CULTURA / ESPECTáCULOS
Este libro da muestras de la indudable madurez creativa de su autora, y denota la presencia de una voz personal, modulada en sus materiales con solvencia.
› Por Sonia Scarabelli
Hace pocos días se presentó en Rosario Infimo Infinito, primer libro de poemas de Mariana Vacs, publicado por el flamante sello local Tantalia. Mariana Vacs nació en Rosario en 1967, y ha participado en los talleres literarios de Alma Maritano, Gloria Lenardón y Nora Hall, y estudiado poesía con Hugo Padeletti y Beatriz Vignoli. Sus poemas han sido incluidos en diversas antologías, entre ellas, Poetas rosarinos del año 2000 (UNR Editora) y Gorrión sin tiempo (2002).
Más allá de la anécdota contable de primeros o segundos, de lo que este libro en particular da muestras es de la indudable madurez creativa de su autora, y denota la presencia de una voz personal, modulada en sus materiales con una solvencia de tal índole que cada poema logra restituir ese ínfimo infinito al que apela el título.
Así, ambos, lo ínfimo y lo infinito se realizan como términos de una oposición que opera en el terreno de la paradoja, en la medida en que la dinámica de los poemas no deja de afirmar a uno y otro simultáneamente; pero en la medida, también, en que el despliegue de dicha afirmación simultánea despierta una sutil escala de resonancias por la cual se produce una suerte de propagación y desbordamiento de sentidos entre lo mayor y lo menor, el silencio y lo dicho, el espacio y el tiempo, ante el carácter materialmente finito del poema que es trabajado desde adentro por la posibilidad de decir una relación con lo que es sin límites. Escribe Vacs: "Repetir/ inmenso/ mi nombre/ en el vacío.// Repetir/ el nombre/ del nombre/ hasta que desaparezca.// Repetir la palabra/ que me nombra/ hasta el vértice del silencio,/ hasta donde no me pertenezca,/ hasta la muerte del nombre".
En tal sentido, los poemas se convierten en el escenario donde espacio, tiempo y materia continúan su diálogo tan misterioso como arcaico; y frente a este diálogo, que se da por sí mismo, y que el silencio sereno del cosmos bien puede acoger, la escritura parece suponer, para Vacs, un acto de perversión. Se lee al principio del libro: "La escritura me pervierte; (...)// El espacio es sólo una palabra/ que aún no ha sido dicha", y luego, más adelante, en otro poema, encontramos los siguientes versos, enunciados en un tono también casi podría decirse oracular, que vienen a cavar más hondo en el surco de los últimos dos versos anteriores: "Donde duerme el día,/ el cuerpo confunde/ el espacio con silencios".
Hay, por lo tanto, en la escritura, un gesto de continuo retomado, una suerte de regreso por el revés de lo dicho, un entrar a la trama por su envés, un tránsito casi de la sombra hacia el cuerpo que la poesía de Vacs no deja de anotar insistentemente, y que supone, en cierto modo, una forma de rebelión contra la impenetrabilidad de un sentido total, integrador, que resplandece enteramente y siempre en otra parte: "Mi sombra/ se ha cansado/ de ser/ espejo/ en la condena/ del reverso".
Y por eso, escribe, se podría agregar. Se encarniza en su labor, sentida muchas veces como imposible, pero con tal gentileza que los materiales, lejos de aparecer torturados por el esfuerzo, muestran una faz inconsútil y, allí, donde las costuras de los fragmentos dejarían asomar al monstruo, lo que se revela es la tarea noble de la forma, el acompañamiento de las palabras hacia ese lugar donde lo que no puede ser nombrado, puede, al menos, cantarse: "No hay protesta./ El saber es redondo,/ como su regreso".
Así, los poemas resultan en apariciones leves que en su concentración despliegan, paradójicamente, una extensión abierta y comunicante en la cual la sonoridad, el encuentro sutil entre suaves aliteraciones y asonancias juega un papel central. Como señala Vignoli en el epílogo: "una vez capturadas en el poema, las palabras se convierten en cosas" y de este modo "los sucesivos textos van tramando un repertorio de obsesiones que al mismo tiempo constituye una colección de talismanes, emblemas, palabras-fetiche resistentes a la circulación metonímica del sinónimo. Es que no hay sinonimia posible cuando ningún concepto preciso preexiste a sus nombres, porque el sentido del poema es vaga experiencia inarticulada hasta que lo captan las redes de su forma".
Obsesión, entonces, la de esta escritura, que implica ante todo un asedio de la atención, mirada fija que se sustancia en la repetición siempre variada de ciertos motivos tanto como en la aceptación genuina de su destino, el de aproximarse a una intensidad de lo real que se capta sólo en el momento de su disolución: "Espiaba un pájaro:/ limón su pecho escondido;/ una hoja sopló el otoño/ y me distraje. Desapareció".
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