Sáb 15.12.2007
rosario

CONTRATAPA

DIBUJITOS DEL CORAZÓN

› Por Hugo Alberto Ojeda

Toda mujer tiene algo que le falta.

Me gusta escribir de mañana, respirar el inmediato aire fresco llegando del río, creer en la melodía del silencio quebrada por la respiración de una mujer.

La naturaleza no sabe mentir.

Es un placer que jamás se ofrecerá en la góndola de los supermercados. Perder la mirada por la ventana buscando en la otra orilla del Paraná lo que no se sabe ver. Dejar que mis manos hagan lo suyo sobre el teclado mientras una mujer sueña.

El universo no pregunta.

Escribo, las palabras (Borges remix) como puñadito de arena cayendo en la nada y el infinito modificándose. La tormenta terminó, el sol no va a salir. Acontecimiento íntimo y absoluto Esta mañana el horizonte de las islas aparece despejado en el gris, casi como la línea de Times New Roman en la pantalla.

Letras, carta de un recuerdo feliz. Brunito estrenando su pilotín de los Power Rangers. Ayer tarde, turno de mi hijo con la cardióloga, examen de rutina, certificado de salud para presentar en el Normal 2. Mis zapatillas Topper de lona negra, mojadas. Las bocas de tormenta de Santa Fe y Santiago estaban tapadas. La clínica queda en calle Santa Fe al dos mil 400. Ayer era jueves y llovía, habíamos llegado 15 minutos tarde a la cita, todos los taxis ocupados, un sesentista 140 nos había dejado en la esquina de Alvear.

Cerrar el paraguas, buscar la tarjeta plástica que es el carnet y la secretaria dejando su caligrafía gorda en la orden de papel rectangular, para después decir:

-Suban, la doctora los espera.

Lo primero que vi fue su sonrisa iluminada. Estábamos subiendo la escalera circular de madera, la puerta abierta de su consultorio ofreció su gesto resplandeciendo en la penumbra gris.

Instante Da Vinci.

Después del breve y bobo trámite social, hizo sentar a Brunito en la camilla. Con esa dulzura que a veces roza la estupidez, ella le puso los electrodos con plásticos de colores primarios. Y contándole el cuento de los dibujitos del corazón, hizo el electro.

El tiempo es materia, nube y posibilidad.

Fue menos de un segundo. La tirita de papel con los garabatos impresos de los latidos de mi hijo, la doctora agachándose para buscar un frasco de alcohol en el armario y algo volviendo a resplandecer en la tarde gris. Un maravilloso culo extremando el motivo de la belleza, el abismo perfecto entre su remerita y la leyenda de su elástico íntimo. Tan cerca y tan lejos, la hembra y la matrícula profesional. Momento único donde podría haberse condensado toda la ola de felicidad.

Tenía piel gringa. No sé si registró mi placer, me turbé cuando miró mis zapatillas mojadas. En el mismo instante en que yo imaginaba que haría el amor como una cubanita bailando reggaetone.

La ruta del deseo está asfaltada por realidades ajenas y falsas.

Puse cara de poker, me dio el certificado y nos despedimos reiterando el absurdo ritual. La lluvia nos recibió en la vereda y otra vez el paraguas. Corrimos con Brunito hasta el super de calle Pueyrredón, el que fue vaciado por el ladrón Ragunaschi. ¿Se escribía así el apellido del pichón de Yabrán?

El viernes amanece, escribo, una mujer duerme y vos me estás leyendo. El cuarteto perfecto para la intemperie.

La potra que duerme despatarrada en la cama tiene un culo más alucinante que el de la cardióloga. Pero no me conmueve tanto porque está cerca y es cotidiano.

La posesión arruina la magia.

Las mujeres después de hacer el amor respiran distinto. En ese aire hace rincón la música.

Todo hombre tiene algo que le falta.

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