CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Uno: Si no tenés el coraje de aumentar los impuestos en los noventa días posteriores a haber ganado las elecciones, no tenés pasta de gobernante. Y me miró. El hombre, político respetado por derecha y por izquierda en los últimos setenta años de historia argentina, apuró su café y dijo: Buenas tardes y mucha suerte.
El reciente aumento de tributos dispuestos por el intendente de la ciudad se cumplió con algo de tardanza a la luz de los tres meses pedidos por el gurú de la política vernácula pero a tiempo, bien a tiempo, si se mira el 10 de diciembre de la asunción del Ingeniero Miguel Lifschitz. Nadie puede dudar, ni por esto ni por muchas otras cosas, que el socialismo popular tiene pasta y ganas de gobernar. La pregunta que cabría entonces es saber si el PSP quiere hacerlo con ganas de imponer un cambio en las tradicionales artes de la administración teniendo en cuenta que desde la Quiaca a Tierra del Fuego se resalta que el Santa Fe ahora, en Rosario desde ha mucho tiempo, gobierna el socialismo. ¿Tiene algún sentido preguntarse hoy día si el aumento de tasas o seudo tasas puede analizarse a la luz del cristal socialista? Y me miraste. Buenas tarde y mucha suerte, pensé.
Dos: "El socialismo es una ideología política que designa aquellas teorías y acciones políticas que defienden en principio un sistema económico y político, basado en la propiedad o posesión democrática de los sistemas de producción y su control administrativo por parte de los mismos productores o realizadores de las actividades económicas (trabajadores) y del control democrático de las estructuras políticas civiles por parte de los ciudadanos. Por ello normalmente el socialismo se asocia a la búsqueda del bien colectivo, al desarrollo en cooperación e incluso la igualdad social y en poner en el poder a quienes realizan la vida social y económica de una nación en lugar de darle poder sólo a aquellos que las puedan comprar o concentrar el control de ella. De ahí su carácter originalmente anticapitalista".
Las hojas con tres orificios, protegidas de las veces que se arrancaron por anillos autoadhesivos, son Rivadavia. La carpeta está forrada con una foto de Queen en donde Mercury parece inmortal. Y de hecho, lo es. Los apuntes se salvaron del volquete de basura cuando nos mudamos porque reclamé el derecho a la propiedad de mis papeles y a las acciones privadas que de ningún modo perjudiquen a un tercero. Te imagino peleando con tu madre que quería hacer limpieza de cachivaches y papeles viejos y recitándole a los gritos que nadie puede ser obligado a hacer lo que la ley no manda ni privado de lo que ella no prohíbe. Y así fue. Terminaste la secundaria, vino el cambio de casa y vos te aferraste a tus apuntes de Instrucción Cívica como quien lo hace a las cartas con el primer amor. Resulta que la materia la daba un tipo, me contaste, que nos hizo comprar la Constitución Nacional de una editorial específica que traía el Estatuto del Proceso de Reorganización nacional. El tipo leía el artículo 18 y enseguida iba a la proclama de Videla haciéndonos acordar que el pobre Alberdi estaba suspendido. La escalera de la escuela tenía 72 escalones. Yo los contaba cada mañana para exorcizar el odio a la obligación de ir. El profesor no debe haber tenido tiempo de hacer sumas porque cuando cayó de traste estaba en el segundo contado desde arriba y al llegar al 60 ya estaba inconciente. Derecho a la libre circulación por la patria, me dijiste. Ambulancia, fracturas varias, nombraremos a una suplente. Fiesta, ya se sabe. La que reemplaza garantiza fiesta. No más de cuarenta, gordita, vestida para caminar por una ruta y encandilar con el reflejo de la luz a los automovilistas, la mujer entró al curso recitando "las acciones privadas de los hombres que no ofendan a la moral pública ni afecten a un tercero". Nos miró. Nadie supo por dónde empezar a molestarla. Levantó las dos manos como dirigiendo a una orquesta y ordenó. "Todos conmigo. Las acciones privadas de los hombres... Silencio. Otra vez: las acciones privadas de los hombres...". Desde ese día, cada vez que Elena entraba al aula gritábamos a coro con ella el artículo máximo de la libertad constitucional que aprendimos de memoria, desde el corazón, para hacernos amigos de la Carta Magna. Lo próximo fue arrancar el Estatuto militar del librito comprado por orden del fracturado y por fin nos enseñó a estudiar algunos conceptos políticos básicos. Afuera gobernaba Viola o Bignone. No me acuerdo. Adentro, Elena.
