CONTRATAPA
› Por Federico Tinivella
En la ruta los camiones circulan en cámara lenta, arrastrados sedientos e hipnotizados sobre un desierto ardido. El trigo se despeina poco en esta quietud. Dreuty recuerda, al observar ese cuadro, cuando se extraviaba por horas en la inmensidad del verano, en esas crines de infinito, corriendo desnudo sin más límite que un alambre de púa que aún hoy lleva tatuado en la piel.
Patricio Rodaballo del Solar se afeita al sol con un espejo diminuto como guía. Los pies sobre los yuyos le dan una grata sensación de libertad y lo empujan sin escalas al dulce territorio de la infancia. Una vez terminada la faena arroja el agua al aire, convidando y la espuma se esparce como la nieve que todavía no ha visto.
La mesa luce ahora un mantel colorido al aire libre, después de días de lluvia que clavaron a los hombres en una angustia desesperada. Los avatares climáticos pueden con nosotros, señala Dreuty a su tío, que contempla todo sentado en una esquina del patio bajo la sombra de un generoso sauce llorón. Los sauces forman un grupo de árboles que poseen una de las mayores distribuciones geográficas, se encuentran desde Europa y Sudáfrica hasta Japón y desde Canadá hasta Argentina.
Ahora que la mesa esta tendida con un sol amable que baña los cuerpos desprovistos de todo ropaje, los ánimos han cambiado. El Panza le arroja municiones a las gallinas, más tarde migas de pan. Las moscas arrastran el zumbido del calor hacia las aristas de los vasos. Dreuty piensa ir hasta el corral y agotar los aerosoles de color azul y amarillo con los que pintó la cerca del tío. Las gallinas se ven aburridas todas de blanco. Descarta la idea al recordar que hace mucho tiempo que no van a pescar.
Salgamos a pescar Del Solar, escupe Dreuty desde la mecedora, vemos unas chicas en Isla Verde y nos mandamos para dentro, pelamos un salame, tomamos un tintillo.
El río arremete generoso desde el norte, las aguas, el dragado y las obras del puente han desdibujado la costa de la isla. Hay que internarse ahora en el laberinto de los riachos interiores para buscar un poco de sosiego. Amarrar el chinchorro a un tronco gordo y dejar que el sol queme las ideas negras, turbias, que conviven en la cabeza del Panza y de cualquiera.
Dele tío, no se me acobarde. Rodaballo se subió los pantalones, le gustaba rascarse la ingle al sol, con los pantalones bajos, fue al galponcito por las cañas y las redes y por la llave de la chata, bien, bien, vamos de una vez, así se deja de joder.
La chata ronronea en la ruta, amenaza a los camiones que vienen volando. Del Solar abruptamente detiene el andar, es que distingue un monigote vestido de naranja que agita unas banderas en señal de pare, no te puedo creer, dice. El sol del mediodía derrite los vidrios de la pick up, la camisa de Dreuty se pega al asiento como chicle. Un camión con cereal ha volcado obstruyendo el paso.
Patricio enciende un cigarro, golpea los pies contra la base picada de la chata, se le cierra el pecho y suda ahora como una jugadora de voley bajo un tinglado un mediodía de verano en Santiago del Estero. Mira por el espejo retrovisor y sin soltar palabra al Panza se lanza a la banquina locamente y se topa con un camino lateral que le desabrocha el pecho. Vamos por El Ludueña le tira a Dreuty, que no deja de mirar como se sacude el chinchorro sobre el camino de tierra. Uno recuerda las bifurcaciones más que los caminos rectos, recuerda ahora las palabras de su docente de trigonometría y escupe hacia fuera olvidando que la ventana está cerrada por la tierra.
Una vez en la orilla le mojan la panza a la pequeña embarcación atándola también a un sauce llorón o de Babilonia (S. babilónica), el porte de este árbol es inconfundible: muchas ramas finas, flexibles y largas que cuelgan desde la copa hasta alcanzar el suelo. Entregan sin gracia la carnada a los hambrientos. El naranja del atardecer chorrea sobre las copas del horizonte como el Panza que arroja tinto con suavidad, como si acariciara un gato, sobre el limón, el hielo y el azúcar. Patricio acomoda la cabeza en el salvavidas y pierde la mirada en el agitarse de unos patos.
Existen otros sauces empleados en jardinería como el sauce cabruno (Salix caprea) que presentan una increíble floración. Su relación con las cabras radica en que los brotes son bocado exquisito para estos animales. Aquí en los labios del Ludeña no hay cabras pero detrás de un monte de Aromitos acechan dos pibes que queman la tarde con la gomera. Lagartijas cuerpo a tierra son hasta llegar a la soga y soltarla.
La embarcación navega ahora sin timonel. Se escucha una puteada ácida que despierta a tordos y cardenillas. Los pibes saludan desde la orilla agitando el cielo con dos remos. Otra vez a la deriva, piensa Del Solar y mira hacia babor tratando de encontrar una rama donde aferrarse.
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