CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
Huir de la rutina diaria para caer en otra, la del fin de semana con partidos, puede parecer para el lego en la materia una redundancia. Pero para el futbolero no es tal. Es el escape perfecto; una ciudad dentro de otra, un laberinto dentro de otro, el enigma de un resultado por la costumbre añeja de repeticiones que pese a ello, son impredecibles. Un futbolero que vive prendado de ese amor esclavo y que admite conseciones a la hora de la cita imperdible, es un muerto en vida. Puede ser porque se haya vencido solito o bien que el sujeto se haya puesto bajo el dominio territorial de una dama y ella considere la salida como un pretexto para que el caballero huya del sacrosanto hogar.
Usted dirá que es una escena antigua, pero que las hay, las hay. Así muchos han tenido que camouflar su deseo: Inventar un pariente muerto justo en domingo o un donativo urgente de sangre para un amigo u horas extras o calamidades varias. También suele ocurrir que cuando la cola del diablo se mete produce catástrofes: Su cara aparecerá en pantalla cuando filman las tribunas y algún buey corneta que nunca falta se lo habrá de revelar a la señora dama o bien puede suceder que caiga a la vista de ella, el ticket de la entrada en plena requisa por el contenido del pantalón. Me han acusado de misógino y de machista, pero créanme, amigos, que este universo horripilante aún prevalece, velado en algunos casos, pero que está vivo lo está. Ella está mirando un unitario y de forma casual, tipo miércoles, le habrá de comentar al varón que el domingo se comprometió para que vayan juntos a un encuentro de matrimonios de la Fe Reencontrada, por decir algo y que los esperan con ansiedad en el grupo. O bien que es cumpleaños de un sobrino amoroso y que ella desempolvó aquel viejo traje de payaso que él supo usar para animar la fiestita del primer vástago y ahora es hora de repetir el numerito. El sobrino es la encarnación de Satanás y se detestan. También la dama puede emitir aquello de que la mamá los espera a la tardecita porque encontró viejas fotos que pretende mostrarles. Al tipo se le cierra el estómago. Por ello, él ya se ha ido previniendo y anuncia catástrofes, encuentros y citas un mes antes, fixture en mano. Sospechoso, surrealista, pero el tipo, inocentemente abre el paraguas ante el diluvio y los rayos, pobrecito. La historia comienza aquí: El tipo leyó quince días antes que jugaban tres puntos de oro frente a un rival odiado pero que venía mal: Era el momento indicado para la reivindicación. La imagen de Barreda y su escopeta yendo a los campos, la de Fendrich con su camouflage de paseante se le apareció con la culpa que siempre lo embargaba cuando sentía que estaba por cometer una fechoría. Verguenza por mentir. Porque lo agarren. Por haberse dejado humillar. Por haberse dejado arrinconar así. Por todo. Como sea, venció el último prurito y tomando aire anunció que aquel domingo se iría de pesca. La mujer asintió. Ya él se encargaría de llenar el vacío entre las horas anteriores y posteriores al encuentro futbolero para no levantar sospechas. Comería temprano en una parrillita y luego deambularía por la ciudad esperando la noche y tal vez en algún bar 24 horas vería, si dios quisiera, la repetición de los goles de su equipo. Los truenos lo despertaron. Dudó en salir de la cama. La mujer, insólitamente lo alentó. Le ayudó con el pequeño bolso de mano: Las tenazas, el reel desarmado, las botas. Todo aquello le pareció ridículo, lo peor era la carnada consistente en tripa de pollo. Si hasta dudó en claudicar y gritar su verdad; pensó en quedarse en casa, oirlo por la radio pero una mirada le bastó: Ella estaba hablándole de algo zonzo que podrían hacer si llovía y ello lo acicateó para irse. Almorzó en babia sintiéndose por primera vez triste por algo indefinido, como un mal pálpito. Al llegar a la cancha un operativo lo desvió y por la radio enteróse que el partido se había suspendido. Volvería a casa, razonaría con ella, estaba cansado y deprimido por tanto esquive. Ya era hora. Regresó. Metió la llave en la cerradura. Vió salir al tipo de su cama como un fantasma. Era flaco y estaba temblando desnudo entre la silla y el perchero. Ella gritó algo y logró interponerse entre su amante y el marido. Eran las 15.30; él debería estar en la cancha ¿Qué estaba haciendo en su casa? ¿No empezaba a esta hora?. Todo esto el tipo leyó en los ojos de su señora. No supo bien lo que hizo después. En el alegato criminal el abogado defensor le leyó lentamente las últimas palabras de la víctima, la querida señora. El pata de lana no tuvo tiempo ni de gritar piedad.
¿!Por qué, por qué me haces esto!? !Si yo sabía, lo supe desde siempre que e escapabas a los partidos! ¿!Porque no me dejaste vivir la mía!? !¿Porqué, porque?!
Ahora, en los domingos ni siquiera oye la transmisión. Juega al ajedrez y ya es campeón imbatible en todo los pabellones. Hay veces en que parece enloquecer, le sale espuma por la boca y se desmaya. Salvo eso, la lleva sosegado, comprendiendo que cuando vea el sol cumplirá los setenta. Es otro tipo definitivamente, alejado por completo del laberinto y el amor esclavo. Le suceden los ataques solamente cuando alguno menciona la palabra cárcel, cambiándola por la palabra penal.
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