Martes, 9 de julio de 2013 | Hoy
CARTELERA › PLASTICA. ARTE COLONIAL EN EL MUSEO HISTóRICO PROVINCIAL
El pasado sábado el Julio Marc inauguró el segundo y último tramo de una muestra cuyas primeras salas se abrieron al público el 22 de noviembre. Platería, pinturas y mobiliario de su colección le dan forma a una recorrida histórica.
Por Beatriz Vignoli
El sábado pasado, en el Museo Histórico Provincial de Rosario "Julio Marc" (Avenida del Museo s/n, Parque de la Independencia) quedó inaugurado el segundo y último tramo de la muestra de Arte Colonial, cuyas primeras salas se abrieron al público el 22 de noviembre. Además, se reinauguró también como auditorio la amplia y antigua "Sala Patria".
Esta cronista recorrió las nuevas salas con el arquitecto Raúl D'Amelio, director del Museo Marc desde hace un año y autor del nuevo diseño expositivo, al frente de un equipo constituido además por el investigador e historiador Pablo Montini, el escritor Pablo Makovsky y las conservadoras Estela Colomar, María Amalia Evangelista, Diana Hamann y Nancy Genovés. "En esta primera parte lo que hicimos nosotros fue enfocar sobre Angel Guido y Julio Marc porque ellos fueron los que pensaron por primera vez esto --relata el director--. Hay un cuerpo conceptual que estaba escrito por estos fundadores. Entonces cuando ingresamos acá aparecen textos de ellos dos hablando de, como dice Guido, los maravillosos defectos del arte colonial".
Y reciben (o despiden) al público, como anfitriones, un retrato al óleo de Angel, arquitecto, por su hermano el pintor Alfredo Guido, y un busto de bronce de Marc por el escultor José Gerbino. "El nacimiento de esta colección se reivindicó como fuente para la construcción de un arte nacional y moderno que consolidara una estética americana", se lee en uno de los textos ploteados. O al menos así lo pensaba Guido, centrado en la estética, en tensión con la visión más historiográfica de Marc.
Explica D'Amelio: "Guido se inscribe dentro de lo que habla Ricardo Rojas de Eurindia, el mestizaje americano de indio y español. El Monumento a la Bandera es su gran obra. Este museo también, habla de la América india, de la patria y la fusión hispanoamericana... eran los ejes de esas discusiones en los años 1920 y 1930 sobre los nacionalismos. El museo se inaugura en julio de 1939".
Este museo es como un túnel del tiempo. Al siglo veinte le sigue el siglo diecinueve de la Sala Patria (en realidad la estamos recorriendo al revés) y luego se ingresa de lleno al barroco colonial con la sala de platería, que contiene un exuberante altar íntegramente restaurado hace poco. En vitrinas de diseño contemporáneo, la plata resplandece delicadamente sobre las paredes gris perla. Se ve como una sala de exposición en un museo de arte, que de eso se trata.
"Estoy trabajando con una paleta nueva --cuenta D'Amelio--. Yo traté de darle una impronta, sacarle esta idea de museo triste, como apabullante. Ahora respira de otra manera". Amplios sectores centrales de la muestra están ocupados por una colección de bargueños, o contadores, de fines del siglo diecisiete y comienzos del dieciocho. Son unos hermosos muebles de madera con cajones bellamente taraceados que servían para clasificar dinero y documentos en compartimentos estancos. Algunos tienen llave y otros no: hay diferentes configuraciones de privacidad. Algunos parecen edificios en miniatura. La comparación con el sistema Windows no es gratuita: la modernidad actual es hija del siglo dieciocho, de su afán racional por compartimentar los saberes en disciplinas especializadas.
Pero todo documento de cultura es un documento de barbarie, dijera Walter Benjamin. La violencia de la conquista se hace evidente, desde las expresiones atribuladas de los santos tallados por anónimos imagineros criollos hasta los relatos que acompañan las pinturas de motivos religiosos. Uno de ellos cuenta cómo los españoles arrojaron al mar la estatua de una deidad brasileña en forma de pez, para reemplazarla por la Virgen de Copacabana. Los indios seguían yendo al mar para adorar lo que los conquistadores llamaban "la sirena". Unas vitrinas dedicadas a la pasión de Cristo son especialmente tortuosas. Talladas en madera, las dos Marías: la Mater dolorosa y la Magdalena, junto a San Juan Evangelista, los tres a los pies de un crucificado de rasgos criollos, con pelo natural, forman la escena del calvario.
El calvario inculca la idea cristiana de la muerte, que les era desconocida a los pueblos originarios de América.
D'Amelio señala un óleo sobre tabla dividido en cuatro partes. El cuadrante inferior izquierdo representa la muerte. El superior derecho, el juicio del alma del difunto. A la derecha están las dos posibilidades: el paraíso para los justos y el infierno para los pecadores. ¿Cómo impusieron esta noción de un sistema jurídico trascendente a pueblos para cuya cosmovisión los hombres, los animales y los dioses estaban en un mismo mundo? La respuesta, dice el director del Museo, es la figura de la Virgen María, identificada con la Pacha Mama. Le pintaban un manto triangular para que se pareciera a la montaña, que los indios literalmente adoraban. Después venían las apariciones, porque era preciso que ella se les apareciera. La cronista hace la crónica de esta conversación porque lo arriba dicho no figura así en los textos, que además de amenos y legibles son mucho más neutrales en su tono.
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