CONTRATAPA
› Por Adrian Abonizio
El primero que lo detectó fue Zalmudio. Una pelota larga, de esas arrabaleras que nadie quiere recuperar, se desmadran de chanfle y no se sabe si se paran de una vez o se quedan como un trompo envenenado en el mismo lugar vino a dar contra el carro y quedó girando. -¡Uia!, exclamó el gordo, ¡un perrito!, mostrando triunfal el manchón blanco. Le pusimos Aguarrás. Al otro día lo llevamos en el bolso de lona y lo dejamos tras del arco metido detrás de unos bultos para protegerlo de los pelotazos. Le ganamos a los del Dante cuatro a cero. Y eso que nos cagaron bailando. Once tiros en los palos contamos, uno por cada jugador. Levantamos la mascota: Aguarrás fue declarado santo protector. Seguimos llevándolo hasta ganar el campeonato. Nuestro arquero se hizo famoso no por sus atajadas sino por la suerte. El Pibe Ojete le pusieron y hasta hoy le dura el alias. Si uno va hasta la estación de servicios donde trabaja y pregunta enunciando el mote nadie se va a asombrar. Mientras, Aguarrás fue creciendo y mutando de pichicho a perro pero en escala reducida. Seguía cabiendo en un bolso sólo que ahora pesaba un poco más. Llegamos a la Rosarina. Invictos, campeonamos el primer año. Y el otro. Siempre Aguarrás detrás del arco, cuidado por el Michi. Un día solo perdimos, fue cuando se olvidaron de pasarlo a buscar debajo de la pileta vieja de la casa abandonada con reja abierta donde lo habíamos hecho vivir. ¿Vamos al departamentito?, invitaba alguno cuando queríamos fumar o ver alguna revista prohibida y eso significaba hacerle una visita de cortesía. Llevarle huesos, revisarlo de sus mataduras, recitarle al oído que no se olvide de traernos suerte. La misma que perdimos en el tercer año. Es que nos sucedió algo fulminante y horrible. Habíamos venido de ganar contra Visasoro, cerca del barrio Las Latas cuando todavía se podía jugar sin salir achurado y hasta regresar con pelota y culo invictos. El campeonato mandaba y hacia allí fuimos a jugar. Eramos los favoritos y se olfateaba en el aire bronca acumulada. Bancamos la adversidad, ganamos 3 a 0 luego que el nueve de ellos errara un penal. Un morochón gitano, nariz de gancho, torcido y bufando que se fue sobre el final meta putear. No se les puede hacer un gol a estos hijos de puta... acá hay algo, hay... Y nos maldijo. Sólo eso. Nos causó gracia. Se paró el partido tras la marra, aduciendo adelanto del arquero, pero el árbitro pitó saque de meta y minutos después victoriábamos sin un grito, cosa de no encresparlos más. A la vuelta sucedió el espanto. Michi, el más chico era el encargado de llevar al bolsito sobre el hombro cargando la pelota y al Aguarrás. Será por eso que cruzó ultimo la vía, que no vio el tremendo armatoste que se lo llevara puesto, enganchándolo bajo las ruedas. Recién se paró la máquina como cinco cuadras más allá. Imagínense. No tengo palabras, se me quedaron muertas como a todos allí en esas vías, llorosos, ateridos de dolor, atrangantadas el alma de pena y susto. Estábamos en eso, con el angelito despedazado y el gentío que se había venido, la policía, los vecinos y hasta el pibe que erró el tiro que observaba todo con los ojos abiertos como el dos de oro. De entre sus piernas salió el Aguarrás, intacto, moviendo la colita, ladrando al disturbio. Pasaron como mil años. El perro ya debe haberse muerto quién sabe como. El Michi está en El Salvador donde a veces lo visito. Era más lindo personalmente que en esa foto de comunión. Fue injusto aquello que hicimos. Dejamos al perro en su cubil y nunca más nadie lo visitó ni siquiera para cambiarle el agua del tarro. Había salido vivo del accidente y canjeado su alma perruna por la del pibito. Michi le habíamos puesto porque era un gatito terso y bueno de once años. Miraba al futuro en la foto en blanco y negro espantosa que le pusieron en el nicho. Ya sé que se nos fue la mano con Aguarrás. De bendito a maldito. Tal es así que hoy cuando nos juntamos con los muchachos a tomar algo alguno comenta la barbaridad de haberlo abandonado y otro cambia de tema rápidamente con cualquier boludez. Es que éramos chicos, me digo. Y uno es superticioso por ignorancia, me repito. Ya es tarde para recuperarlo. A veces nuestro arquero nos muestra el recorte que tiene enmarcado en la gasolinería. "El Ojete, el mejor de la liga" y se lo ve enseñorado junto al palo. Detrás, insignificante, asoma el morro del Aguarrás y su cuerpito blanco. -Cuando me preguntan por el perro ese que se ve, les digo que no sé, que era uno de paso y que ni lo conocíamos-, alarga mientras suda y nos habla sin que nos miremos a los ojos.
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