CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Si no le avisa a Martín antes de la hora crítica, si no puede meter el mensaje que lo alerta: "a las once, no", si el celular al que envía el texto sigue bloqueado, o peor, olvidado en medio del basural que Martín amontona sobre su cómoda, no podrá salvarlo del tipo que lo acecha; el injuriado calza su mano en el picaporte de la pieza del motel (ya desanduvo el pasillo de alfombra rosa, ya pagó el cuarto que no va a usar, contiguo al de Martín y su pareja ocasional y con un empellón contra esa abertura tembleque y tuberculosa, entra y le dispara al montón que bulle en la cama, eligiendo cuidadosamente el cuero velludo y masculino como blanco). "¿Saben algo de Martín, por dónde anda?" alborota la oficina en tanto teclea con nervios, se la van a dar, Martín se la buscó, siempre metiéndose entre muslos donde los cartelitos indican "prohibida la entrada", o "cuidado: perro antisocial" predilección por las mujeres prohibidas, y por más que teclea: "suspendé tu cita; hay arma", el celular de Martín no responde, galaxia muerta. Detrás de su pila de expedientes, Genaro se acomoda la corbata y aclara que Martín ni siquiera apareció por la oficina, enfiló directamente a instalar programas en los tres estudios contables que había agendado para hoy, pero ¿cuáles? ¿dónde? Gesto de ignorancia de Genaro, señas de complicidad, "o bien... nuestro amigo se encuentra catando vellos púbicos de una señora en celo y caerá al mediodía, gato repleto", el analista redondea y bufa, como él Roque, bufa porque hay que impedir la mano izquierda en el picaporte, la derecha a arma alzada en el pasillo desierto empujando la puerta y gatillando contra Martín, un tipo pudoroso, discreto, que jamás alardea de sus affaires, asuntos que trascienden por el tenaz espionaje de Genaro, el seguimiento que éste hace de cada cita amorosa a través del conmutador, pendiente de las intimidades de Martín que luego reparte en el bar como si se tratara de un parte metereológico; ayer, batió la novedad: "Estamos de estreno... Renovamos mobiliario, digo damisela; te presento la nueva de nuestro latin lover, Liliana", y él, Roque, festeja la conquista porque Martín es un buen tipo aunque vulnerable y con sus debilidades; "Lilianita, cumplió 31 la semana pasada, una joyita"; el resentimiento de Genaro lo acorralla en el rincón de fisgar aventuras que le quedan grandes. Todavía amplió, oreja en el tubo: "ah... ésta es pelirroja y practica boxeo para mejorar su figura, se conocieron en el gimnasio Gym, mirá qué putita logró conseguir... boxeadora" Genaro sueña y envidia; pero él, Roque, lo corta, "basta, acabala con esas escuchas"; el celular de Martín no podrá salvarlo si el reloj sigue avanzando y el teléfono fijo de su casa señala la superficie vacía, ausente Martín enredado con una pelirroja, eternamente casadas, Martín vulnerable pero también dañino, Martín que ya baja del ómnibus, busca a Liliana y enfila a que lo hieran o hasta lo maten depende de la mala puntería del ofendido, y él que tiene que pararlo siente toda su impotencia ante el maldito cadáver del celular, su amigo abrazado a Liliana, el marido de ella enterándose del encuentro por esos enredos de la vida, Genaro y su lengua de ventilador que desparrama infidencias en la oficina, en el bar, en los mostradores públicos y no se puede parar al tipo que avanza por el pasillo de alfombra rosada con el arma en la mano dispuesto a ¿vengarse?, el arma que aprendió a usar por si los ladrones, no se lo puede detener mientras enfila al cuarto 315, ya pagado el uso del 314 que no necesitará; apoya la mano izquierda sobre el picaporte, la derecha a pistola alzada y empuja la puerta, ve el montón de carne, los pelos rojizos como un incendio destructivo y Martín y Liliana, estupefactos, gritan: "Roque, Roque, qué hacés", tapándose, mientras disparo hacia la ventana, el piso, la nada, tiro el arma inservible de un inservible, salgo corriendo y hasta me parece que lloro porque si se abrazan no puedo ni podré..., por más buen tipo que sea Martín y haya conocido a mi mujer por casualidad en el gimnasio, corro escuchando ecos de sus "yo no sabía, Roque", cada vez más cercanos, ahogándome aunque pretendan abrazarme.
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