CONTRATAPA
› Por Adrian Abonizio
Ahora está tapiada, la Canchita de los Muertos está cercada, así a simple vista se la puede intuir desde un auto. Por el oeste al fondo, en una calle que antes fue de tierra y ahora de mejorado se pueden divisar, sobre las casas chatas y simplonas, las torretas más elevadas de los panteones con sus lomos grises. Otra tarde que me desvío con el coche y tomo por una callecita adentrándome en el corazón de la barriada nueva. Negocitos de almacenes sobrevivientes, motitos con pibes en las veredas y pocos árboles. Supo haber un monte donde se cazaban pájaros cercano a un torrente de agua con su cascada en lago perimetral de rocas con sapos y viento. En esa geografía nació Mito, el diez de Paraguayo Italiano, un engendro de club que supo militar en la Rosarina dos temporadas para luego no dejar rastro alguno, como la maldición que nadie quiere recordar. Como se forjó ese nombre es un misterio. ¿En que salamanca de brujas desopilantes fue que surgió la denominación?. Lo cierto fue que paladeó la rutina sabatina de los partidos bravos y hasta supo instalarse en la punta y campeonar en un diciembre de seca. Allí, por esa época sin tiempo nació el mito de Mito. Hijo de madre paraguaya y padre italiano. Su natalicio asomó como la redundancia de la fundación: llegaron al mismo tiempo. Tal vez los hados lo hicieron para fundamentar el hechizo. Era el pibe de una altura recia, envarado en su mirar de ojos celestes y una pelota marrón bajo las zarpas. Así lo pintaría si pudiera. Yo lo vi, lo conocí, respiré su aire bronco de vestuario, su olor a bestia de los naranjales, sin voz ni camaradería, puesto en la escena para cumplir un mandato. Vengo de donde soy y después de terminar me tengo que ir, dijo una vez con toda naturalidad, como quien ve llover y predice buen tiempo. Surgido de la diagonal entre dos caminos, en un puesto de cuidadores del denominado campo a secas, Mito se enroló en el cuadro que fue fundado como una leyenda, a su medida y nombre, al cumplir los catorce. A los quince ya jugaba con la punzó. Estoy sentado en el auto, sin aire acondicionado y bebiendo una cerveza, bajo unos ceibos. Estoy completando la figura de Mito y sacándola a la luz, como se hace con los muertos requeridos para el santoral. Se decía que había nacido estrangulado por el cordón y dado por angelito difunto cuando su mamá, enloquecida, pidió un pacto a cambio de la vida del hijo. Tomaría el alma de un fallecido a cambio de la suya y la del recién venido: solo pedía tenerlo un poco más. Una publicación de fútbol estaba sobre la mesa del rancho. Ella señaló la foto del jugador. Imagínense la escena con lámparas bajas, la comadrona santiguándose pues había entendido todo sin saber el guaraní siquiera. Luego el niño lloró y con el llanto vivió. Dicen que la madre tuvo que ir luego hasta el cementerio cercano, en tierra no consagrada y allí elevar a las Sombras el pedido, certificado con su presencia y un poco de sangre de parto que había guardado en un frasquito derramándola sobre el mármol carcomido de quien fuera héroe local del fútbol, olvidado y traído casualmente por un periodista en la edición homenaje de la revista. Mito creció con la cinco en los pies. Hizo maravillas únicas, pero no hay quien lo pretenda recordar, mudo y altivo, moviendo los hilos de la magia por esos descampados. Las Sombras se vengan si no las respetan: el padre, un italiano enrojecido a vinacho se burló del pacto, no lo reconoció haciendo añicos el acuerdo: establecía que Mito no habría nunca de dejar la cercanía de la madre y que se iría muy joven al más allá, llevándose el doble espíritu encarnado y el alma de su progenitora. Brilló como un cometa. Hizo salir campeón al cuadrito. El padre puso una equis sobre el contrato que lo ligaba a Boedo. Y se fue una noche el Mito, en el Tucumano a escondidas de su madre, contrato en la valija de cartón y mirada al sur.
Fracasó. Nunca pudo ni detener una pelota. Lo internaron en un manicomio de San Pedro, para sacarlo de la vista por esa torpeza de contrato. El padre cayó fulminado con la noticia mientras dilapidaba su montón en un prostíbulo y a la madre la hallaron ahogada en la fuente.
Ya voy por la tercera cerveza y me sonrío de lado. Nadie recuerda al Italiano Paraguayo; figura en los archivos como un club malogrado allí, en el renglón donde el nombre y apellido de Mito Caluzzi ni aparecen. Pero yo lo vi jugar conmigo. Yo sé. Y si no tuviera una familia e hijos rompería el sello y contaría todo.
La maldición es muy fuerte y le temo. Por eso, vengo a veces a embriagarme en las cercanías de su nacimiento, en la parte de atrás de la que se supo llamar la Canchita de los Muertos.
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