Martes, 30 de diciembre de 2008 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Ignoro qué tipo de obra es aquella que puede servir de introducción a la creación artística japonesa, ya se trate de la pintura, de la poesía, de la narración, de las distintas formas del teatro, del cine, de la misma historia japonesa que, por supuesto, parece sustentar todo aquello que es el arte japonés, al cual debemos aproximarnos con cuidado respetuoso y sabiendo que solamente podremos llegar a un lugar que es un límite o, mejor dicho, el límite de nuestras posibilidades.
Estas líneas se han ido modificando con el paso de los días por razones que a nosotros nos parecen atendibles pero que no sabemos si en realidad lo son. Hace años intentamos profundizar en el conocimiento más o menos serio de lo que significa el budismo zen. Se puede llegar a estudiar el desarrollo de esa forma de vida que implica el zen, pero se trata de un mundo que parece estar fuera del alcance de nuestras posibilidades del saber. Agotamos lecturas por aquellos años y algo creímos haber alcanzado, pero no fue así. En una entrevista a Marguerite Yourcenar que hemos visto en estos días, nos pareció entender que los caminos hacia algunos reductos del conocimiento, aunque podamos intentar algo, son inalcanzables. ¿Qué es ese algo? Aquello que sentimos que nos permite encontrar diferencias que mucho nos dicen pero que, al mismo tiempo, no podemos transmitir.
Para esta nota que estamos escribiendo, o al menos intentando escribir, habíamos pensado revisar algunos libros de correspondencias entre distintos autores y buscar qué escribieron en los diciembres que les tocó vivir y pensábamos que en esas cartas encontraríamos una definición poética (tal vez ésa no sea la palabra) de un diciembre hecho de fragmentos dispares que terminarían siendo un único texto. Tan distinto y tan igual.
Al comenzar, buscamos la correspondencia de Yasunari Kawabata con Yukio Mishima entre 1945 y 1970. Kawabata había nacido en 1899 en Osaka. En 1968 obtuvo el premio Nobel y se suicidó a los setenta y dos años. Yukio Mishima había nacido en Tokyo en 1925 y se suicidó en 1970, de acuerdo a las normas de un elaborado ritual. El suicidio de Mishima conmociona, es bien conocido por todo el mundo, implica, ante todo, una expresión de rebeldía contra lo que pasaba en el Japón por aquellos tiempos. No se sabe bien de qué manera ese hecho dramático afectó a Kawabata, pero sí se sabía de sus reservas en cuanto al suicidio: "Cualquiera sea el límite de la alienación al que se llegue escribió, el suicidio no es una forma de revelación; aun cuando aparezca como algo digno de ser admirado, el hombre que se suicida está lejos de alcanzar el reino del santo". A diferencia de Mishima, el suicidio de Kawabata aparece como un adiós resignado porque suponemos que él pensó que, a su edad (que después de todo no era tanta), había encontrado, en ese juego entre lo bello y lo triste, una frontera que no podía atravesar.
Las cartas de diciembre que encontramos en el libro tienen interés, aunque bastante menos que las otras. Hay que pensar que están escritas en un período muy particular del Japón, que había sufrido el ataque con dos bombas atómicas, además de devastadores bombardeos. Sin embargo, no hay en esas cartas señales demasiado tremendas en cuanto a la derrota en la guerra y sí, en cambio, una increíble y constante reflexión espiritual de dos hombres de excepción. Cuando Kawabata le dice a Mishima que un editor francés, luego de haber leído una traducción alemana de una de sus obras quiere traducirla, agrega: "Pero, ¿qué pueden dar, traducidas a lenguas occidentales, obras como 'País de Nieve' o 'Nube de Pájaros blancos'? Parece que los editores y las revistas literarias obtienen bien del mal al interpretarlas de manera plausible".
La lectura de estas cartas podría calificarse de estremecedora. Constituye una experiencia espiritual que nos ayuda en la comprensión de nuestra propia cultura y nos ofrece además el perfil de dos hombres de excepción (ya lo dijimos y lo diríamos de nuevo), que se definen en las líneas de su correspondencia más que en algunas obras suyas que hemos leído antes. Por eso, creemos que recién ahora deberíamos comenzar una nueva lectura de aquellas páginas ya conocidas. ¿Tendremos tiempo?
Dos aclaraciones cuya importancia ignoro. En japonés los nombres se escriben con el apellido primero y con el nombre de pila después. Mishima es un pseudónimo. Hace muchos años (¿cuántos?) fuimos constantes lectores de una colección que sacaba la editorial Nueva Visión, uno de cuyos libros tenía un bello prólogo de Borges. No sabemos qué nos quedó de los intentos de aquellos años, pero algo debe haber quedado porque de otra manera el libro del que aquí hablamos nos hubiera impresionado menos. Confirma nuestra idea: para todo tipo de experiencia espiritual es necesario el paso del tiempo, si Dios nos lo otorga.
A partir de ahora mismo, en los próximos días, comenzaré la lectura y la relectura de Kawabata Yasunari y de Mishima Yukio, tan lejanos geográficamente y espiritualmente de mí, pero tan cercanos en los papeles que sobre mi escritorio rodean la vieja máquina de escribir Olympia que me acompaña, por ahora, todos los días.
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