Mar 02.09.2008
rosario

CONTRATAPA

Un peludo de regalo

› Por Daniel E. Greco

Esa mañana, en mi toldo, tuve un despertar digamos dispéptico, alarmado, acalambrado, desagradable. Durante ese segundo del despertar me sentí como un ñandú tornasolado, más bien, boleado.

Me desperté con el murmullo enervante de mi radio a galena. Justo en ese tema de la enumeración exasperante: "ochenta paisanos pal desvelo/ quinientos infieles pa lancearte/ setenta malones pa saquearte/ me tomo una caña pa olvidarme/ me acodo en la barra pa chuparme/ saco la cuenta, ya es sumar".

O a lo mejor entendí mal. Es mi trauma acústico y la resaca que me había dejado tremendaza chupandina de la noche anterior cuando el gaucho Tinievla no quiso opinar sobre la eficacia de la zanja Alsina alegando que eso no le correspondía, que era "otro pasto". Cuando me despabilo, me encuentro semejante mechudo al escuro, el capitanejo Borravino, prendido al mate. Sinceramente me alteré. Vi mi intimidad mancillada por la irrupción del indiazo. La civilización era una vez más pisotiada como apisonado de chiquero por este indígena entremetido. Por este Laport del lampazo ágil. Como mi imaginación de homo sapiens es vasta, me remití a algún pensamiento que me calmara. Me acordé de la pastora de ovejas Dolores Riordán que llamaba a sus animalitos con su dulce canto:

"bee we yeeh/ bee we yeeh/ bee we yeeh/ be with you" o este otro: "inioeeeee, in your head,/ zambe zambe zombie/ eh eh eh eh, oh oh oh oh oh/ eeeoooh ah ah".

Me sentí de nuevo un conoisseur. Un multifacético. Me elevé otra vez sobre la chusma insurrecta. No me dejé atropellar por la barbarie. "No pregunto cuántos son/ sino que vayan saliendo". Me sentí de nuevo "con todo el ser metido en (el valor de mis condecoraciones)". Que no eran muchas pero se destacaba un prendedor de los Simpsons y uno de la boca de los Stones de Andy Warhol. Y los anillos. El del capitán Beto. Que según el puestero Spinetta: "(...) lo protege / de los piligros". Yo también llevo mucho tiempo "en mi piriplo" entre estos infieles. Pero me lo tomo con soda "Jesusa". Y escribo estas crónicas. Que nunca llegarán a ser un "best seller", pero yo me conformo con un "iutis posidetis"... Un "prolegomenum plus ultra"... Un "otium vernum", un gol de media cancha.

Bueno, el chinazo estaba instalado en mi toldo como si tal cosa. Con la china Marta anda más o menos, entonces él aprovechaba a visitar a "sus amigotes" como nos apostrofaba su concubina.

Mi "Mondia Quartz" marcaba las 10:37. Me corrió un escalofrío por la espina dorsal y me desembocó en el coxis, el "huesito dulce" que le dicen. Aunque mi vieja una vez se lo partió en quinientos pedazos y eso sí que fue un trago amargo.

Tengo una ligera tendencia a la digresión, a la seborrea. Retomando, la china Marta me había cocinado una torta para mi cumpleaños 75 y él se estaba comiendo el último pedazo.

Me entró a contar cómo lo rigoreaba la china Marta en cuanto a su descuido en la pilcha y el aseo, de cómo clasificaba su ropa interior y las toallas y le obligaba a afeitarse con una asiduidad exasperante. Todas estas confesiones me las hacía con un tono de voz grave, pesado y monocorde, y acercándome más su carota cada vez que yo intentaba apartarme, bañándome con su aliento etílico.

Empecé a bostezar con una frecuencia alarmante hasta que se posesionó de mí un pertinaz hipo.

A cada rato debía contestar con evasivas a la misma pregunta: "¿Qué le pasa, compañero?" mientas él retomaba el relato de sus padecimientos.

"Es la vida, amigazo", decía yo entre otras inconsecuencias, mientras trataba de paliar el mal momento, aunque con paliarlo no hacía nada, es más, podía salir alguien golpeado.

Se encaminó a su toldo con el sol bien oculto en el poniente, con una cara pan que no se vende, miñoncito que no transige, sacramento que no retrocede, borla de fraile que no se rinde.

La rebeldía doméstica del capitanejo parece haberse esfumado con los vapores etílicos de las ginebras que una vez por semana la china Marta le permite compartir con los alzaditos.

Este método parece estar funcionando hasta el momento y le permite al capitanejo alternar un poco de esparcimiento con sus deberes maritales.

Dichoso él, que ahora no tiene oportunidad de hartarse de sus francachelas, como desafortunadamente, me pasa a mí, un bon vivant, y espera por ellas con ansia.

A pesar de haberme aburrido esa tarde hasta el atontamiento, el está convencido de que le ayudé en aceitar los goznes herrumbrosos de su matrimonio.

En agradecimiento, el otro día se apareció con un peludo de regalo al que asamos y engullimos con un tinto regularón.

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