. La suya es una mirada detallista de novelista del realismo social.

Sus retratos, en cambio, transmiten una rara mezcla de expresión y hieratismo que evoca el arte bizantino o el gótico románico, tal vez porque el esfuerzo moderno de geometrizar los rasgos y llevarlos a una abstracción no es tan radical como para deshumanizarlos. Al contrario, esos rostros enjutos de enormes ojos intensos tienen una presencia más que humana, dignísima, casi ominosa. Tras dejar la Musto y egresar de la Provincial, Aldo Magnani fue fiel discípulo del pintor Ricardo Sívori, de cuyo taller surgió el grupo Síntesis. Sívori, según contó a Fantoni su ex alumno, era fanático de Lino Spilimbergo, cuya versión rioplatense del cubofuturismo parece haber transmitido. De Spilimbergo (y del "poscubismo" de André Lhote: otra influencia sobre Sívori) podrían venir esas caras, extrañamente alejadas del canon naturalista, tan modernas que parecen góticas; precisamente, por su síntesis.

Los paisajes no han envejecido una brizna. Dejó de hacerlos cuando dejó de salir a caminar por el barrio del Saladillo: esto fue por la época de la dictadura militar. Magnani militaba en la izquierda desde los 18 años. Fue pintor de obra mucho tiempo. A los artistas de la Mutualidad se los cruzaba en distintos trabajos. En el taller de Sívori podía hablar de arte moderno y de política. Los paisajes de Aldo Magnani educan la mirada, enseñan a leer en los detalles. Al salir de la muestra, se sale con una mirada atenta hacia el barrio.

Una mirada, no un ojo. No es lo mismo. Los impresionistas pintaban con el ojo; Magnani dibujó con la mirada. Uno sale y ve la fila de crasas plantadas en latitas oxidadas, en la humilde ventana enrejada del antiguo habitante del barrio, arrinconado en una breve franja de terreno por la prepotencia del césped invasor. Uno sale y lee las edades de los árboles en las mansiones derruidas; lee las guerras secretas inscriptas en cada medianera y en cada alambrado.

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