Lun 31.10.2005
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › LOS DIAS DE FURIA DE UN PERSONAJE ALIENADO POR LA REALIDAD

Cuando termina el sueño americano

Días de furia es un film que revela la toma de conciencia sobre
el vivir en la mentira y la adopción de una urgente respuesta
que se hace añicos contra el rostro mismo del espectador.

› Por Emilio A. Bellon

"Días de Furia". ("The assassination of Richard Nixon").

EEUU., 2004.

Dirección: Niels Mueller.

Guión: Niels Mueller y Kevin Kennedy.

Fotografía: Emmanuel Lubezki.

Música: Streven M. Stern.

Intérpretes: Sean Penn, Noami Watts, Don Cheadle, Jack Thompson, April Grace, Nicky Searcy.

Duración: 95 minutos.

Salas de estreno: Monumental, Del Siglo, Showcase y Village.

Puntos: 9 (nueve).

En el mismo año 2004, en el Festival de Cannes, el film de Michael Moore, "Fahrenheit 9/11" recibía la siempre tan codiciada Palma de Oro; días antes, la opera prima del director Niels Mueller, "Días de furia", (cuyo título original es "El asesinato de Richard Nixon") se había presentado en la sección "Una cierta mirada" y al final de la proyección -relatan los medios invitados- sólo hubo tibios y tímidos aplausos. Entre ambos films, sin embargo, se subraya una mirada crítica hacia los comportamientos sociales y políticos que definieron y siguen definiendo hoy la construcción del llamado "american way of life", término por otra parte que, lejos de identificar sólo a Estados Unidos, pretende, con la fuerza imperativa que lo caracteriza, alcanzar a la voluntad y creencias de todo un continente.

Es probable que frente a las andanzas nacionalistas, en nombre del sistema que esta nueva figura del Zorro hoy propone, ya de manera torpe y sin alusiones encubiertas (ver aparte), el film de Niels Mueller permanezca sólo contados días en cartelera, pese a que desde el afiche se pretenda vender esta obra sólo como una película de aventuras. Pero a no engañarse. Con la mirada puesta en un detonador concepto de crisis, "Días de furia" apunta hacia el presente de la sociedad de hoy, eligiendo asentar su historia en los meses previos al caso Watergate. Y valiéndose de un montaje que incluye escenas documentales de aquellos años 70, sea dentro o fuera del mismo país, con proyección latinoamericana, esta más que necesaria realización de este coguionista y realizador que no encontró eco en su país de origen, es todo un desafío hacia un cine que sólo pretende burdamente "entretener". Con la firma en producción de Alexander Payne, el director de "Entre copas" y el actor Leonardo Di Caprio, "Días de furia" o "El asesinato de Richard Nixon" es un film que revela la toma de conciencia sobre el vivir en la mentira y la adopción de una urgente respuesta que se hace añicos contra el rostro mismo del espectador. Sí, también entendiendo el término de manera literal.

Basado en una crónica de la época, en la que un hombre de mediana edad, rol que asume el siempre comprometido y provocador actor Sean Penn (recordemos su incursión no precisamente como turista en Irak y mucho menos como aliado del régimen de Bush), "Días de furia" se va construyendo desde la instancia de la escritura de una carta que el personaje (en la realidad, Samuen Byck) dirige a su admirado compositor e intérprete, Leonard Bernstein, en la que le confía cuál ha sido la decisión que ha tomado y que, va más allá de lo que apunta el título original del film. Mediante una serie de flashbacks, nos instalamos, entonces, en los meses previos a este hecho, en la que vemos al protagonista, en una marcada situación de angustia por su situación familiar y expuesto a todo tipo de manipulaciones de parte de sus jefes.

Es así que va surgiendo frente a nosotros, el perfil de un vendedor de electrodomésticos y de neumáticos que se va densificando desde la respuesta de sus superiores y de su compañero de negocios, hasta llegar a identificarse frente a nuestra mirada como una suerte de Travis Bickle, aquel personaje, ya ciertamente mítico en la historia del cine, del emblemático film de Martín Scorsese, "Taxi Driver", que mereciera mejor suerte que este en el Festival de Cannes. Al igual que aquel film presentado en aquellos años 70, aquí el clima de la época, sus historias cotidianas se van tejiendo desde las imágenes de los televisores que en la mayor parte de las veces está encendido y las consignas que llegan hasta hoy (como las que se muestran en el aeropuerto, en la secuencia final) van resignificando los discursos políticos.

En la frustración del personaje (admirable film de caracteres es a mi entender, este), reposa un no alcanzado deseo "Todo lo que quiero es un pedacito del sueño americano" y en la construcción del guión, igualmente está presente uno de los posibles móviles de los sucesos del once de septiembre en Nueva York: el secuestro de un avión, algo que nunca terminó de clarificar la propia CIA. Entre la alineación del personaje y las mentiras de todo un entorno, "Días de furia" va marcando su progresión dramática a través de la mirada obsesiva que el propio personaje vuelca sobre la una compleja y cruda realidad.

Como si de una experiencia pesadillesca se tratara, los días de Samuel Byck se ven poblados de imágenes del propio Nixon que se multiplican a cada instante, por lo que su rostro va llegando a niveles de paroxismo compositivo, desde una marcación deliberadamente teatral. Y "si Nixon sabe venderse porque sabe mentir" -como se lo indica su jefe- aquí lo que se pone en juego es todo aquello que representa vivir en el territorio del simulacro y del fraude. Denuncia que echa por tierra todas aquellas promesas que algunos estandartes electoralistas activan desde una maquinaria que nos resulta, marcadamente, más que familiar.

Como si de aquel "burgués pequeño pequeño" del film de Mario Monicelli se tratara, interpretado magistralmente por un grotesco Alberto Sordi, aquí también el curso de una venganza o justicia en manos propias, es también un pretexto para denunciar una red de engaños y estafas que llevan a que algunos individuos, en su propia enajenación, vayan perdiendo sus vínculos con los demás. Frente a la hipocresía y la perversión de los valores, permanece, no obstante, en el punto más alto de lo admirado, la obra de arte. Entre ese presente que está proyectado hacia una acción inmediata, ilusoriamente liberadora, y ese pasado que va marcando el derrumbe del propio personaje, una carta y algunos temas de Ludwing Beethoven, orquestados por Leonard Bernstein, van abriendo un diálogo tensionante entre los aspectos más contradictorios que el propio sistema genera.

El personaje central resuelve de alguna manera que el Presidente es el emblema de todos los males que aquejan al país (y a él en particular, al que las cosas no le han ido bien últimamente) decide planificar su muerte. Separado de su mujer, trabaja de mozo para darle de comer a los hijos de la pareja, distanciado de su hermano, un exitoso empresario cuyos consejos no hacen sino hundirlo más en la mishiadura, a Bicke se le ha caído encima el sueño americano.

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