CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Como si te encontraras encajonada en una escalera mecánica del subterráneo y en lo alto un gorila cierra tu paso. Ismael. Se aparece después de nueve años de cuentas pendientes. De pie contra un auto, en cualquier cuadra de este barrio ribereño. Hasta hosco cuando dice: "tenemos que charlar" y me ultraja con un abrazo y un beso escamoso. Hablar, estrictamente, no. Sólo una pregunta: quién mandó aquella carta de denuncia, Ismael; tampoco una pregunta, sino una acusación. Hace nueve años de aquella carta que alegará ignorar, cuál, de qué hablás, dirá, cómo podría yo, qué insinuás. Delación, traición, infamia. Respondo: "de acuerdo, charlemos", apartándome. Ismael sube al auto y se desentiende mientras yo hago otro tanto. Qué esperás para morirte de amor por mí, demandan sus gestos contenidos. "Encontré muy mal al país", dice Ismael y me dan ganas de morirme de risa: encontró mal al país. Usa el cabello corto, le ha aparecido bajo el ojo una verruga negra que hila un largo pelo. Ismael metamorfoseado en hombre de Hierónimus Bosch. Y no supimos ordenar el país de manera apropiada para recibirlo. "Cambiaste", constata. "Vos, no", digo con sinceridad y él se relame en lo que cree una señal de admiración, una resquebrajadura por la que se cuela el '99. ...
"¿Sabés que hubo una carta que señaló, que expuso al querido Recaño?"
"¿Por qué habría de saberlo?". Ahora maneja con desgano, como en el borde de ordenar "bajate". Manipula sus silencios hasta la irritación. "Mejor pará, tengo que hacer", pido. "Está bien"; estaciona a la par de una cuneta desmoronada, maloliente. Fuma, me saluda, no ruega. Enfila su atención hacia ninguna parte. Pero continúo dentro del auto como si me aherrojara un candado.
...
Hacemos el amor de una manera extraña, sin cerebro entre los muslos, pero metiendo resentimientos en cada palabra. No sé qué hay debajo de todo esto, aparte de carne y rencor. "Volví y no encontré a nadie" reclama Ismael. No halla los reductos adonde iba, la gente que constituía el sostén de sus proyectos. Hasta vos podías fallarme, dice. Pero yo permanezco en la última lealtad, "mirá si no te hallaba". En estas sábanas hay cualquier cosa antes que deseo. Es rearmarnos, muñecas mutiladas que ayer intercambiaban piezas (me pongo tu brazo, tomá mi pupila) y arrepentidas, tironean para recobrar lo dado. Sólo guardo una acusación que no se escucha en este cuarto rumboso: "escribiste una delación falsa que costó sangre". Debería resonar en el aleteo de los muslos en silencio. El desolado aleteo de muslos en silencio, sin un gemido o un beso, es la brújula descompuesta, la del camino ciego.
Volvió y no encontró a nadie, reincide.
...
Encojo las piernas, arrimo la nuca contra el espaldar; me acaricio la piel.
"Perdiste el habla".
"A raíz de aquella denuncia, Recaño querido... cometió suicidio... aparentemente".
"Un funeral que carga años".
Quién habrá escrito esa maldita carta, fraguado esos documentos que lo acusaban injustamente".
Cómo saberlo. Yo ya no estaba en la Argentina".
"Estabas".
"Pero se suicidó"; el pelo de su verruga parpadea con el gesto. "A lo mejor me vuelvo a Alemania", da un viraje. Ismael y sus deserciones.
"Está bien, volvete. Por aquí pocos creen que lo de Recaño querido fuese un suicidio".
"¿No sería mejor que vos lo creyeras?"
La carta. La carta de espanto. Recaño arañado por largos pedúnculos de sangre.
"Para qué volviste, Ismael".
"No lo entiendo del todo. Supongo que buscaba un espejo donde verme y lo buscaba en la gente, en el viejo "El Cairo", en las escaleras del Ateneo, en la biblioteca, en el olor a tinta de la vieja imprenta donde editábamos el periódico. No queda nada".
Se revuelve. La cosa ahora pasa por los proyectos individuales. Por procrear. Por tener un hijo. Va a engendrar un hijo con una argentina.
"Conmigo no cuentes".
Ismael vuelve a la fragua y martilla la mirada. "No, con vos no. No te veo en madre. Ya tengo resuelto con quién. Incluso lo hemos acordado, lo estamos intentando".
Y nombra a Etelvina. Mi mejor amiga.
La Anunciación para Etelvina, ubre que amamantará al macho de su estirpe.
...
En la película que emite el televisor del motel se suceden escenas aberrantes: miembros monstruosos, erectos. En mi mente, Recaño exige una rendición final de cuentas. Pero Ismael no desliza un indicio.
"Realmente, pobre Recaño. Suicidarse de esa manera" dice.
"Víctima de un anónimo infame, una acusación sin firma, falsa".
"No delires".
Y yo necesito la propuesta de una cita para zamparle el tajo de mi rencor ("no"); necesito condenarlo por la muerte y por la carta, poner en evidencia su canallada, y, para juicio y veredicto hace falta que él formule un "mañana nos vemos en tal sitio", y le devolveré a bofetadas sus rechazos, y no aceptaré reenhebrar el hilo de la vieja historia. O por el contrario, que me pruebe convincentemente que la muerte de Recaño y la delación le son ajenos, y en consecuencia entre nosotros pudo haber habido verdaderamente amor; y pese a que tanto espero de Ismael, él sólo pregunta dónde te dejo y yo le contesto que en la costanera.
*Fragmentos de la novela inédita "Pez en la noche".
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