Mar 14.10.2008
rosario

CONTRATAPA

Veinte renglones de sexo

› Por Luciano Galimberti

Se hundió un barco en la costa africana, se descuenta un desastre ecológico ¡el daño está hecho!, asegura Santo. Que a decir verdad, no tiene pinta de swinger; pero mis viejos tampoco y en Bigand fueron pioneros.

En aquel entonces, el living era la sala; las paredes y los pisos de cemento, la puerta quedaba abierta y una bicicleta dormía afuera. Un quiste en las bolas de mi hermano iba a costar más de un huevo, y la diferencia se reunía de a poco. Creo que venían de Totoras, ella y su novio o marido o simplemente Ramón, siempre de a dos, con facturas, postre, vino o con las manos vacías. De él, la verdad no me acuerdo: comprendan, la imagen de Ramón sobre mamá no me seduce. En cambio a ella la estoy viendo, con un vestido arrugado, el pelo negro, bien corto, empetrolada, transpirando sexo.

Hay gente que nació para coger. Y hay quienes sostienen que es un arte, el décimo o el noveno, no estoy seguro; que el octavo es cocinar. Y por eso me sorprende, que siendo tan liberales me hayan educado así: ¡Miren! parezco Santo Biasatti. En un colegio de curas nadie nos habló de sexo, para mí son cuatro besos, tres posiciones, no más de veinte renglones.

Supongo que me di cuenta con el tiempo. Hechos aislados o puntos que muestran eso al unirse: un pareo, una bikini naranja, el colchón, la torta en ruinas, el pasto, dos jugadores; el de River inclinado, el de Boca hundido hasta la cintura y en el medio una pelota, desproporcionada, que nadie tocó. Me acuerdo abrirle la puerta, aclararle que en casa no hay nadie, de un arco vacío, del otro apoyado sobre un borde del cartón. Supongo que en los pueblos es así; que en cualquier pueblo es así: todo es demasiado simple, los problemas son tragedia y sino no son problemas; que la gente siempre encuentra algo que hacer. No estoy diciendo que nadie se aburra: hay veredas que por día se barren cien veces, pero creo que es más difícil darse cuenta. En Bigand (por ejemplo) podía pasear el día entero sin que nadie se sorprenda de que hubiera pasado cien veces. Podía andar de un lado al otro sin parar, pedalear de un lado al otro sin que las piernas se cansen; recorrer mil veces el mismo camino: un túnel interminable de eucaliptos, el más largo que haya visto y decidir atravesarlo por última vez; perderme más que un buen rato en la estación, intentar mantener el equilibrio sobre rieles, fracasar y constatar que no hay más trenes. En mi pueblo, uno podía andar y andar, hasta que el camión del agua lo mojaba todo, y entonces sólo quedaba la plaza, la parroquia, la comuna y la sede del Sporting; todo junto para seguir dando vueltas o sentarse en algún banco, y a la noche con algo de suerte, que tocara algún velorio. Tiene que haber sido así: el tiempo y hechos aislados, los tapiales bajos, las calles de tierra, las montañas de hojas secas a un costado.

Pero bueno, en gustos no hay nada escrito. Y a esta altura, el que intente aportar algo debería esmerarse. Conmigo no cuenten. Soy de esos tipos que piensan, que con lo que se inventó hasta ahora debería alcanzar. Para mí un enroque siempre fue una torre protegiendo al rey. Un recurso extraordinario y no un estilo de vida. Y ellos fueron los primeros: el primer antecedente, no entendía cómo mi vieja los dejaba entrar ¡Y ahí está de nuevo! Si hay una cara de swinger la estoy viendo. Si existe el estereotipo tiene que ser este: Santo de perfil, con la sonrisa ladeada, observando a María Laura Santillán. Sentado justo en el límite que impone su traje gris, le sugiere algún tipo de juego. También podría ser poeta, sugiere con la mirada, con oraciones perfectas, eficaces, bien logradas; con el ritmo y la confianza, del que navega la vida con un remo apoyado a una pierna; con la fe y seguridad del que se aventura así, con una pitón egipcia atada a la menos hábil, con la cabeza hacia abajo, lista para reaccionar; que así se adentra en al selva. Dice entonces: que el Imperio Yankee tambalea, que Bolivia ya no tiene dueño, que el Bambino sacó un libro: se llama Bambino Veira; que a la hora de recaudar no se olvidaron de nadie: que aportó Bin Laden, que la valija de Uberti pesaba seis veces más, que a Sebastián Forza lo mató la sal; que Usain Bolt volvió a Jamaica ¡Pongan Reggae que arrancó la fiesta!

Diez meses y ninguna queja. Y no es que nadie puteara, ni que no se puteara delante nuestro; pero nunca, aunque anduvieran en bolas por toda la casa y por el fondo: un terreno sin pileta que se cortaba en un níspero y una estrella federal, ni bien comenzaba. Y que de un día para el otro desaparecieron. Y pudo haber terminado como cualquier relación: pasan por la puerta y al no advertir movimiento deciden seguir de largo, matan el tiempo en el pueblo, vuelven un rato más tarde, golpean las manos y al no atender nadie pegan media vuelta; y a la cuarta o quinta vez que les ocurre lo mismo, nunca más regresan. Una F100 de las viejas, con cúpula blanca. Venían con la devoción del que comulga puenteando a lo sumo algún fin de semana. Se quedaban todo el día y para evitar la noche, la lluvia y hasta el cansancio, más de una vez se quedaban a dormir ¡Traían colchón! el lo tiraba en el piso y ella se lanzaba encima como un chico, y se contorneaba boca abajo y no paraba, hasta que recuperaba su forma más natural. Pero bueno, pudo haber durado o incluso haber terminado como cualquier relación. Pero es mucho más probable que nunca hayan vuelto. Y entonces deba asumir, que de un día para el otro, desaparecieron.

Santo ya pasó a otro tema, pero su expresión todavía no. En algún lugar se apagó el gesto. Moria se mueve pendejos cada vez más chicos, pero qué va ser, los del espectáculo no son su fuerte. María Laura está cansada, tampoco le inyecta nada, su cara lo dice todo, no lo aguanta más. Me acuerdo: hacerla pasar, aclararle que en casa no hay nadie, que se fueron a Rosario, al hospital y ofrecerle Coca. Su cara de puta, su escote y su voz ¡estás cada día más grande! Suficiente como para confirmarle a cualquier pibe que allí morirá, sobre el cemento, en la sala, después de ser sometido a un petardo rabioso. Que a eso vino, aleteando, con un vestido arrugado, como si lo hubiera usado durante la siesta, el pelo negro mojado, y ¡qué calor que hace acá! ¿no te parece? y la bicicleta afuera, y ¿cuántos años cumpliste... pichón? Y la confianza, la puerta quedaba abierta y darme cuenta que siempre venían de a dos.

Pero bueno, en los pueblos era así. Ahora no sé. Después vendimos la casa y nos mudamos a Viñas, pegado a Arrecifes. A mi hermano lo operaron y parece que con uno alcanza: tres pibes, dos nenas y un nene. Mis viejos cambiaron mucho, ya no trajeron a nadie, supongo que se cansaron de que abusen de ellos. Yo estudio cine en Rosario; y me reproché esa tarde tantas veces, como después le fui fiel.

Santo está sacado, mal; María Laura nunca lo vio así. Grita que el daño ya está hecho y tiene razón. En Bigand los curas ni hablaban de sexo. No es lo mismo Grassi que Moria Casán.

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