CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Cuando Corina planta su brazo escrito de hombro a muñeca, aunque falta un día para la fecha negra del almanaque, cuatro de marzo, me desperezo ante la mesa del desayuno, distendido pero controlando la superficie de las cosas, que mantenga su calma chicha de normalidad en esta inmediatez de semejante efemérides, doblo el diario, lo apoyo al lado del plato de las medialunas y me asalta el mensaje inscripto por Corina ("muerte") que, a lo largo de su codo, despliega una bandera corsaria propicia al pánico, un fileteado de recordatorio que no es "ver Almorzando con Mirtha" o "tengo que hervir choclos" y entonces cómo sostener las columnas para que el cielorraso del día no se desmorone sobre este tres de marzo y nos aplaste, porque, aunque en la víspera nadie muere, mañana será cuatro y a armisticio roto, entonces sí, muerte, lo que requiere ofrecerle apresuradamente más té, querida, acercar la tetera a su taza sopesando estrategias de aproximación por caminos diagonales y de puertas traseras "¿qué tenés en el brazo?" se dice, por ejemplo, y que Corina me conteste "en eso andamos", "¿en qué andamos?", "en entender por qué me escribí esa palabra..." no recuerda, todavía no recuerda Corina querida, y pasa manteca al pan como si hojeara las páginas de un diario o el diccionario de su memoria en busca del por qué del letrero, aún lejos aunque en eso ande hoy mientras el té de las ocho se vuelve queso en su pocillo olvidado y yo busque su boca con una avidez que nos termine llevando al dormitorio, a cerrar las cortinas, a ocultar las horas y latir según otro sentimiento del que traerá mañana amaneciendo luto, pero Corina no deja de pasar manteca al pan o las hojas de su diccionario cuando me indica ponete las medias que ya tengo puestas o que te vaya bien en la oficina sabiendo que los sábados me toca cobranzas y doblando sábanas olisquea algún olor perdido; hay que recordarle, antes de salir: "No te olvides de tu cita en lo de Petra", "pero si me llamó anoche para trasladar mi turno al martes" y su mirada en blanco, Corina en blanco, sola, buscando cabos con los que su brazo confiese, largue la lengua, y andando, me aboco a cruzar las multitudes que cortan calle San Martín por una manifestación docente, pero desde el teléfono público de Ayolas hay que detener a Corina, detener el riesgo de su recuerdo: "Tengo una invitación, vayamos a pasar el fin de semana al río, a la isla, un compañero me dio el dato de cabañas que se alquilan por horas", romperle las asociaciones mediante un exceso de agua, romper el cemento, la calle sanguinolenta, eludir cuidadosamente la zona minada, Bv Gálvez entre Laprida y 25 de diciembre, evitar la comisaría 18, borrar el vestíbulo donde pasamos casi diez horas esperando, y la lancha va abriendo posibilidades de peces que bogan por abajo y nos gusta nombrar, sábalos, dorados, bogas, pacúes, ¿trajiste anzuelos? ¿y carnada? pero si no sabemos pescar, se ríe un poco chillona, ni queremos sacar bichos que se asfixien entre los yuyos; en la heladerita hay agua fresca que Corina sirve en unos vasos descartables y traje milanesas frías, y chorizos de campo y sigue pan, cubiertos, y sigue ¿qué día es hoy, Mario? me aferro a la piragua para no caerme del borde al peligro, ¿qué día? hago como que consulto el reloj, tres de marzo, Corina, ah, me parecía, contesta ella y se repasa el brazo sin traducción, todavía, no hay que preguntar por qué le parecía que debía ser tres de marzo este sábado ni qué olores percibe o señales que se lo marquen con esa precisión, sino atracar la piragua, bajar la heladerita, darnos cuenta que olvidamos el repelente de mosquitos, "haré humareda con ramas verdes, como antes ¿te acordás?", "¿cómo antes del 4 de marzo?" envía a través de sus labios una catapulta interna que no comprende "¿qué quise decir?" mirándome con esa sospecha que logra acongojarme porque la tristeza la empapa por debajo a Corina y se le cuela por todos sus orificios corporales; y, porque yo también estuve allí aunque no condujera ni manejara el volante, a su lado, frenazo en Bv Gálvez, bajando con locura, mirando lo que sangraba sobre el pavimento, esperando diez horas en la sala de guardia, oyendo los "Luisito, Luisito" de gente desconocida, que nos odiaba sin conocernos, tapándonos la cara aunque diéramos la cara, cuatro de marzo,
"abrazame", pide dejando caer las ramitas secas que andamos juntando para el asado; dice "¿por qué te ponés tan triste justo los cuatro de marzo?", "no lo sé, querida, algo que me habrá pasado en la infancia", "claro" me alienta apantallando las brasas, lavándose el brazo en las aguas opacas del Paraná, decidiendo olvidar, tapando el cajón donde patalea ese Luisito con todas sus fuerzas para salir y contarnos y atraparnos con su penuria y nuestra pena, Corina decidiendo no recordar, alzando ramitas, apantallando, olvidando, todavía.
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