CONTRATAPA
› Por Sonia Catela *
Con la caminera hostigándonos, sus policías abrigados que nos acosan desde las ventanillas y requisan a letra chica la documentación exhaustiva del auto, "aquí falta el seguro, muéstrenos el seguro", con Román y su desorden: manotea donde no encuentra la póliza, desmorona la guantera, abre el sobre con papeles tirado debajo del asiento, no cosecha "¿pagaste la cuota, Román?", "ojalá me acordara"; con los hoscos vigilantes mandando que nos estacionemos en la banquina, ahí no allá, donde clavan el ancla de su dedo en lo más profundo del sol, con los insoportables aguijonazos en mi vejiga por la ocurrencia de aguantarme mientras dejaba pasar estaciones de servicio posponiéndome para más adelante, ¿cómo saber que acabaríamos encapsulados hasta que aparezcan la póliza, la baliza, el último recibo de la patente? queda demorado, señor, ubíquese en la banquina, permanezca en la cabina, señor; Román se negará a mi pedido: "¿me acompañás al baño?" va a refunfuñar y manotear coartadas; claro que encuentra el "no" más barato: "si no busco los papeles, nos retienen aquí; se encapricharon". Aviso a los guardas que bajo, que necesito el retrete; camino adelante, el morocho atrás, empujándome con la mirada para guiarme, rodeamos el edificio rural pintado de amarillo, los eucaliptos, el alambrado; me señala la entrada, hay un largo pasillo, otra puerta, una más, nos internamos en el adentro de un caracol enrollado totalmente sobre sí, "¿dónde?", inquiero sin girar el pescuezo; interpone su corpulencia, corre un abanico plegadizo, señala el lavatorio, el inodoro, el acentuado olor a lavandina en lo que parece un placard más que un baño, pero me encierro y casi termino de aliviarme cuando se corta la luz, este ataúd sin ventanas ni ventiluces cae en un pozo ciego, negro; manoteo pero no ubico la cerradura, grito.
"Ya vengo" dice la voz encima, "cállese, estoy con usted, salgamos" pero me retiene, me sujeta de la carne, abusa de mi carne que esconde sus lenguas y se las corta, muda, si chilla acabará machucada, así es el juego, quedarse quieta; él planta minas que me revientan las tripas, me hamaca alto y fuerte, lanzándome al vacío, me atenazo a un punto fijo para no estrellarme, me aferro a sus hombros, su espalda. Que este subibaja doloroso y jadeante acabe de una vez, que pueda verme en la luz, lavarme, quitar los residuos babas del asco, salir de este laberinto antes de que se añada otro turista sobre mi cuerpo, un nuevo buitre a picotear mi carroña, que de una vez abra el picaporte del auto, me siente al lado de mi marido como si mi deseo sólo se enfocase en empezar el mate que saco del canasto, con la mirada de Román que busca, me revuelve y busca, "me pareció que gritaste, allá, en el baño", hurguetea pero lo eludo, "¿sí? no escuché nada", digo; se la tomaría conmigo, zamarreándome, terminaría bajo sus golpes, "pero demoraste mucho ¿por qué? ¿qué pasó?", me colgaría la A de adúltera, impotente, rabioso porque lo detienen y encierran en el auto; a desquitarse con alas de paloma, en consecuencia; el seis de agosto desencadenó una erupción sólo por el sello manual con que me estampó un borracho al pasar; le tiendo el primer mate: "¿encontraste los papeles?", "¿te parece que si los hubiera encontrado andaría hueveando aquí?", su ira; ya son las ocho, atardece en esta cárcel al aire libre, "¿vos por qué no tomás mate, che?" me acusa, "porque no quiero tener que ir de nuevo al baño" querría decir, pero eso alimentaría la fiera, así que sorbo y sorbo; trajimos dos termos, el viaje es largo, se hacen las nueve, las diez, los oficiales no se nos acercan, se empecinan en sus cercos camineros, detienen autos, los liberan, "a vos te pasa algo", insiste en este otro seis de agosto como aquel seis de agosto cuando la mano del hombre sobre mis nalgas en el baile provocó la reparación de Román escrita con cardenales y moretones, "disculpate" decía y escribía él esas disculpas a puñetes sobre mis carnes, seis de agosto aunque el calendario diga octubre, "¿qué hace esa marca en tu cuello?", busca Román, busca, "qué marca", "fijate en el espejo", "ah, mirá" (huyo) "me acordé que pusiste aquí, atrás, en la solapa del espejo, este sobre ¿no tendrá lo que buscamos...?" con sus papeles en mano, cartas de triunfo, me deja en paz, aunque sepa o sospeche, "te falta el collar, ¿dónde se te habrá caído?" sospecha, sabe, pero con el pie en el acelerador se cuelga los espolones, la cresta, el canto: "cebame otro, están buenos los mates"; al acomodar el termo vacío en el asiento trasero observo a la zaga el racimo de uniformes fileteados por el halo de resplandor, aunque en la carretera ennegrecida, cada vez que Román hace un cambio de luces, vuelven a aparecer, en grupo, intimidantes, sus siluetas de frontera que se desplazan por donde vamos; debería pedir "pará un ratito", pero antes que parar en la ruta y me sorprendan, me dejo, fluyo, me humedezco encima; humedecerme antes que enfrentarlos, siluetas que se recortan también en el vano de la cancel de casa, ellos, están. Cobro aire, deposito el bolso en el umbral y les murmuro a las siluetas que son Román, verdaderamente ellos y Román: "hoy no ceno. Me siento agotada". Busco el baño, le echo llave, trabo el pasador, bajo las persianas; me encierro, en mí, sitiada, rodeada.
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