Martes, 7 de agosto de 2007 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LIBRO SOBRE PATRIMONIO DEL MUSEO CASTAGNINO
Esta importante publicación revela por parte de sus realizadores una profunda conciencia del valor del patrimonio artístico público y una firme voluntad de transmitir esta valoración a toda la sociedad. El Museo cumple así con una doble función: informar y formar al público.
Por Beatriz Vignoli
El Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino acaba de publicar un libro sobre su colección histórica, en lo que constituye un hecho histórico de por sí. Titulada Colección Histórica del Museo Castagnino, esta importante publicación revela por parte de sus realizadores una profunda conciencia del valor del patrimonio artístico público y una firme voluntad de transmitir esta valoración a toda la sociedad, trascendiendo a los círculos de entendidos. Hubiera sido imposible sin el trabajo de catalogación de las 3.200 obras de la colección realizado por el personal especializado del Museo, trabajo del cual el libro es la feliz culminación. En sus palabras preliminares, el intendente Miguel Lifschitz, el director Fernando Farina y el curador Roberto Echen destacan además la colección del Museo de Arte Contemporáneo (Macro), que reunió 400 obras en sólo cuatro años. "A través de sus dos sedes", escribe Lifschitz, "se procura conjugar su patrimonio de arte histórico con una visión de la escena contemporánea".
El grueso del libro es una serie de páginas dedicadas a una selección de las obras más representativas de la colección. Están sus mejores joyas: los grabados de Berni seleccionados en la Bienal de Venecia de 1962, donados por Gonzalo Martínez Carbonell y Domingo Minetti; obras de Fontana, Grela, Musto, Malharro, Fader, Forner, Bertolé, Cochet, el Grupo Litoral; obras de Madí, la Nueva Figuración, Marta Minujin; o menos conocidas como las de Fernando Espino, Víctor Magariños o Faustino Brughetti. Hay dos secciones: arte argentino y pintura europea. Cada página corresponde a un autor o autora por orden alfabético. Contiene una o dos bellas reproducciones de muy buena calidad, acompañada de los datos de adquisición de cada obra. Incluye además un texto biográfico y crítico. El resultado es una serie de perfiles, de lectura accesible. El Museo cumple así con una doble función: informar y formar al público, para que pueda disfrutar mejor de un acervo artístico que es de todos.
En las dos secciones sucesivas, Verónica Prieto y Mirta Sellarés, investigadoras del Museo, trazan una prolija historiografía de la institución. Prieto se basa, entre otras fuentes, en el archivo de Nicolás Amuchástegui. Contra lo que podría creerse, el primer salón que consta en actas surgió en 1916 de una iniciativa privada, por parte de la Asociación Cultural El Círculo. Se lo llamó Salón de Otoño y tuvo lugar en un local alquilado. Recién en 1917, un decreto de la Intendencia crea la Comisión de Bellas Artes, que dirigirá el Museo con sede allí mismo. Cuando en 1925 la comisión del centenario de la ciudad propuso crear un museo en el Parque Independencia, el intendente aprobó entusiasmado la iniciativa pero olvidó consultar antes a la Comisión de Bellas Artes, cuyos integrantes expresaron su molestia ante esta descortesía.
La última voluntad de Juan Bautista Castagnino, alma mater de la Asociación y fallecido ese año, había sido donar un terreno para la construcción de un Museo de Bellas Artes. Pero su madre, Rosa Tiscornia de Castagnino (quien luego donaría en nombre del hijo las piezas fundacionales de la colección del Museo) rehusó el terreno; propuso, sí, contribuir a la construcción bajo ciertas condiciones. En 1928 la Intendencia cedió el predio actual en el Parque Independencia y llamó a concurso. Ganó el proyecto racionalista de los arquitectos De Lorenzi, Otaola y Roca. Por fin en 1937 el hermano de Juan Bautista, Luis Delfo Castagnino, donó los recursos en nombre de su madre ya fallecida. El Museo se inauguró ese año. Mirta Sellarés detalla sus comisiones directivas y se ocupa de puntualizar los sucesivos cambios que a lo largo de su historia atravesó la relación del Museo con los artistas, coleccionistas y vecinos de la ciudad.
Lo más jugoso del libro es el capítulo final firmado por Nancy Rojas. El subtítulo promete "algunas reflexiones" y cumple. Su mirada es genuinamente histórica en tanto señala el carácter contingente de las piezas adquiridas, es decir: explica cómo es que esta colección pudo ser otra entre muchas posibles. No se trata de decir que pudo ser mejor o distinta, sino de señalar que la colección no es algo dado necesariamente. O que también hubiera podido no ser. Fue, y fue la que es, la que es debido a una serie de causas. Entre ellas se cuentan: el gusto de los integrantes de la Comisión, los viajes a Europa de Juan Bautista Castagnino, la existencia de una burguesía culta, la decisión de formar una colección de arte nacional. En los años 20 este nacionalismo cultural se tornó más cosmopolita y abierto a los artistas jóvenes de izquierda, como Berni.
En 1946, el peronismo truncó el proyecto burgués progresista en los niveles oficiales: Museo intervenido. Entre 1959 y 1973, el Fondo Nacional de las Artes donó importantes obras argentinas. En los años 60 hubo coleccionistas rosarinos (Isidoro Slulittel, Alfredo Frontalini, Eduardo de Oliveira Cézar, los ya mencionados Minetti y Martínez Carbonell) que fomentaron enormemente el arte moderno local. En 1977 se crea la Fundación Juan B. Castagnino, que instituye el Premio Rosario. El resto de la historia lleva nombre y apellido: Fernando Farina. Sus primeros y exitosos intentos de poner el Museo al día, allá por 1995, fueron el Salón Sin Disciplina (nacional), Juego de Damas y 11 x 11. Son tres muestras con las que el entonces curador abrió el Museo a lo nuevo que surgía en Buenos Aires, dando además un rol merecidamente destacado a talentosas artistas y curadoras mujeres, como Adriana Lauría. Y la historia sigue.
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