Jue 06.04.2006
rosario

CARTELERA

Un desastre

› Por Eugenio Previgliano *

Ese -me dice señalando una pequeña pirámide rodeada por una valla- es el cenotafio de los marinos del Fournier. Ahí -me agrega- no están los restos de los marinos del Fournier pero la gente sin embargo -afirma- sigue poniendole velas y no hay modo que la municipalidad lo impida. Yo lo miro, sigo mi tránsito fugaz por el cementerio La Piedad, pienso en el rastreador Fournier, en el mar, en los atardeceres en el mar, en el rumor del mar en las playas que encajonadas por un acantilado destacan en su eco la soledad del alma. Al rastreador Fournier ﷓dice mientras caminamos sobre unas baldosas graníticas﷓ lo construyeron en Buenos Aires, lo botaron en 1939 y desde entonces rescató buques de la garra de la tempestad, apoyó campañas antárticas, hizo patrullaje de los canales fueguinos, hizo tareas de apoyo a la base de Ushuahia y tal vez haya hecho algunos salvatajes menores. Yo lo escucho, miro las tumbas petisas que albergan bajo la tierra quizás tres o cuatro cadáveres de difuntos de distintas épocas: casi todos terminan en una pequeña construcción metálica donde destaca en general una cruz oxidada y yo pienso entonces, que si todas estas tumbas que son como una parte media del cementerio están más atrás que el cenotafio del Fournier, deben ser de una época más reciente respecto del naufragio; los nombres de los difuntos parecen confirmar mis sospechas. El Fournier -sigue diciendo- navegó sin problemas durante diez años pero el año 49 -dice sigilosamente- en el mes de septiembre encaró una campaña por los mares del Sud sin saber que era la última campaña para ese aviso. A bordo -ilustra- iban dos sabios; uno era Raúl Wernicke, profesor de biofísica en la Universidad de Buenos Aires que en esos días era además -agrega- decano de la facultad de agronomía de la UBA y según parece -ilustra- Wernicke, que había nacido en 1888 además de ser amigo de Houssay había estudiado con Nernst en Alemania el año 13 y trabajó mucho investigando las tensiones del agua a muy bajas temperaturas según las revolucionarias ideas de Nernst respecto del principio llamado ingenuamente "de Null Punkt Energie". Yo pienso en Nernst, de quien ignoraba toda clase de referencias hasta hoy, en la ingenuidad del Null Punkt Energie, en la apariencia simple del mar en las costas del Golfo Nuevo, en el aspecto sobrio que tienen del cementerio estos panteones más o menos modernos que se levantan ya sobre el final del predio y sigo escuchando. El buque zarpó -sigue diciendo- a las 7:40 del día del equinoccio de Primavera desde Ushuahía; no era un día propicio para la navegación, vientos fuertes, nieve, tormentas, lluvias. A las cuatro de la tarde ﷓dice﷓ el barco pasó por el faro de Punta Delgada y los tripulantes del faro ﷓miente﷓ lo saludaron con fervor porque sabían que a bordo iba un discípulo de Nernst. A la noche, cuando pasaron por el faro de San Isidro el viento escoraba al Fournier y los escollos se adivinaban entre la blanca espuma del mar austral. Yo lo oigo decir estas cosas y me recuerdo subiendo al faro con mi compañera, un verano ventoso, prestando atención al metal brillante de los escalones que bajo la pintura seguramente tendría las marcas de ciento diez años frente al mar, me recuerdo mirando sus pies pequeños, sus ojos atentos, y la sorpresa recuerdo, de ver el mar desde la farola adoptando una posición incómoda por no golpear con la cabeza la lente que enfoca todavía la luz brillante del faro en la enormidad de la noche. Ya para la mañana del 22 de Septiembre ﷓sigue contando﷓ era imposible comunicarse con el Fournier ni con telégrafo, ni con radio ni con señales. Varios barcos ﷓dice porque sabe o inventa﷓ salieron a buscar al rastreador Fournier, nave de guerra argentina de la que no se tenían novedades ﷓dice con un aire de dramatismo﷓ Oigo lo que dice, sé que ya ha quedado atrás el cenotafio del Fournier y pienso si no hubiera sido mejor, más sensato, más operativo llevar a mi novia de entonces antes que a la desolada playa donde se ubica el faro, a caminar por la Avenida Gorlero, a recorrer shoppings en Mar del Plata o a hacer compras triviales en Miami, pero mi interlocutor sigue contando. Fatídico -dice- fue el descubrimiento de los chilenos: un mestizo yagana les había avisado que una balsa con cinco cadáveres abrazados y acurrucados unos contra otros había llegado hasta la playa movida por la desgracia y el viento. Los cadáveres estaban la noche del hallazgo abrigados con mucha lana y pesados capotes navales pero su piel estaba ennegrecida quien sabe ﷓dice﷓ si por los efectos del frío. Cuatro fueron los marinos ﷓cuenta﷓ de los setenta y tantos que habían salido en navegación de los que se conoció en detalle su destino por haberse encontrado sus cadáveres. De los demás ni noticias, pero además ﷓agrega﷓ el asunto podía haberse vuelto un conflicto internacional porque el barco de guerra argentino estaba en aguas que los chilenos decían chilenas, decí que Perón ﷓agrega con un gesto oscuro﷓ tuvo la valentía de invitar a Buenos Aires a los que rescataron los cuerpos y les hizo un gran festejo que si no ﷓sugiere﷓ no sé que hubiera pasado. Yo lo miro, callo y detengo mi marcha porque hemos llegado al lugar del entierro acá, en el cementerio La Piedad de Rosario. Sin embargo no puedo dejar de pensar en mi romance truncado, en el decepcionante destino del discípulo de Nernst y en los setenta marinos desaparecidos en el naufragio del Fournier: destino aciago de aquellos que aman el mar, la tormenta, la noche, la luz de los faros, los secretos del viento. *[email protected]

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