CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Esta historia tiene dos formas de ser contada. Una sería: "murieron".
Otra, diría: "Me llamo Ramón Prieto, escritor, argentino de nacimiento; hice viajar mis huesos a esta tierra pelada, para cargar este fusil, meterme en esta trinchera donde contamos las tres rodajas de papa y los diez garbanzos que ponemos en cada plato, y esperar a que suene el tiempo. Entonces, dispararemos contra las siluetas oscuras que se acercan, capaces de rajarnos el pecho y regarnos en tierra si no las tumbamos. Se hallan a menos de cien metros. Soy real, lo mismo que las balas a mis pies: perforan carne, no papeles. También traje mis huesos a esta insolación; el sol clava rayos, los mete en mis sienes, una aureola encima de la otra, santificado en dolor; coloco el fusil recto; tiembla como una bandera. Lo apoyo contra el foso para mejorar el pulso. Cuestión de horas, dicen. En cuestión de horas los tenemos encima. La tropa corea "no pasarán". A mi derecha, Murcia prepara vendas, improvisa una camilla atando frazadas a varas de chilca. "Compañero", me llama José Gabriel, a mi izquierda, otro argentino, y me tira su cantimplora; mide los sorbos que tomo, al décimo me reclama que le devuelva el agua. -¿Cuántos volteaste? -Tres- miento. -Te darán una medalla. -Jodete-. Murcia me escupe un "cagón". No he derribado nada, todavía. Enfrente, esa pantalla negra a contra la luz, se mueve con presteza hacia nosotros, figuras donde hacer blanco, hacia donde no importa tu nacionalidad en esta tierra seca, si argentino, polaco o francés.
José Gabriel me pasa su pañuelo ligeramente mojado; me lo ato ciñendo la frente, -te insolás por pelado- se ríe, echa paladas de palabras sobre nuestro secreto, el secreto que une a todos los que detrás de esta trinchera abaten una sombra y otra, aunque ellas continúen moviéndose hacia aquí, -¿a cuánto calculás que están? -a treinta metros-, será cuerpo a cuerpo, será a bayonetas; le tiro un piojo a José, José me devuelve uno suyo, clarito, rubio. Él es periodista de Crítica pero ya no manda crónica alguna; más allá de este río no queda mundo. -No ha de ser tan difícil...- duda José y se embucha el "matarlos", lo deja metido en el secreto. Voltearemos sólo sombras, puntería y abajo, ¿qué hace mi saco de huesos en esta trinchera, a un océano de distancia de lo que soy, narrador y porteño, habitué de mi café de la 9 de Julio, de domingos en el estadio de Estudiantes? Cuando lleguen, las sombras serán hombres, y será a bayonetas. Se me abalanzan, de carne, reales como yo, sangran, como yo; algo ¿una esquirla? me cava el cuero cabelludo, voy cayendo sobre el fondo de Murcia corriendo en sentido contrario a la trinchera, trato de avisarle que va al revés, hacia atrás, que el frente se halla donde los fusiles estallan, pero no hace caso, se aleja, él y los del otro lado y Terregas que dice: "ay" y clava la bayoneta en la profundidad de un cuerpo, hunde hondo, se tira sobre la sombra derribada que ya no es sombra sino un tipo con nombre e historia, "primo, primo", se abraza al muerto, lo mece, "ay", él y los otros y nosotros vinimos para sofocar bajo la almohada el mismo secreto, vinimos aquí para sudar miedo y disimularlo, para descubrirnos en eso, miedo, y aguantarlo si se puede, o si no, correr hacia otro lado u otra realidad, como Murcia, o abrazarse al enemigo como Terregas; no sabíamos ese secreto, no figura en las crónicas que José Gabriel escribe para Crítica, vinimos a empuñar este fusil y a no dejar jamás el Ebro, vinimos de tan lejos con ese fin, a batirnos en el Ebro y estrangular el miedo, si se puede (como mal que mal estamos pudiendo) y quedarnos aquí para que no pasen. Vinimos a quedarnos aunque terminen pasando.
(Entre 200 y 500 argentinos -anarquistas, comunistas, o antifascistas sin enrolamiento partidario- participaron de las Brigadas Internacionales que lucharon en España en defensa de la República entre 1936/38. Ramón Prieto y José Gabriel estuvieron entre ellos. Algunos murieron en batalla, como Hipólito Etchébhére. De otros no se sabe absolutamente nada)
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