CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
El porque de un fracaso, no se explica, se llora. Ya lo hice a mis veinte años, cuando comprendí aquello de "para tarde es temprano, para temprano es tarde", recluido en ligas menores, artes sin competencia ni estandartes ya un poco viejo para el rock and roll pero joven para morir entendí que había dejado escapar la liebre de la quimera y me quedaban en la olla algunas papas tristes y un caldo miserable. Yo tenía todo para llegar: Buen juego aéreo, gambeta en espacios reducidos y picardía para la pesca de rebotes. El único inconveniente por así decirlo era la multiplicación, no la división. La suma y no la resta. Como si el fútbol fuese un juego aritmético emprendí una batalla adversa para que se me comprenda mi mal y se me admita: Llegué al mundo con dos piernas derechas. En ello radica mi fracaso y mi éxito. Quienes me conocen saben lo que opino sobre la minusvalía: La obviedad de que el corazón se inmoviliza o tiene defectos, el resto es un decorado. Pero, eso, andá a explicárselo a un animal selvático en que pude constituirse un entrenador. Por ello escondí mi diferencia. Es cierto que iba muy por afuera, tal es así que muchas veces dersbordaba tanto que me solían parar en la vereda del club. Es cierto que me ladeaba mucho pero eso contribuyó al mareo adversario. Y es cierto también que nadie advirtió este inconveniente porque a simple vista las piernas eran parejas como dos estandartes: Solo yo sabía mi repetición de miembros, solo yo conocía la dificultad de hacerme a medida un falso botín izquierdo de apariencia. Aprendí a disumular. A que el utilero me mire como a un subversivo. Bañarme solo, aparte del resto. Quería triunfar en el deporte para luego, una vez consolidada la fama y la gloria, declarar que había llegado allí a pesar de. Que había hecho trampa pero al revés, para bien. Pero los malos hados obraron en mi contra. No obstante los tantos o centros geniales pues le pegaba con la "zurda" y el efecto era inverso. En los penales era certero e insólito. Me sabía de memoria los efectos y los repetía a escondidas en largos, nocturnos entrenamientos a puertas cerradas. Pero repito: La mala fortuna obró con pericia. O mejor dicho las hormonas: Me enamoré. Y allí empezó ella: Que porque no me hacía tratar, que en Estados Unidos había un método para emparejarlas, que a espaldas se burlaban de mi pues sabían de mi secreto, que me llevaban como rareza o para hacerse los democráticos, y que ella solamente ella me quería verdaderamente. Y así. En el torneo fuí goleador y quedamos a tres puntos de los de arriba. Si seguía así debutaría en primera en cualquier momento. Pero andaba desconcentrado: Un centro que tiré para la cabeza del nueve derivó en un gol en la cancha de al lado y un córner tirado con la falsa zurda cayó en nuestra propia área. Solo frente al arquero le dí al aire y cuando me restaba empujarla en la línea hice una chilena. En un penal donde le pegué tan mordido y envenenado la pelota volvió mansamente a mí y el árbitro al no saber qué sancionar gritó "!siga, siga!" y me la quitaron. Mis compañeros no me miraban con desprecio porque les hacía perder jugadas de gol cantadas, más bien lo hacían con superstición. Se empezó a rumorear. El DT tuvo una charla aparte y me escribió un teléfono y una dirección. Es una señora experta en brujerías, vaya, vaya. Contrariado me refugié en los brazos de mi novia. ¿Viste? Yo te lo dije, son gente mala. Yo soy la única que te va a querer bien. Ahora, dale, mirá estos folletos médicos y estudiemos el asunto, por algo somos novios y nos queremos. Durante el receso aproveché y viajamos a la consulta. Me operaron, regresé justo una semana antes de los entrenamientos pero cuando averigué no me habían renovado el contrato. Me probé en un cuadrito chico y me aceptaron. No ya como el gallardo diez que hacía parábolas de circo y servía pelotas extrañas de gol a sus compañeros sino como un esforzado cinco retrasado tan común como útil. Esa temprada no hice ningún gol.¿Ves?, me decía ella. -¿Ves lo bien que te hizo la operación, mi amor? Si hasta parecés otro. El porque de un fracaso no se explica, se llora siempre digo.
Hoy entreno pibes de las inferiores y obligo a pegarle con las dos, como corresponde. Mi novia se casó con un futbolista rubión y exitoso con quien huyó a Europa. Siempre fui respetuoso y honesto pero eso no me sirve de consuelo. Cuando me preguntan porque abandoné tan joven y vivo confinado en ese puestito mísero solo respondo que el amor me hizo una mala jugada y que siempre fui un tipo derecho, muy derecho.
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