CULTURA / ESPECTáCULOS
En "4 jinetes apocalípticos", escrita por José Pablo Feinmann,
los emisarios de la Peste, la Muerte, el Hambre y la Guerra
encarnan pequeñas tragedias, propias del capitalismo salvaje.
› Por Julio Cejas
En algún recodo de sus búsquedas, el escritor, filósofo y ensayista José Pablo Feinmann y el actor y dramaturgo Mauricio Dayub; debían encontrarse.
Pero esto no lo sabía ninguno de los dos hasta que llegaron esos "4 jinetes apocalípticos"; como mensajeros de una complicidad que sólo el teatro puede construir. Los atajos que el teatro brinda para el encuentro entre pensadores y hacedores, se constituyen en la actualidad en eficaces señales que intentan reivindicar otro tipo de entretenimiento.
De alguna manera Feinmann conecta con un lector más amplio en sus ingeniosas participaciones periodísticas y Dayub apunta a lo mismo en sus trabajos dramáticos siempre pensados para un espectador exigente.
Seguramente la sombra de estos jinetes del Apocalipsis; andaría rondando ya en la obra "Cuestiones con Ernesto "Che" Guevara" o en el ensayo La sangre derramada; materiales donde la mirada de Feinmann se interroga y nos interroga acerca del tema de la violencia política.
Es muy probable que en los valores éticos e ideológicos de "El Amateur"; Mauricio Dayub, estuviera intuyendo que en este acercamiento a la dramaturgia propia ya anidaba el germen de esta su última obra en colaboración con el autor de "Ultimos días de la víctima".
En "4 Jinetes Apocalípticos", que se presentó el viernes en el Teatro La Comedia; el público se reencontró con un espectáculo de esos que muy pocas veces llegan hasta los escenarios locales.
En uno de sus más potentes y complejos trabajos actorales; el entrerriano Mauricio Dayub inundó el espacio dramático con una galería de personajes que acompañaron a los cuatro principales protagonistas de esta historia.
La estrategia de la escritura de Feinmann apeló a recuperar una idea disparadora muy eficaz ya que en el imaginario de todos hay alguna referencia de los míticos Jinetes bíblicos del Apocalipsis.
Los emisarios de la Peste, la Muerte, el Hambre y la Guerra han encarnado en las pequeñas tragedias de cuatro hombres que involucrarán a sus familias, a sus entornos laborales y a la sociedad toda en una muestra concentrada de las mieles del capitalismo salvaje.
En la primera historia, la peste adopta los ropajes de la inseguridad, la incomunicación, la crisis familiar a partir del relato de un padre que encuentra a su hijo suicidado con la propia pistola que él había comprado para proteger a su familia. Como si fuese poco, su mujer lo ha abandonado por otro hombre, después de 20 años de casados y llega a su casa con la noticia que también acaba de quedarse sin trabajo. Dayub es por momentos todos los integrantes de esa típica familia de clase media argentina que al final sacará de la galera un "final feliz" al mejor estilo Hollywood.
Una pantalla abrirá y cerrará los telones de las cuatro historias mostrando las imágenes de un cielo que pareciera ser la ruta atormentada por la que galopan imperturbables, los fatídicos jinetes.
La segunda historia, quizás una de las mejores logradas, plantea la trillada "muerte de las ideologías"; otro de los actos fallidos de los filósofos de la posmodernidad.
Un grupo de ex militantes de los años 70 se reúne para rememorar viejos tiempos, pero la lista no está completa, muchos no pudieron ser de la partida. Un sobreviviente, un extraño personaje que pareciera adoptar la pose y ciertos tics del tristemente célebre escritor Jorge Asís inicia el relato y hace la cuenta de todos los que "no fueron boleta".
La reunión comienza a enrarecerse cuando algunos, producto de una nostalgia incentivada por el alcohol; recuerdan frases y consignas que en aquellos tiempos tenían otro sentido. Todos se asombran de "las boludeces" que eran capaces de sostener hasta que estallan con una "boludez difícil de superar": "¡Franja Morada, la Patria Liberada!".
Uno, sólo uno de esos ex compañeros de ruta, estalla y pone límites a ese aquelarre donde se pisotean viejas banderas que costaron la vida de muchos; alguien que todavía piensa que hay ciertas cosas "con las que no se juega". En otro episodio, el Hambre está representado por otra extraña reunión donde el Amo invita a varios comensales a "degustar" a su joven y bella esposa, perpetuándola en el deseo de quienes tanto la codician.
El último Jinete llega anunciando la guerra, y podríamos decir que portando el estandarte de aquella maquiavélica frase: "la guerra es la continuidad de la política por otros medios". Un ejecutivo intenta concretar un negocio millonario justo la mañana en que se produce el atentado a las Torres Gemelas; por suerte su contrincante se encuentra en la Primera torre que es atravesada por un avión terrorista.
Loas al capitalismo y a Dios que lo ha premiado a él para poder concretar su negocio sin competencia a la vista; en pocos minutos comprenderá lo poco confiable de un sistema que está asentado sobre los cimientos de una guerra permanente. No todas las historias alcanzan a nivel de estructura dramática la resolución y la eficacia que tiene la que plantea una mirada crítica sobre los sobrevivientes de los años 70.
En todas está presente la claridad de la mirada incisiva que José Pablo Feinmann tiene acerca de la sociedad argentina y las debacles políticas que han generado respuestas que todavía hoy siguen rondando como fantasmas de la imposibilidad. Aún en el episodio más frágil que es el del Amo que invita a sus súbditos a comerse a su joven mujer, podría leerse una cierta similitud con ese "festín diabólico" que significó el menemismo que terminó engulléndose a buena parte de sus ávidos seguidores.
Pero la obra es por momentos la riquísima y variada gama de recursos que pone en escena este impresionante actor que es Mauricio Dayub; alguien que consigue reescribir con su cuerpo algunos momentos no tan logrados del texto. Sólo con un sillón en escena que se transformaba en los distintos paisajes necesarios para el recorrido de las escenas; volvió a reiterar lo que pensamos acerca de la importancia del actor como eje determinante de un espectáculo. Acertada la escenografía y el vestuario de Osvaldo Pettinari que privilegió un aporte minimalista para el lucimiento del despliegue de Dayub; al igual que la dirección de Luis Romero que balanceó los diferentes registros de la escena.
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