CULTURA / ESPECTáCULOS › "TIRADOR", UNA MIRADA CRÍTICA SOBRE LA CORRUPCIÓN
› Por Leandro Arteaga
Tirador
(The Shooter)
EE.UU., 2007
Dirección: Antoine Fuqua
Guión: Jonathan Lemkin, sobre la novela de Stephen Hunter.
Fotografía: Peter Menzies Jr.
Música: Mark Mancina.
Montaje: Conrad Buff IV, Eric A. Sears.
Intérpretes: Mark Wahlberg, Michael Peña, Danny Glover, Kate Mara, Ned Beatty, Elias Koteas.
Duración: 124 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
Puntos: 4 (cuatro)
Luego de ver Tirador, podría uno reflexionar y decir: "La democracia, esa pérdida de tiempo". Podemos citar, en nuestra ayuda, lo que el mismísimo FBI exclama y lamenta en el film: "Esto ya no es como en el lejano Oeste, donde los problemas se solucionaban a los tiros. Aunque, a veces, sería preferible que así fuese". Todavía más, y de boca del senador interpretado por Ned Beatty (querido actor al que, de todos modos, se disfruta volver a ver): "Demócratas y republicanos, todo es lo mismo. La única división cierta es entre ricos y pobres".
Entonces, si la democracia es un simulacro, y todos los personajes arriban a este mismo acuerdo, podemos también derivar en lo que sigue: corrupción política y económica justificadas, y mano dura legítima ante la ausencia de justicia. En otras palabras, Tirador expone la corrupción como moneda corriente. A la manera de ese lavado de culpas que los norteamericanos practican desde sus películas. Como si dijeran, "sí, reconocemos nuestra corrupción, nuestros enriquecimiento ilícito, nuestras culpas asesinas". En una de las escenas más ridículas, el coronel Danny Glover y el senador Ned Beatty ríen impunemente ante sus ocurrencias y actividades fraudulentas, mientras explicitan, del modo más burdo, la verdad de mentiras como la de las armas químicas en suelo iraquí.
Podemos pensar, de hecho, que existe una predisposición actual en la opinión pública norteamericana para aceptar este tipo de discurso. Aunque, convengamos, éste se encuentre alejado de la angustia y la ambigüedad que predominan en Los infiltrados, donde Martin Scorsese envuelve en un juego maestro de paranoia cinematográfica. Pero ésa es otra historia.
En Tirador el argumento gira en torno de Swagger (Mark Wahlberg), marinefrancotirador que ha perdido su fe en el sistema, al ser abandonado en mitad de una misión y ver morir a su amigo de armas. Pero parece que es él quien puede y debe evitar un supuesto intento de asesinato al mismísimo Presidente. A pesar de todo, Swagger es un marine, y como tal dedica su vida con honor y amor a su insignia patria. Y como si fuera, justamente, un cowboy resucitado, se dedicará no sólo a restituir su imagen pública nada es lo que parece, y los ecos de JFK se hacen presentes sino también a hacer desbarrancar, a fuerza de tiros y explosiones, el nido de sanguijuelas de su país. Todo ello mientras se entreteje una trama de complots, secretos enterrados, corrupción, y mucha muerte.
Puesto que la justicia yace adormilada, nada mejor que un marine para despertarla. Y del único y mejor modo que conoce. A los tiros. Que quede claro, los norteamericanos sabemos lo valiosos que los marines son y cómo se los ha utilizado en una guerra injusta. Que vivan nuestras fuerzas armadas, única garantía para un sistema corrupto y quebrado. Así, y como siempre, el film encuentra su final feliz, ya que la viuda del amigo soldado (muy bella, claro) va a tener nueva pareja y renovada confianza, luego de descargar el arma sobre el agente corrupto. Luego de matarlo.
El fascismo, qué duda cabe, conoce muchas caras. Algunas en forma de soldados justicieros, otras a la manera de espartanos "libertarios" y xenófobos. Es cierto, puede que entre republicanos y demócratas ya no exista mucha diferencia (vale la pena ver, para el caso, la magnífica Bullworth, de Warren Beatty), pero sí las suficientes como para distinguir el discurso maniqueo y burdo que Tirador propone. Benditas sean, entonces y para siempre, tales diferencias.
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