Mié 09.07.2008
rosario

CONTRATAPA

Hombres en tiempos de oscuridad

› Por Gary Vila Ortiz

El título de estas líneas es el de una recopilación de ensayos de Hannah Arendt. Esa mujer, que con su sola presencia le otorgó dignidad al siglo veinte, habla de Lessing, de Rosa Luxemburgo, Karl Jaspers, Isak Dinesen, Hermann Broch, Walter Benjamin, Bertolt Brecht. ¿Qué elegir de este libro formidable? ¿Qué párrafos que ayuden a su lector a comprender lo que la pensadora nos quiere decir? No es fácil. Un trabajo de dos páginas escritas a máquina (sí, aún no uso computadora de ninguna especie) es posiblemente el lógico tamaño de un artículo periodístico. Ese espacio nos aprieta, pero debemos sentirnos contentos de tenerlo. Es un privilegio en proporción a tantos que no pueden expresarse.

Cuando Arendt habla de Karl Jaspers y de sus reflexiones sobre un estado mundial y de un imperio mundial (y sus líneas deben datar de fines de la década del cincuenta), parece avizorar lo que está pasando en el mundo "global" desde la década del ochenta. Lo que se vivió en los años de la segunda guerra mundial, y en realidad en todo el tiempo que va de 1914 a 1945, fue terrible. Lo de ahora, de una nueva forma más siniestra, es atroz porque todos dan vuelta la cara y no miran. "La sola idea de un poder centralizado en todo el globo, la noción misma de una ley soberana que gobierne la Tierra y posea el monopolio de todos los medios de violencia, sin ser verificada y controlada por otras potencias soberanas, no sólo es una repugnante pesadilla de tiranía sino que sería el fin de toda vida política tal como la conocemos".

Al hablar de Rosa Luxemburgo, protagonista digna de un mejor conocimiento, aun cuando un film la retrata con honestidad y veracidad, también se ocupa Arendt de las biografías. Y dice algo que creemos hay que tener en cuenta: "La biografía definitiva, estilo inglés, se encuentra dentro de los géneros más admirables de la historiografía". También anota razonables excepciones, poniendo como ejemplo las de Hitler de Alan Bullock o la de Stalin de Isaac Deutscher. Dice Arendt que "ver la historia a la luz de estas no﷓personas sólo daría por resultado la falsificación de su promoción a la respetabilidad y una distorsión más sutil de los hechos". Arendt prefiere, para estos casos, las biografías de Hitler y Stalin menos completas y mucho más documentadas de Konrad Heiden y Boris Souvarine.

Al analizar lo que es una biografía y lo que es la fama, sobre todo la póstuma, son ejemplares las páginas que Hannah Arendt dedica a Walter Benjamin quien, al elegir la muerte en el otoño del 40, hizo que Brecht expresara, y suponemos que con razón, que ésa era la primera víctima que Hitler causaba a la literatura alemana. En ese sentido, reconozcamos que el nazismo nunca se equivocó, y los que mató u obligó a irse de Alemania eran los más excepcionales, los de gran valía. Ser lúcido y veraz en las épocas del totalitarismo feroz es un pecado que se paga con el exilio o la muerte. El 26 de septiembre de 1940, Benjamin pone fin a su vida. Como se sabe, fue en la frontera franco﷓española. La Gestapo había confiscado su departamento en París, que contenía una parte de la biblioteca que el escritor había logrado sacar de Alemania. Benjamin se preguntaba cómo iba a vivir sin una biblioteca, cómo iba a ganarse la vida sin la extensa colección de citas y documentos que se encontraban entre sus volúmenes. No se puede tratar de conocer a Benjamin sin considerarlo un flâneur, cuya descripción clásica la da Baudelaire, a quien Benjamin bien conocía. Es el flâneur, que pasea sin rumbo día a día, quien conoce el secreto de ese verdadero cuadro de la historia que pasa rápidamente ante él. Sería largo explayarnos sobre su amistad con Bertolt Brecht y las polémicas que hubo en torno a declaraciones que hicieron tanto Scholem como Adorno. Creemos (sin causa alguna, sólo una intuición a la que nos lleva Arendt), que Benjamin y Brecht hubieran sido excelentes flâneurs.

Tal vez la vida y los problemas que tuvo Brecht son mejor conocidos, pero no de manera esencial. En uno de sus poemas dice, con extraña claridad: "En verdad vivo en un tiempo sombrío. Una palabra inocente es un absurdo. Una frente lisa revela un corazón endurecido. El que ríe no ha escuchado todavía las terribles noticias". Y en otro poema ﷓que Arendt considera raro en la producción del poeta﷓, escribe: "Echado de mi país, ahora debo abrir un nuevo negocio, algún lugar donde pueda vender lo que pienso. Debo emprender los viejos caminos gastados por los pasos de los desesperados. Ya en mi camino, aún no sé bien hacia quién voy. Adonde llego oigo decir: ¡Deletree su nombre! Oh, este 'hombre' fue uno de los grandes".

No todos los exilios se padecen de la misma manera. Aun cuando el exilio es una actitud ética y de coraje, a veces sirve para valorar la obra de un escritor, que era regular antes del exilio y luego sigue siendo tan mediocre como antes. Hay exilios duros y persistentes, que no parecen cesar nunca. El de Brecht, por ejemplo. Hay otros exilados que se aclimatan al sitio que han elegido como refugio, pero esto no implica que en muchas cosas su condición los persiga sin pausa. Hannah Arendt va mostrando esos padecimientos, aun aquellos que pueden parecer mínimos detalles. Para el exilado todo es un signo de lo que le pasa e ignora cuánto pasará todavía en ese estado. Para algunos el tema del idioma es algo doloroso, como todos esos poetas españoles a quienes Franco obligó al exilio. Es en las páginas dedicadas a Brecht en las que Arendt parece analizar, con una agudeza de la que debe ser única propietaria, la grandeza y los errores que puede cometer un exilado, el coraje y las vacilaciones, la preocupación por las cosas pequeñas y cotidianas, las dudas sobre el stalinismo, la necesidad (pongamos por caso) de tener un cigarro a mano. Todo se puede transformar en alguna de las formas del exilio: se es exilado para una idea, un gran pensamiento, la lucha por un ideal o el sencillo y cotidiano lavarse los dientes. Este último con suerte. En la mayor parte de los casos, se trata sólo de sobrevivir.

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