CULTURA / ESPECTáCULOS › ÓLEOS DE ROSA MARIA RAVERA EN RECTORADO DE LA UNR
En sus obras, la luz juega un rol fundamental y el arabesco articula con simplicidad y gracia un espacio pictórico complejo. La composición es propia del alto modernismo.
› Por Beatriz Vignoli
Hasta el 3 de mayo, en la sala central del Rectorado de la UNR (Córdoba 1814) puede verse una excelente muestra de pinturas al óleo de Rosa María Ravera: Retrato y paisajes italianos.
Rosa María Ravera es una destacada filósofa, semióloga y crítica de arte. Su obra ensayística es reconocida junto a la de colegas notables como Giani Vattimo. Graduada en Filosofía y Bellas Artes por la UNR, Ravera ha sido profesora titular de Estética y Semiología en las universidades nacionales de La Plata, Buenos Aires y Rosario. Profesora de Historia de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo en la UBA, ha dictado cursos y conferencias en Roma (La Sapienza) y otras ciudades europeas y americanas. Entre 2001 y 2006 fue Presidenta de la Academia Nacional de Bellas Artes, de la que es miembro de número desde 1995. Preside actualmente la Fundación Jorge F. Klemm y la Asociación Argentina de Estética. Representa a la Argentina en la Asociación Internacional de Estudios Semióticos. Entre otras distinciones, obtuvo dos premios Konex. uno en 1996, en la sección Estética, Teoría e Historia del Arte, y otro en 1994 en la sección Ensayo de Arte. En el año 2006 fue condecorada por el Gobierno de Italia con La Stella della Solidarietá. Ha escrito acerca del Grupo Litoral y tiene en preparación un libro monográfico sobre el artista rosarino Antonio Berni.
Si su obra plástica es menos conocida que su pensamiento y su escritura, esto se debe a que Rosa María Ravera dejó de pintar en 1975 para dedicarse a la producción teórica del arte. La muestra reúne un total de seis obras que fueron realizadas entre 1965 y 1975. Salvo el retrato, que es marcadamente figurativo, los "paisajes italianos" combinan elementos figurativos dentro de un planteo abstracto, con de una firme tendencia a la abstracción que no excluye tampoco el empaste denso, el trabajo matérico de la textura en algunos casos.
Ante estas obras, donde la luz juega un rol fundamental y el arabesco articula con simplicidad y gracia un espacio pictórico complejo, viene a la mente el cubofuturismo tardío y esencial del último período de Emilio Pettoruti. La composición es propia del alto modernismo, aquella primera mitad del siglo veinte en que parecían converger en un mismo ámbito estéticamente puro todas las artes.
La densidad temporal de las ciudades italianas como Roma o Bolonia, donde coexisten las recovas medievales o las ruinas milenarias con los rastros cotidianos de los habitantes contemporáneos, aparece refractada por Ravera con inteligencia y sensibilidad. Como las ciudades fantásticas de Italo Calvino, estas ciudades reales no se hacen aquí reconocibles desde la exactitud fotográfica. Sí son correctamente transfiguradas y traducidas al lenguaje de la abstracción: al captar lo esencial de sus formas, la artista transmite con precisión la atmósfera, la estructura de sentimiento que les es peculiar a estos lugares. El espacio es el de la memoria, el de la evocación. El sentido responde al mismo concepto que Ravera viene desarrollando en su obra teórica, el de semiosis ilimitada. Es decir que basta un indicio, un fragmento, una esquirla significante para que el espectador, partícipe activo y no contemplador pasivo, construya por sí mismo el significado. Es un concepto próximo al de obra abierta, de Umberto Eco, y mucho más abierto que el de horizonte, del crítico literario Robert Jauss.
El planteo estético de esta producción de Ravera la acerca por un lado a la tradición italiana del capricho (el paisaje inventado) y por otro al de los artistas del grupo Litoral. También para ellos, el paisaje era una realidad que podía habitar en las cumbres de la abstracción, y con suficiente oxígeno para albergar al ser humano. También para ellos, el arte podía expresar la experiencia del mundo sin renunciar a sus más excelsas ambiciones estéticas. También para ellos, las formas plásticas ("las señoras formas") no necesitaban vaciarse de toda referencia o anécdota para lucirse en todo el esplendor de su belleza.
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