Viernes, 25 de enero de 2008 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Calor. Mucho calor. Muchísimo calor. Vuelvo a visitar la periferia, busco sin suerte algo de aire fresco en las calles de tierra por las que llegué. ¿Por dónde saldré de aquí? ¿Abandonaré algún día la ciudad? Inútil perder el tiempo en cuestiones que no decidiré. Ya me dirán ustedes qué debo hacer. ¿El sujeto parco y alto que buscará el puntual informe sufrirá tanto el calor como yo? ¿Las hojas manuscritas se derretirán o se evaporarán sin dejar rastros antes de que llegue a tocar mi puerta?
Los gourmets de las cucarachas. Creo que la palabra gourmet define a esas personas de gustos refinados que dedican su tiempo a probar manjares exquisitos. He descubierto, o para explicarme un poco mejor, si puedo, he ido descubriendo con el paso de los días que en la ciudad han aumentado aquellos gourmets que consideran que el plato delicioso por excelencia, además de ser nutritivo, es el de las cucarachas. Es un alimento que no se encuentra prohibido ni para diabéticos ni para quienes padecen gastritis o están afectados por divertículos. Como esos gourmets residen en barrios que requieren de un cierto estilo de vida diferente y una especial preparación para poder habitarlos, no cualquiera llega a esos lugares. Que por otra parte son sitios no muy promocionados sino todo lo contrario, se los pretende ocultar pues pertenecen a una elite, aunque en este caso se trate de una elite un tanto numerosa. ¿Cómo se llaman esos lugares? Bernardo Verbitsky, gran escritor argentino, no valorado como se merece, escribió una novela en 1957 que en su título utilizaba la denominación de esos parajes, que como ustedes podrán notar tienen al menos cincuenta años de existencia. No los nombraré, a pesar de que son bien conocidos en la ciudad, ya que su nombre está prohibido como el nombre de Dios, pero por razones algo más profanas. Volviendo a las cucarachas, debo decir que uno de los gourmets me ha enseñado algunas de las maneras que hay de prepararlas. La más común es en una sopa de arroz bien espesa a la cual se le agregan cucarachas y se cocina todo a fuego lento. Los de paladar exigente sostienen que las cucarachas deben ser arrojadas vivas a la sopa hirviente. Otra manera que también es usual: asarlas a la parrilla, que requiere de un pequeño rito durante el cual se canta una popular canción titulada "Todo bicho que camina va a parar al asador", que suele tener un ritmo de cumbia. Más rara es la preparación de cucarachas fritas acompañadas por hierbas silvestres que ignoro cuáles son. Por cierto que alrededor de la ingestión de cucarachas hay varios mitos que son prácticamente incomprobables. Se repite con insistencia que quienes las comen tienen una vida larga y saludable. Una ventaja adicional es que no se encuentran en vías de extinción, por lo que comerlas no atenta contra el equilibrio ecológico. También pueden disfrutarse como postre. Ustedes habrán notado que cuando se las aplasta derraman un líquido blancuzco que a muchos impresiona. No a los entendidos, que lo utilizan para preparar lo que han bautizado "dulce de crema de cucaracha", al que solamente agregan una pizca de azúcar. Para los días calurosos, nada mejor que un licuado de cucarachas, que puede tomarse con gin y jugo de naranja o con grappa y agua, pero nunca con leche porque la mezcla en cuestión resulta muy empalagosa. La venta de las cucarachas está considerada, no sé bien por qué, ilegal. Pero hay kioscos en los barrios que describí antes donde se las puede comprar a precios no demasiado altos. No hay mucho turismo que visite esos sitios ubicados, por lo general, en las salidas de la ciudad, pero siempre existen amantes de lo que consideramos exótico y acuden a mirar un poco y de paso alguien les vende un frasquito de cucarachas en almíbar.
Divertimentos en las afueras. Ya ha mencionado en este mismo informe esos parajes cuyo nombre está prohibido para muchos (una especie de prohibición con autocensura agregada); lugares que no logran tener, claro, la imaginería formidable e incomparable de aquellos que inventaron William Faulkner, García Márquez o Juan Carlos Onetti. Son mucho pero mucho más humildes y menos imaginativos. Pero en estos barrios también hay exigencia de ciertos divertimentos que no son, por ejemplo, ni el tenis ni el golf ni menos aún el cricket, que por un lado significa grillo pero que escrito criquet es un juego en la jerga británica. Pero a los habitantes de los sitios que les describo estas cuestiones del diccionario los tienen sin cuidado. Uno de los juegos que más les apasiona es nocturno, aunque nada impide que se juegue a la siesta o se practique de madrugada. Se trata de algo similar a eso que en otras jerarquías sociales se denomina "las viudas de los jueves", con la diferencia que, en este caso, se trata tanto de viudas como de viudos y no tan sólo de los jueves sino de la semana completa. Digamos que es un juego que está al alcance de cualquiera y que más de uno está dispuesto a jugarlo como una forma de buena educación. Es cierto que en general la ingesta (como se dice en los sanatorios) de alcohol es abundante y a la medianoche, sobre todo si la lluvia cae sobre los techos de chapa, la tentación es mucha. Hay algunos amateurs de la antropología que sostienen que los jugadores no poseen un concepto claro acerca de las relaciones sexuales y la paternidad. Por lo cual (como en aquellas sociedades estudiadas por Malinowski, Margaret Mead y Bertrand Russell entre otros) no existen los celos pero sí paradójicamente los crímenes pasionales, aunque no figuren en las páginas de los grandes diarios o en la televisión ni se manden a analizar fluidos al FBI. Se trata de un juego, de una prueba más a favor del "homo ludens" y así se lo toma, se lo observa y se lo deja igual que antes. Otro de los juegos que se practica es "la podrida", que nada tiene que ver con las partidas de naipes que se juegan en otros barrios. En este caso consiste en poner sobre una mesa (si es que hay mesa) todo lo comestible encontrado en los contenedores de basura y, por riguroso turno, se van ingiriendo aquellos manjares que pueda tomar el que le toca. Existen sociólogos interesados en la materia que dicen que un antecedente pude encontrarse en un juego que se hacía en las mesas donde se reunían los revolucionarios mexicanos del tiempo de Pancho Villa o Emiliano Zapata. Para probar su hombría, los jugadores se quedaban esperando que alguien lanzara un SmithWesson al aire listo para disparar, y cuando el arma caía sobre la mesa se disparaba y alguno podía salir muerto. En realidad es parecido, sólo que por estos lares se muere por el efecto de un ala de pollo podrida o un trago de leche en mal estado. Según el rumor que escuché por allí, las autoridades piensan organizar una gran competencia de "podrida" (si es que aún quedan sobrevivientes) para los festejos del bicentenario de otra revolución, la de Mayo.
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