Mar 29.04.2008
rosario

CONTRATAPA

El asadito de Schwartz

› Por Daniel E. Greco

A Jorge Luis Borges, Robin Wood, Roberto Fontanarrosa y Les Luthiers

El sargento Schwartz era un caso. De soldado raso, lo habían ascendido derecho viejo a sargento por su braveza en la carga contra los Quilla Huasi, unos indios malísimos que asolaban las poblaciones de Phillips y por su desempeño intachable en el fortín Siddi-Bel-Abbés. En esa campaña rescató a una cautiva de los Quilla con la cual se aquerenció y finalmente hizo su mujer. Una turca llamada Fátima Zulema Yamila Yasmín Shakira Jezabel María del Luján Haidar. Le decían "Fati". A veces la confundían con el famoso dibujante de historietas y le pedían algún boceto. Pero ella los conformaba regalándole "kepi", una condimentada comida árabe basada en carnes rojas y chilepiquín.

Pero ese mediodía Schwartz vino gallardo, Miguel, pura estampa guerrera y gaucha como Don Segundo Sombra, el que no podía asistir a ningún match de box porque ande gritaban "segundos afuera" el viejo se mandaba mudar. Todo un cacho de gaucho, a cumplir una promesa impostergable, insoslayable, imperdonable: hacer el asadito del 25, tarea a la que se había comprometido luego de sumarse tamaña ringlera de vasos de tinto sin mezcla. Después de todo ¿con qué lo iba a mezclar?. Si lo mezclaba con algún blanco ignoto le quedaba un dudoso "rosado de la casa". Así que le dio derecho viejo al tinto hasta que se le derramó la promesa. A pesar de nuestra tranca, tuvimos la lucidez necesaria para tomarle la palabra. Después de todo, ya estábamos en eso. En tomar, digo. Savino apoyó la moción desde abajo de la mesa donde se había caído a causa de la copiosa ingesta de alcohol. Creo que, al ver que no se movía de allí, llamaron a un médico que le declaró "intoxicación alcohólica", lo que finalmente se igualó con su normalidad, dado el nivel de alcohol que le detectaron en la sangre. A pesar de tener alcohol, linfocitos y glóbulos rojos y blancos, en ese orden, se quedó con la sangre que tenía. Es que, en esa época, no había llegado el progreso, mi amigo. No iba a venir ningún gringo, ningún Keith Richards a decirnos que nos podíamos cambiar la sangre. Yo como tengo "factor universal" me vienen a pedir sangre desde varias galaxias. Estuve a punto de participar en la Guerra de las Galaxias pero tuve suficiente con la guerra del Paraguay donde participó Dominguito pese a tenerlo expresamente prohibido por Enrique Muiño. Además, nunca me acostumbré a usar ese sable con relumbrón y sonido sibilante. Demasiado cagazo ya me agarré allá con las yararás.

Bueno, después de esta comprensible digresión que, según Lezama Lima, el famoso fileteador, es parte integrante de la conversación, retomo diciendo que Schwartz vino gallardo, como dijo García Márquez, montado en su fiel overo rosado Mulele.

Como dije antes, este Schwartz era un caso. Cuando arengaba a la tropa, sus gritos y sus tacazos eran colosales. Demenciales, diría yo. Y en sus tacazos se inspiró el maestro Mariano Mores para componer su transatlántica milonga. Metía tanto barullo en la instrucción que, una tarde vino desde Fray Bentos vía "buquebús", un muchacho con una enjundia considerable y un termo abajo del brazo diciendo que qué era ese quilombo que quería dormir la siesta.

Presto, encendió el fueguito y fue agregando costillas, vacío, chorizos, salchicha parrillera, molleja, chinchulín, seso, violencia, camote y hamburguesas (por su apellido, se inferirá que éste era un gaucho.....germano).

No le digo lo que fue éso. Una comilona....pantagruélica, feroz. Un banquete de pordioseros. No faltó el buen tinto y los cuentos verdes. La payada, la canción campera, el chascarrillo y el entono a lo divino con el santo gordo de Aquino. Que cuando llegaron los primeros nubarrones amenazantes, era tal nuestra temulencia, que no atinamos a nada. Se entraron a volar los manteles como en los relatos del puestero Fellini, el que, finalmente, puso una pulpería llamada "Armacord". Los chajases y otros coleópteros enmudecieron y se pusieron a buen resguardo mientras nosotros, inconscientes, entonábamos una vidalita desafinada. Cuando empezaron a caer los primeros goterones. Y luego se fueron cayendo los paisanos. Al principio creíamos que eran las bajas inevitables del considerable peludo. Pero después comprobamos que caían desmayados por los golpes que recibían en la cabeza de los mismos pedruzcos guasos, brutos que caían del cielo.

Aquella fue una granizada como esa otra famosa que sumiera a Rosario en el desasosiego y la ignominia.

Lo ocurrido sólo ameritaba que los paisanos todavía conscientes se prendieran a las buenas tortas asadas al estilo Morla y Schwartz y su señora, al baile que producían unos musicantes improvisados que hacía rato estaban meta guitarrear y meta ensordecer con la milonga que, después de la lluvia, corrió como un incendio.

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