CONTRATAPA
› Por Federico Tinivella
I
Se despiertan en el blanco atrapado de las manos las niñas de los charcos desde el bosque traidas. En el incendio de luz que de la cocina derrama el juego de los naipes sobre los restos de un té y los pedacitos de torta esparcidos. Como una roca cavada, como esa mini que usaste en la noche de carnaval que a mí me desfiguraba. De los desangres del semáforo en la explosión tardía de aquellos desfiladeros perpetuos traidos de un nombre que ahora es otro. Vociferabas a los ecos de la estufa tus páncreas, tus desde adentro y si los títeres flameaban como reptiles en los oscuros rieles de un tren marchito, era de esperar que en las crucifixiones de los párpados hall ramos el secreto para descifrarnos, "no hay un modo, no hay un punto exacto".
En la panza del reloj se vacían las preguntas, quedan solas al beber en los cofres de ese lago. Un chocolate en rama, un derrame. Ver ahí reunidas las ninfas en los baños de vapor, las grietas del silencio, los vicios de virtud. Es el alambre el que divide y el que instala la multiplicidad de los rostros.
Quiebra ahora un rincón del pan, vuelve a mentirse sobre el ruedo de un corderoy.
Bajaban de la montaña las riendas del desfilar, ¿quién habitaba ese cuerpo de explorador, donde la risa temía teñirse de un musgo? A los lados de la ruta, en los brazos de un recodo de la naturaleza podía uno servirse, como cuando un desayuno americano, elegir de las penumbras un vino un sembradío o la tardada palabra sobre una puerta de piedra. El caleidoscopio que hiciste para actividades prácticas. En la fabricación del barrilete remontamos los años que quedaban para servir en la bandeja de pl stico del cumpleaños irrealizado. La faena del vientre no obscultado, otro signo de malpreguntas otra saña sobre el cuero de las víboras del tracto.
En el frasco que sobre la mesa yace no dejan de verse los grumos de unas mañanas más fértiles pobladas de caracoles y huellas de estepas arrasadas por langostas invisibles.
¿Cuál es tu signo del zoo día? Un calambre o una inflamación, hay conductos que solo llevan al río. Del vapor de las l mparas se arrepentían ojos lectores, ya no quiero ver, punto para vos, chinchón.
II
Un seno atrás, el guardarropas aguarda los pasos cansados de las bocinas.
Atrapan desde el patio las agudas voces de las gallinas, muchachas de papel sudan sus costados, riegan de pesar las grietas de la mesa, que es un mundo sobre la palma.
Las hojas del verbo, las raíces del vino congelan el latir de unos besos. Clik. Unos ojos tan bonitos que pendulan entre un desierto y la palabra Madre, entre mi costura de carne y un circuito de luz que una llave no abre.
Una botella de agua se parte a la mitad, la habitación se mancha de naranja. Es el vapor del sueño la otra parte del fuego.
III
En el viento de los bordes los susurros del desierto riegan las costuras de las botas en un charco. El candado de los truenos.
Esparcidas en un frasco, derrotadas como cruces, lucen viejas unas palabras que dicta la abuela. Solo a veces se ilumina la alacena.
Con un rayo partías las naranjas, chorreabas el delirio en las manos que albergaban lluvia.
IV
Desde el centro de la roca golpean las muñecas. Quiebran los tendones de un templo.
V
Los cables dictan las prisiones del cielo de los patos. En la película de la ventanilla cuentan postes susurros infantes. El aire ya es otro, los ojos quieren abrigarse, quemarse en el sueño de la sopa del día. En la cuchara dejar un secreto de postal.
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