Sáb 08.12.2007
rosario

CONTRATAPA

Escrito con el cuerpo

› Por Miriam Cairo *

UNO

Buscar en la anatomía del texto la propia naturaleza, en la circulación de la palabra el torrente sanguíneo, en el desarrollo verbal la constitución humana, en el proceso creativo el proceso viviente. Sospechar que el cuerpo también es una palabra que al retorcerse, enajenada por la pasión, deja los dientes al descubierto. Comprenderse como un cataclismo escrito. Como un paroxismo verbal. Sostener en cada línea los agudos gritos, los necesarios temblores, para luego ir deteniéndose poco a poco, y quedar inmóvil y silenciosa, como un punto final. Desde antes del entendimiento, sin más herramienta que la intuición, concebir la escritura como una manera de acceder a la existencia.

DOS

Ser una escritura que patalea adentro del vientre de la literatura universal. Que se gesta en lo leído. Una escritura que se desvía de los ojos del poder, que se sale de las casillas. Una escritura de los bordes, de los sótanos, de los caracoles, de las bodegas y los átomos. Una escritura de letras minúsculas, de ciudad, de río, montaña, azotea y planicie. Una escritura de lo propio como diverso, de lo diverso como propio. Una escritura como un escudo contra la uniformidad. Ser un texto como un estallido, como una rabia, como una insatisfacción. Ser un texto que no mejora el mundo pero que puede jugar con su empecinamiento, con sus aires de beata y su alma de burdel. Ser un texto de pie sobre el umbral de la noche. Un texto donde morar. Una intemperie que cobija. Un recorrido por caminos no marcados. Constituirse como un territorio velado por la lluvia y sentirse oriunda de esa oscuridad.

TRES

Ser un texto que mantiene la boca apretada contra la boca de quien lo lee, como si temiera que al despegarla ambos se cayeran en el lugar común del testimonio y la realidad. Un texto como un desgarro, como un alumbramiento, como un abrazo sexual, como una ebriedad estética. Ser un texto que no avanza necesariamente con un pie delante del otro y que se erige señor de sus propios tropiezos.

CUATRO

Escribir como una inocencia con un detalle ligeramente anormal. Escribir para que deje ya de temblar el cuerpo. Para que el rayo invisible nos fulmine. Para fomentar el baile de los ardientes, la danza sin fin de los ahogados. Anhelarse como una escritura con mil gradaciones delicadas, con voluptuosos preludios y sosegadas declinaciones. Erigirse como un juego de entrega y posesión. Ser una escritura llena de un cariño impertinente. Una escritura misionera, kamasutra, flor de loto, lobo en celo, triple x, sin género, sin velo, sin Canal α. Una escritura como un cuarto oscuro al que se entra encandilado por la luz del sol, y al principio sus objetos no pueden distinguirse pero luego, al salir del aturdimiento, se los reconoce como pequeños aciertos de la creación. Replegarse en una escritura de movimientos menores, más cercanos a la naturaleza propia, a la duda propia, a la sospecha propia.

CINCO

Ser un texto desde el cual se mira a la humanidad que gira alrededor del mundo, con el mundo, para el mundo y no querer participar. Un texto para los insatisfechos, para los ahorcados, para los quietos, para los partidos, para los soñados. Ser un texto que mira al mundo, que se mira a sí mismo, con su pequeño ojo orientado hacia la izquierda. Que se mira para tacharse, corregirse, preservarse de la comodidad. Un texto que camina por las palabras, con las palabras, en las palabras, hacia las palabras. Dueño de su singularidad y de su herencia. Ser un texto que mira con reverencia a sus textos hermanos y que se excusa de golpear las puertas de la fábrica de la literatura industrial. Un texto no domesticable, no clasificable, no cercenador, no cómodo, no satisfecho. Un texto que busca ser un vaso sanguíneo, en la anatomía de su lector.

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