CULTURA / ESPECTáCULOS › "INSOPORTABLE", DE MAZZADI ARRO
"Insoportable", describe los restos de una familia que
intenta reacomodarse en el árido paisaje de un espacio vacío.
› Por Julio Cejas
Lo cotidiano, lo de todos los días, el rumor de las relaciones de la sangre; siempre retorna y con el sello de la época en la que se desarrolla esa entidad tan poco mensurable como es la familia. El teatro argentino podría leerse a partir del enfoque particular que muchos autores han desgranado en sus obras acerca del tema de la familia, que va desde los toques optimistas del sainete hasta el sinceramiento producido por el grotesco que sigue influenciando a una buena parte de la dramaturgia actual. Dentro de esta perspectiva, el estreno el viernes pasado en el Centro Cultural Parque de España, de "Insoportable" (El término de un largo día) de la dramaturga y directora Romina Mazzadi Arro, ahonda una búsqueda iniciada por esta creadora rafaelina al frente de su Grupo "Hijos de Roche". El tema de lo siniestro en relación con la familia ya aparecía en su producción en obras como "Uno busca lleno", donde se planteaba la necesidad angustiante de las hijas por "matar a la madre" para poder ser.
Esta joven creadora que se formó en Rafaela con el reconocido teatrista Marcelo Alasino, forma parte de una generación de hacedores que intentan en su escritura teatral dar cuenta de una visión descarnada y particular desde su visión de integrantes de las familias formadas en la pos-dictadura.
En "Insoportable...", los restos de una familia intentándose reacomodar en el árido paisaje de un espacio vacío que se llena con objetos inertes y con salidas obturadas son el marco para el persistente derrumbe de personajes que lucen como espectros tratándose de afirmarse a una cotidianeidad exasperante.
Oscar, el padre anclado a su pasado de cantor de tangos, inerme frente a los demás, es por momentos un muñeco animado por su hija Solange que lo ayuda a desplazarse por un espacio tan artificial que se parece a un set de cine, lo que nos recuerda cierto paralelismo estético con el film "Dogville".
Solange pareciera ser por momentos el único sostén de esa estructura que se compone y descompone obsesivamente, tratando desde la fragilidad de su tos enviar alguna señal para que sus padres o su hermana puedan salir de un estado más parecido a la ensoñación que a la realidad.
Clara su hermana que le anuncia haber asesinado a su novio, deambula desesperada por toda la casa en un recorrido que la expulsará al exterior, en un acto desesperado que no podrá liberarla de las ataduras internas con sus padres y su hermana.
Es todo un síntoma, nadie pareciera poder irse de ese lugar, Solange amaga varias veces y es retenida para cumplir ciertos deberes filiales que su madre le recuerda y que su padre aliviana cantándole tangos o acunándola en sus brazos.
En una de las tantas escenas logradas por la dramaturgia y su puesta en acto, está aquella en que tanto Oscar, como Silvia, ratifican con el texto y un accionar mecánico del cuerpo, "que son los padres" de esas criaturas. Allí se reitera un signo que sobrevuela toda la obra y es esta especie de marionetización de los actores, ese accionar que nos recuerda la estrategia desplegada por Tadeuz Kantor y que sirvió para dar cuenta de la muerte en escena.
Independientemente de que la muerte del padre, anunciada permanentemente a través de sus incesantes dolores de pecho y de su desplazamiento errático en el espacio, marque una constante que presagia el final, todos los demás integrante de esta familia parecieran a punto de soltar amarras con sus existencias.
Esto marca a fuego los registros actorales virados a un permanente estereotipo de los modelos naturales, un rasgo típico que acompaña a la autora y directora de Los Hijos de Roche.
Romina Mazzadi Arro recupera al elenco inicial de "Hijos de Roche": Paula García Jurado, Bárbara Peters y Elisabet Cunsolo al que se suma la presencia del actor Ricardo Arias.
Arias en su creación del padre oscila entre dos registros: el más genuino es el que lo aleja de ciertas crispaciones de su anterior personaje de Creontes en "Medea" y lo sumerge en el imaginario de la directora.
Cuando logra despojarse de estas huellas de su anterior trabajo se vincula con el resto de los personajes y recrea un Oscar siempre al borde del último suspiro.
Bárbara Peters y Elisabet Cunsolo parecieran armar un dispositivo propio dentro de la obra a partir de algunos puntos de contacto que por momentos nos recuerdan la inversión de los roles que ocupaban en "Hasta la exageración", otra de las buenas creaciones del grupo.
La capacidad expresiva de Cunsolo por momentos es tan fuerte que funciona como un indicador de su protagonismo dentro de esta historia con la que parece conectar al punto de eclipsar la mirada del espectador.
Por su parte Paula García Jurado completa con su creación de una madre que pareciera acercarse al modelo familiar de los Simpson, un equipo actoral de fuerte solidez en un espacio despojado y con un texto que por momentos no alcanza a escucharse.
Una nueva etapa en la estética de la directora, un nuevo intento por profundizar la búsqueda de una dramaturgia que se enriquece a partir de su experiencia con Javier Daulte.
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