Miércoles, 14 de mayo de 2008 | Hoy
Por Daniel Greco
"Dani, no tenemos retorno, no escuchamos lo que tocamos. El ruido de porrones, vasos, sapucais y alpargatas sobre la portland no nos deja escuchar ni una escala pentatónica, ni una bajada de bajo, ni el registro cuerdas en el teclado, ni un redoble, ni un tresillo de la batería, ni un mugido de las tumbadoras, ni un "do de pecho" de Pichincha. Ni un "do", ni un "cuatro", ni ningún múltiplo de "do" dice Enzo.
"Pero Edgardito tiene un juego de bafles postaposta que nos podrían servir. Los conectamos a la salida auxiliar de la consola, ésa que dice 'speakers RL'..." propone Cachito.
"¡No!" se altera Edgardito como si alguien le hubiera pegado una palmada en sus partes pudendas, y, en su inquietud, tira un cenicero, que se encuentra al lado del teclado y que se astilla con un sonido de "fracaso de cristales" contra el suelo "Esos bafles son de un equipo de música... ¡¡de mi hijo!!".
"Pero loco... ¡No seas tan delicado!. ¡Esos bafles tiran bien! ¡Se la bancan! Es un retornito mínimo. Para saber lo que tocamos, nada más. Para no tocar como los Beatles en el Shea Stadium, que se pegaban unas perdidas, y Ringo en "Act naturally" aullaba como un perro, y John y Paul se trabucaban con las letras y John tocaba el órgano Hammond con los codos..." dice Cachito.
"...Sí, sí, ya sabemos lo que hicieron los Picles en el siglo pasado", dice Pichincha, nuestro cantante, con impaciencia: "Ahora tendríamos que probar las cajas de Edgardito".
"¡Pero, querido! "todavía se resiste Edgardito" ¿Sabés la potencia que tira esa consola al mango, en el fragor del baile, cuando están todos chupados?. ¿Sabés el amperaje.....la onda expansiva que tira?.
"Pero esos bafles parecen gauchitos --dice Arístides vagamente-- no creo que..."
"Probemos", digo yo con la tranquilidad de saber que los bafles no son míos.
"Dale loco, no seas tan fruncido --dice Cachito, sacándole un pucho--. Si se rompen... ¡yo te los pago!".
"¡í¿Qué?!".
"... Te los arreglamos".
"¡Ah! ¡Qué mal que escucho!... Qué los van a arreglar, qué los van a arreglar... querido. Si se hace bosta... ¡se hacen bosta!".
"Probamos Edgardito, no creo que pase nada", dice Enzo con el poder de síntesis que tiene cuando baja a tomar mate, mudo, a la cocina, si algo no le gusta. Y da por terminada la discusión.
...
Esa noche, Las Flores era un paisaje lunar. O de algún otro satélite. Se veían unas caruchas... Los pibes parecían capaces de apuñalarte para sacarte unas "hard top". Y corrían los porrones como agua... como agua bendita y antihistamínico, el sustituto que había encontrado Homero Simpson a la cerveza en la isla de los Mares del Sur. Así que los muchachos estaban descabezados... por no decir "decapitados", que no da la idea de como estaban. Es decir, la cabeza seguía en su lugar, pero.... Bueno, basta. Tengo una tendencia familiar a explicar las analogías, los chistes, las sinécdoques, los sujetos tácitos... ¡Eso! Eran unos sujetos como para no darles la espalda.
Para colmo, se nos habían acoplado esos plomos que trabajaban gratis y que tenían una expresión asesina en el rostro. Pero eran buenos. Eran buenos para el suncho, el punzón, el alambre de cobre y demás.
Armamos todo y enchufamos los bafles de Edgardito, a modo de retorno. Entre el barullo de la bailanta, decididamente, los bafles no cumplieron su cometido. Yo no sabía si estaba tocando "Tonta" o "El cucumelo". Se escuchaba el rugido de la música que producíamos al mismo nivel que el aullido de la multitud.
Ya, en la segunda entrada, nadie recordaba los bafles de Edgardito y su misión. Tocábamos de memoria como los Beatles en Washington. "América... Washington...".
Edgardito, mientras, transpiraba y se secaba el sudor. Tan enérgicamente que, con un movimiento de la mano, echó a volar sus lentes. Luego, un golpe de viento le procuró algún alivio a su agobio... y echó a volar sus partituras.
Nos remitimos a tocar sin retorno entre "la plebe ultramarina".
Cargamos todo en la chata y nos largamos, luego de cobrar nuestra exigüa paga y de que Enzo exigiera cambio porque tenía "que pagarle a los negros" (nosotros).
A la vuelta chequeamos el funcionamiento de los bafles de Edgardito, que ya no lucían tan flamantes con el traqueteo. Sus cajas estaban opacas y sus parlantes lucían mustios como flores que ya han cumplido su ciclo vital.
Los probamos con un grabador de la Diana, la hija de Enzo, de escaso PMPO, y con un tema de los Cartageneros que sonaba: "Qué gano yo/ Prrrfff/ Qué gano yo/ Prrrfff...".
Edgardito increpó a Cachito "¿Por qué suenan así, querido?".
Notamos, alarmados, que, del cartón de las bocinas, colgaban algunas hilachas.
Edgardito, de repente, comprendió: "¡Oh no!. ¡Los bafles de mi hijo!"
Cachito murmuró algunas vagas palabras de disculpa:
"Y claro, la impedancia... los conos... la prográtrica de la préwertt...".
Edgardito, cabizbajo, no se resigna.
Cachito dice: "Y bueno; habrá que hacer una vaquita, una costeleta de cerdo..."
Pichincha llega, exhultante: "Enzo... ¡¡llamó el Indio Katunga!!".
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