CONTRATAPA
› Por Domingo Caratozzolo
No sabía si fue el despertador o un sonido de sirenas que interrumpió su sueño, de todas formas el cafédespertador indicaba que su desayuno estaba listo. Se desperezó, desayunó y se dirigió a la computadora. Su trabajo diario había comenzado, apenas tenía un lejano recuerdo de aquellos días en que su padre concurría a realizar sus actividades fuera de su casa, afortunadamente no necesitaba trasladarse, podía resolver cómodamente desde la misma todas las tareas que le asignaba su oficina, una vez terminadas, enviaba ese material al centro de datos y le remitían la labor para el día siguiente.
Cuando al mediodía sintió apetito, abrió el programa de comidas del restaurante donde solía hacer sus pedidos y eligió lo que mas le apetecía, pagó con su tarjeta de crédito y mientras leía los titulares del periódico en su pantalla esperó los veinte minutos aproximados en que llegó su almuerzo.
Después de un breve descanso prosiguió el trabajo organizado para la tarde. A las cinco tomó un pequeño refrigerio y a las siete, terminada su tarea, buscó entre la programación una película cuyas críticas le prometían un buen entretenimiento; antes de sentarse frente a la pantalla se hizo unos sandwiches y con una cerveza se preparó para disfrutar del film.
Eran las nueve cuando apareció en la pantalla "The end" y fue entonces que se decidió a chatear; primero incursionó con nuevos vínculos, tanto como para ampliar sus relaciones y después se dedicó a su gente, a los íntimos, aquellos con los cuales chateaba desde hacía años. Si bien sus cuerpos eran anónimos, conocía mucho de sus gustos, aficiones, carácter y muchas veces hasta podía registrar sus estados de ánimo. A alguno de ellos los había visto en la pantalla, hasta le habían mostrado su casa y Gabriela le había mostrado mucho más; ella era más desprejuiciada; a pesar que vivía en la otra punta del mundo se divertía mucho con ella, era muy ocurrente.
A las once ya se había cansado de chatear y antes de decidirse a dormir, un deseo de algo más surgió en él. Como algunas personas antojadizas desean un caramelo, un chocolate, u otra cosa, necesitaba un contacto más íntimo con una mujer: quería sexo. Dispuesto a complacer este gusto, se puso el traje con los sensores y lo conectó a la computadora. Buscó en el menú sus preferidas, Marilyn, la diosa, Michelle Pfeiffer, Penélope Cruz o Nicole Kidman. Ya el pensar en una y otra era excitante; tenía que reconocerlo, siempre la elección despertaba ansiedad, un cierto interrogante de cómo sería la calidad del encuentro con esa mujer a la que no había poseído o también con aquéllas que eran sus amantes habituales. Siguió buscando, Julia Roberts, Sharon Stone, Gwyneth Paltrow y al final se decidió por Jessica Lange de la época de "El cartero llama dos veces", incluso eligió hacerlo en la cocina, como lo había visto en la película. Pulsó Enter y se sumergió en un clima de extrema sensualidad, además de la calidez del cuerpo desnudo de Jessica y de sus pechos generosos, lo embriagaba el perfume que ella usaba en esa ocasión, sus labios le besaban con deseo incontenible y fue un momento tan satisfactorio que se prometió repetirlo en otra ocasión.
Ya finalizado el día de esa manera tan oportuna y gratificante se fue a dormir. Tuvo un sueño extraño, ¿una pesadilla? no, no podía ser calificada como tal, sino como algo extraño, inquietante, no tenía claro lo bueno o lo malo, lo peligroso o lo que no lo era, pero lo sumergía en un clima de preocupación, de desasosiego. Soñaba que estaba en un fila detrás de otras personas esperando un vehículo muy grande donde iban subiendo de a uno, por turno, la gente charlaba, discutía, bromeaba. Iba parado rodeado de personas y escuchaba sus conversaciones, sentía que los otros cuerpos estaban junto al suyo y percibía distintos olores, un señor olía a café recién bebido, otro tenía un insoportable olor a traspiración, la señora que se encontraba frente a él olía a colonia de flores y una joven que estaba a su lado usaba el perfume de Jessica y lo inquietaba cuando el bamboleo del vehículo la acercaba tanto que apoyaba sus senos sobre él.
Después de un trecho todos bajaron. Él se dirigió a un edificio lleno de oficinas donde trabajaba y entró a una de ellas, que era la suya. Las personas que había adentro lo saludaron, le hablaron de un partido de fútbol, de política y contaron algunos chistes groseros mientras lo palmeaban o pasaban el brazo por sus hombros. En el descanso del trabajo, mientras unos volvían a sus hogares a almorzar y otros lo hacían en bares cercanos, una chica que parecía conocerlo íntimamente lo llevó de la mano a una oficina pequeña y allí se colgó de sus hombros, lo abrazaba y lo besaba con pasión; sentía que la muchacha respiraba agitadamente, él se excitaba y también se agitaba cada vez más, con una sensación rara, mezcla de deseo y de miedo, hasta que despertó sudoroso y sobresaltado, prendió la luz y comprobó aliviado que estaba solo y que todo eso sólo había sido un mal sueño.
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