En esos mismos apuntes figura Francois Noel Babeuf. Leo tu letra desprolija de la guillotina afilada para luises y maría antonietas, la revolución libertad, igualdad y fraternidad, los que se sentaron a la derecha en el recinto de la asamblea y a la izquierda, a la siniestra, dice resaltado porque Elena nos enseñó que las casualidades de los que bautizan las palabras no existen. ¿Podés creer que hasta hoy me acuerdo de lo que aprendí con ella?, me dijiste. Y no te hablo del mítico artículo 19 sino de las definiciones de estado ("es la organización de la convivencia territorialmente compartida"), de socialismo como ya te dije y de lo que quería el primer socialista que la historia reporta. El pobre Babeuf pasó más preso que libre pero cansado de los señores feudales pedía una reforma impositiva: "El sistema impositivo debe ser una demostración de los métodos convenientes para garantizar los principios de la base y la distribución justos y permanentes y de la percepción fácil de una única contribución tanto sobre las posesiones territoriales como sobre las rentas personales". En su obra Babeuf abogaba por un sistema de división de todas las propiedades en razón de once fanegas por hogar. Es cierto que el primer socialista era un firme defensor de la abolición de la propiedad privada y del derecho de herencia así como de la colectivización de la tierra ha por lo que ha sido considerado como uno de los primeros teóricos del comunismo así como un pre-anarquista.
Pero el primer socialista funda el norte tributario del pensamiento de izquierda cuando quiere un impuesto justo y permanente, único y sencillo. Yo me acuerdo, me dijiste.
Tres: El notable aumento de las tasas municipales del año pasado y el de esta semana abre un enorme debate desde el bolsillo y desde la intención. El muy buen funcionario Gustavo Asegurado justificó el tributazo diciendo que es apenas poner en actualidad lo que no se hace desde los setenta y que, en todo caso, unos diez o veinte pesos al mes no es para tanto. Cada vez que escucho este último argumento me dan ganas de ofrecerle con gentileza al que lo dice que no se esfuerce por cobrarlos: total, no es para tanto. Pero se ve que no me escuchan. Se ha escuchado desde la Secretaría de hacienda que no es justo que si vos mirás al río desde la ventana de tu casa pagues lo mismo que si mirás a uno de los tantos basurales o calles abandonadas de la mano del Intendente de la Barcelona Argentina. Será. Debería recordar el funcionario que él mismo se contradice cuando le cobra el mismo tributo al quiosquito en el límite del municipio que al de Córdoba y Corrientes. Raro criterio de equidad. Por fin, si uno piensa que a la TGI hay que sumarle la EPE ahora socialista, el transporte público, las frutas y tomates, más todos lo que se te ocurra el debate desde el bolsillo tiene un claro ganador. Dejaremos de lado el tecnicismo no poco importante de recordar que las municipalidades no pueden cobrar impuestos, tributos sin servicio a cambio sino que sólo pueden percibir dinero por alumbrados, barridos o limpiezas, base de la aumentada tasa. Si yo tengo dos metros de frente en el centro o en la Florida, ¿no es lo mismo lo que se le alumbra, limpia o barre? Pero eso es tan árido como técnico.
El otro gran debate es saber qué tipo de ciudad queremos tener. Puede legítimamente aspirarse a un municipio cercano al ciudadano que no sólo barra sino que brinde salud, se preocupe de la seguridad y ofrezca cultura, esparcimiento, entre otras tantas necesidades. Puede argumentarse, entonces, que con una mera tasa de alumbrado no hay modo de ser un municipio casi estado. Y, sin discusión, eso es verdad. Si Rosario se hizo cargo de tantas cosas que no le son de competencia originaria y debió pedirle a sus ciudadanos un esfuerzo de bolsillo, no es disparatado que hoy explique que las necesidades crecieron y por ende sus tasas. Eso sería decir la verdad. Y no camuflar con pretendida equidad a dedo la desesperación financiera buscando excusas como ventanas que miran al Paraná. Uno supone que decir la verdad ha de ser tan complicado como exigirle a la gestión provincial de identidad socialista a la de acá que ceda parte de lo que cobra por impuesto inmobiliario (¿ya no pagás más por ser vecino al Monumento?) o brinde los servicios como debería ser. En campaña no se habló de aumentos y se fustigó la discriminación de la Casa gris en perjuicio de la de los Leones. ¿Eso se corregirá con el mismo vigor que se aumentan tributos? Quizá también sea verdad el evaluar, con coraje mayor que la complacencia burocrática, si no es hora de creer que el poder se acumula de otra forma que no sea el rodearse de amigos obedientes nombrados sin control para que levanten la disciplinada mano para decir que sí.
Babeuf es un recuerdo histórico, pero la distribución justa hecha en base al impuesto único es una referencia. ¿O ser socialista es sólo tener memoria histórica?
Cuatro: Si en los primeros momentos de tu gobierno no sos capaz de tomar las medidas que sean necesarias para consolidad lo que la suerte te ha deparado, tampoco tenés pasta de gobernante. Lo miraste al viejo político, todavía de pie cerca de tu mesa y le dijiste: Eso no es socialismo. Eso es Maquiavelo. Y se rió.
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