Sáb 02.08.2008
rosario

CONTRATAPA

FRONTERAS Y VORACIDADES

› Por Miriam Cairo *

Cada especie vive por su lado: los vivos con los vivos y los muertos con los muertos. Pero los fantasmas no tienen claras las fronteras. Van y vienen de un mundo a otro con un ramo de alelíes o un puñal de oro para cortar en rebanadas la carne de la luna. Sus temperamentos y conformaciones son proclives a las anomalías, a la envoltura, a los secretos, a los repulgues gentiles y a la sonrisa perfecta.

La gran cofradía de fantasmas desciende de un espacio amarillo, o de una horrible infancia o de un cuento divino. No usan billetera, no portan alianzas, no se peinan, ni gimotean, ni tiemblan, ni amagan. Ellos tragan desaforadamente el licor del deliquio y raramente son inofensivos. Lo que estaba prohibido llevar, ellos lo llevan. Lo que otros no se atreven a hacer, ellos lo hacen. Viajan por los océanos de mi cuerpo como si fueran hombres submarinos. Esconden entre sus escamas mis denuedos y minucias. Son más confiables que una cigarra.

Ellos no saben lo que significa un perro ladrando a la luna, pero tienen la delicadeza de no hacerme sentir una extranjera en mis propias lejanías. Mi humanidad no les espanta. Yo sé bien que ellos no son los únicos que acechan, como sé también que la cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes, pero para abolir la esperanza que se enrollan como soga al cuello, mis fantasmas no cantan ninguna otra canción cubana.

Dislocadas las piernas del camino, inundados los zaguanes, encaracolada la cabellera del desgarro, los fantasmas me aceitan la aureola del escándalo. Su desmesura va trastornando todo lo que escribo y lo que toco. Atraídos por el cebo de mi fatalidad, los fantasmas me alimentan con su espantosa sonda: leche de estrellas, esperma de asteroides, baba de difuntos, lágrimas de amantes. Qué otra cosa puedo concebir en mi lecho más que contorsiones y voracidades.

Entre las partes de una persona reina una dependencia tan grande que suprimir uno solo de sus fantasmas o alterar su alma implicaría dañar todo el organismo. Un fantasma se hunde para que otro lo ampare. El mecanismo es imperfecto y dulce. Son dañosos pero imprescindibles. Son oscuros pero atrayentes. Son demandantes pero fieles. Son infinitos pero semejantes. No creo que estén enfermos de rabia. Las murciélagas no los han mordido. Morenas y ardientes huelen la carne de humo y se espantan. Pero hay algo que los agita, algo que los vuelve locos, algo que les hace torcer el cuello del cisne como ofrenda a mis ritmos y mis silencios inmolados. Ellos se estremecen en la oscuridad. Son tan reales. Su presencia prueba que el texto escrito pudo no haber sido escrito. Que la existencia depende de un sorbo de ron divino.

Todo fantasma que al leerse tiembla ya no comprende aquel concepto atroz de realidad imaginativa. Pero es más triste, todavía. Como una tercera mano que espanta y aterra a las murciélagas. Como un segundo corazón capaz de latir en contra del mundo. Completamente alejados de todo soporte narrativo, mis fantasmas aprovechan la oscuridad para tejer la disconforme trama fulgurante. Ellos trenzan la lana prohibida, elevan las velas de ladina nave. Y una esperanza del tamaño de un pájaro duerme sobre una silla vacía.

Cuando yo era fantasma pensaba que el sexo de una mujer estaba dentro de ella. Ahora lo encuentro en la voz, en el aliento, en la membrana que apenas sobresale, en la punta de los dedos, en los pliegues de la madrugada. Muchas ideas verdaderas son erróneas. Yo nací mujer y crecí fantasma. De fantasma volví a mujer. Las fronteras son sensibles como una comisura recién besada.

Yo no sólo escucho los rumores de mis fantasmas desesperados pero escucho los rumores de mis fantasmas desesperados. Sus males son mis males. Es cierta la leyenda de los tres aplausos: el del llamar al mozo, el de espantar gallinas y el de matar fantasmas. Hay noches en que con la uña, puedo cortar el aire y la niebla, pero no hago el menor ruido con mis palmas.

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