CULTURA / ESPECTáCULOS › EXPOSICION EN LA BIBLIOTECA ARGENTINA
La muestra "La naturaleza muerta" incluye además trabajos de Rodolfo Elizalde, Emilio Ghilioni y Silvia Lenardón, con el propósito de articular los lenguajes plásticos modernos y contemporáneos en el marco de una tradición. Un acierto curatorial.
› Por Beatriz Vignoli
La muestra "La naturaleza muerta. Homenaje a Manuel Musto", que se inauguró el 7 de este mes en la Biblioteca Argentina (Pte. Roca al 700) es un homenaje al pequeño óleo de Manuel Musto titulado "Junquillos" (sin fecha, 34 x 41 cm) que es propiedad de dicha institución. Su director y el curador de la muestra, Rubén Echagüe, supone que la obra podría haber ingresado a la Biblioteca con motivo de una muestra de cuadros inaugurada el 11 de septiembre de 1937, con la cual el artista rompía un largo silencio en la exposición pública de su arte. "Junquillos", según Echagüe, ya figuraba en un inventario realizado en 1943.
Además de por supuesto "Junquillos", la ya clásica pintura de Musto, se exponen obras de Rodolfo Elizalde, Emilio Ghilioni y Silvia Lenardón. De este modo están representadas tres generaciones de artistas locales que, en palabras de Echagüe, "sin comprometer la legitimidad de los respectivos lenguajes, confiesan la común voluntad de vincular sus modos creativos a los de los grandes maestros que dio la ciudad".
Un acierto curatorial hace coexistir esos diversos lenguajes contemporáneos, yuxtapuestos a través de un montaje audaz y enriquecedor. Las ocho pinturas de Elizalde, las seis de Ghilioni, los nueve dibujos de Lenardón, más un dibujo de cada uno de los otros dos autores, coexisten tomando como eje el género de la naturaleza muerta o bodegón a través de sucesivas innovaciones respecto de sus pautas convencionales. Un rasgo común a todos estos artistas de Rosario (Musto, incluido) es la apuesta por el objeto cotidiano y entrañable: el mate con la bombilla, el retrato del ancestro.
Ya se trate de una planta o un jarro, el objeto carga con el aura de lo insustituible y singular. Elizalde y Ghilioni se apartan de la composición académica tradicional alineando o aislando sus objetos, aunque en sus pinturas de años anteriores mantienen cierto grado de realismo, una paleta tonal y alguna unidad de lugar. Pero tanto en las naturalezas muertas de Ghilioni como en las obras más recientes de Elizalde, aunque se respeta la convención realista de pintarlo tal como se lo halla o ubica en el estudio, el objeto se acerca cada vez más al carácter de símbolo o emblema. En una pintura reciente de este último, los objetos flotan sobre el fondo, desasidos de toda ilusión de perspectiva o fuerza de gravedad.
Lo mismo sucede en todos los dibujos de Silvia Lenardón, quien deja en blanco los fondos (algunos son papeles de color) y donde se agrega además un cierto dinamismo narrativo. Los objetos representados por la joven artista revisten más bien un carácter de íconos: son autónomos respecto de cada referente, al que representan por medio de una gran síntesis.
Además intervienen personajes, generalmente pájaros, que realizan acciones mínimas. El espacio está completamente fragmentado, como si hubiera estallado. Las cosas y los seres, todos diminutos, se agrupan formando constelaciones que parecen azarosas, siguiendo un sentido de la composición que aparenta no respetar ninguna idea de unidad cuando en realidad asume la exquisita complejidad de un vacío.
En resumen, se trata de una propuesta admirable y bien lograda que responde al loable propósito de articular los lenguajes plásticos modernos y contemporáneos en el marco de una tradición. Quién hubiera dicho que un puñado de junquillos arrojados sobre la mesa en una olvidada primavera de más de medio siglo atrás iba a dar para tanto.
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