CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. AL OESTE DE JERICó, NUEVA NOVELA DE MARCELO BRITOS
Luego del suceso que significó su premiada novela A dónde van los caballos cuando mueren, el escritor le dio forma a una obra ambientada en un futuro cercano, marcado por la lucha por la supervivencia ante un Estado ausente.
› Por Edgardo Pérez Castillo
Luego de que su novela A dónde van los caballos cuando mueren, ambientada durante la Guerra del Paraguay, recibiera el primer premio en el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en México, Marcelo Britos decidió correrse del tono histórico, esquivando la seguridad de lo ya probado. Así, dos años atrás comenzó a darle forma a Al oeste de Jericó, un texto que, en primera instancia, buscaba satisfacer su gusto por las historias de espionaje, trasfondo que terminaría derivando en una narración distópica, ambientada en un futuro cercano pero que no puede dejar de entenderse como una reflexión sobre el presente. Acompañado por Marcelo Scalona, Sebastián Riestra y Diego Berardo (director del Centro Cultural Sábado de Buenos Aires), Britos presentará su novela esta tarde, a las 19.30, en Homo Sapiens (Sarmiento 829), editorial a cargo de la publicación y que esta semana lanzará dos nuevos títulos: El tiempo libre y el juego en la educación de María Cristina Cortés (mañana a las 19 en la Escuela Normal "Nicolás Avellaneda" de Corrientes 1191) y Desvíos, insistencias. Textos descompletos de Wanda Donato (el viernes, a las 19.30, en Homo Sapiens).
Consciente de la profusa producción literaria en torno al espionaje post Guerra Fría, en 2014 Britos empezó a transitar los primeros pasos de lo que finalmente se convertiría en Al oeste de Jericó. "La primer chispa fue pensar en la historia de espionaje en general, después vino esta cuestión de la distopía, pensando cómo sería un mundo distópico pensándolo desde este presente --explica Britos--. Pensé que la posibilidad del futuro distópico tenía que ver con procesos que se iban a ir profundizando, procesos de exclusión social, de segregación, esta cosa de volver, paradójicamente, al pasado primitivo cuando vivíamos en clanes para protegernos de otras comunidades. Que es algo que está pasando, con la tremenda desigualdad social que hay en el mundo".
En ese marco, detrás de su capa ficcional Al oeste de Jericó relata la confrontación de las clases marginales ante la deliberada ausencia del Estado. Una distopía espejada en el hoy, al que Britos imaginaba, con temor, cuando comenzó a desarrollar su obra: "Cuando empecé a escribir fantaseaba negativamente con la posibilidad de que empezara a avanzar la derecha en Latinoamérica. Que era algo que se empezaba a ver, como el fin de un proceso político, ya que somos medios cíclicos y volvemos siempre a la derecha. Y pensaba cómo esa derecha haría para profundizar todas esas grietas. Que es una palabra trillada, pero que no deja de ser interesante".
En su obra, Britos presenta una Rosario sectorizada, amurallada. En tiempos de ficción zombie, aquí hay en cambio humanos hambrientos, salvajes, clanes de desclasados que luchan por una porción de territorio, por poder, por pura supervivencia. Y, observándolo todo a distancia, las fuerzas del orden y los medios, transmitiendo violencia para el regodeo en directo de unos pocos. Porque lo que Al oeste de Jericó narra es la batalla que se librará en Fuerte Toba, barriada de Fonavis en la que algunos militantes sociales buscan esquivar un destino que se presume inevitable. "Pensaba en la ausencia del Estado y lo que ha hecho siempre, que es retirarse de esos lugares y dejar que todo quede a la marchanta, mientras rodea la ciudad con muros --analiza Britos--. Lo que no entra en los muros que se muera, que es de alguna manera lo que sucede. Lo que no quería en la novela era que las fuerzas de seguridad, la policía, gendarmería, tuvieran participación activa, porque me parecía un lugar común, como contar otra vez la dictadura desde una distopía".
Tráfico de armas, esclavitud, miseria, poderosos que gobiernan a distancia y militantes que actúan en el territorio hasta las últimas consecuencias conviven en una novela que se desarrolla con velocidad y crudeza, tomando como protagonistas a improbables antihéroes. Y hay también allí una mirada crítica de Britos en torno a la construcción de lo mítico en un contexto de violencia. "Viví la militancia política desde muy joven, en una época en la que no corría riesgo mi vida, que en este país es una bendición --relata--. Viví eso por dentro, cómo la militancia mitifica algunas cosas, cómo mitifica la violencia, cuando en realidad el militante es otra cosa. Lo que quería era mirar críticamente a ese grupo que está en Fuerte Toba tratando de defenderse, ponerlo frente a sus propias contradicciones y limitaciones. Traté que estén todas las miradas: el traidor, el cobarde, el abyecto, el militante que decide sin saber si está bien o mal. Todo eso lo juzgará el lector".
Decidido a cambiar su rumbo literario con el fin de no estancarse, Britos propone así un viraje que le permite además tomar postura, abrir el juego a una necesaria discusión en tiempos en los que el debate se ha demonizado. "El escritor, como todo artista, tiene una responsabilidad importante en su tiempo, en su momento", reflexiona Britos, y concluye: "La novela era como una tribuna para decir algunas cosas, proponer algunas discusiones. Nunca lo había pensado en estos términos, pero siempre me había molestado mucho que durante décadas nos quejamos que la sociedad estaba despolitizada, pero ahora que existe discusión (con encono, es cierto), nos quejamos de la discusión. Es algo en lo que también tiene mucho que ver este gobierno, cuyo mensaje cierra en que todos queremos lo mismo, en que estamos todos juntos... Pero yo no quiero lo mismo que ellos. Hay una cosa insistente, como el pensamiento único, pero pensado de manera más siniestra".
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