Martes, 20 de enero de 2009 | Hoy
Por Federico Tinivella
Dreuty se secó la transpiración que brotaba de su frente tostada, le pegó una relojeada al cielo y se alegró al percatarse de que la tarde se le entregaba tierna y dócil como Pamela, aquella perra collie que se dormía en sus piernas infantes mientras miraba la novela con la tía Roly, amante del chucker y el quitaesmalte. "Tiemblen pececillos" susurró el Panza para sus adentros y agarró la cañita como si tomara un arma y el frasco de lombrices que juntara por la mañana. Al ver a aquellos animales invertebrados, del tipo anélidos, enroscarse como luchadores de catch en el frasco transpirado, recordó la dedicación con la que, en la primaria, se abocaba al germinador de porotos. Dreuty fue por la bicicleta y una vez montado no dejó que su mirada se distrajera con ninguna señorita caminando agitada por calle Baigorria. Su destino era el Remanso de Valerio, el triángulo de las Bermudas del norte rosarino, una zona mágica, encantada, donde los cerdos alimentan las fotografías de la costa, los gansos espantan a los gatos y los carpinchos ya son mascota. Los chinchorros se apilan en la orilla como los versos de un poema, bordado de amarillo, el límite del agua, invita a los pescadores a trazar huellas invisibles.
Dreuty llegó rápido, bajó por la calle del Cristo y enfiló directo al Paraná, arteria y pulso de nuestra tierra. Se acomodó sobre unas piedras, sacó de una mochila los cigarros y se entregó al arte de encarnar, pobrecita la lombriz, pensaba de niño, ahora ya era un acto mecánico. Forraba el anzuelo con una velocidad y destreza que sorprendía a los pibes que se acercaban para distraerse esa tarde del 31 de diciembre, en la que el sol ya no pedía permiso. Dreuty espantó a los pibes, encendió un cigarro, se calzó el sombrero de paja agujereado y se dejó llevar por el tiempo y la corriente, invitando al río a que lo sorprenda con sus manjares.
Jazmín Ravena de Sutie era la más joven de tres hermanas criadas en un barrio cerrado y colegio inglés. Su infancia la pasó entre caballos y 4x4. La mayor desgracia que sacudiera su cuerpecito adornado en el gim fue el fallecimiento de coco, un pececito naranja que se había convertido en objeto de decoración de la casa.
Jazmín era más blanca que el agua, ojos celeste crema del cielo y una voz aromática, dulce, cual arrullo de manantial de montaña. Elegida siempre para cerrar los actos escolares con "We are the champions", acompañada sólo de un violín, del otro niño destacado de la escuela y compañero de curso, Tiago Curtis Levingston. Y como no podía ser de otra manera Jazmín y Tiago, después de manejar en cuatriciclo juntos desde el preescolar, en tercer año de la secundaria, empezaron a salir, exactamente en el cumpleaños de 15 de Laura Dauson. Eran dos gotitas de agua, celestes, inocentes, felices. Así anduvieron hasta el 30 de diciembre pasado en el que precisamente fue Laura Dauson la que llegó a la casa de Jazmín con el video en el que se puede ver a Tiago Curtis Levingston besando a Olivia Dunhill, del clásico rival del equipo de jockey de Ravena de Sutie. Jazmín no sabía donde meter tanta angustia, no estaba acostumbrada a sufrir, el dolor la tomaba como lo hiciera Curtis Levingston en la pileta de su casa días antes y ahora le regalaba esto para fin de año: un beso con la Dunhil. Lloró hasta el 31 al mediodía, ese fue el límite, sus ojos parecían dos higos maduros, muy maduros. Agarró el salvavidas y salió para la guardería para despejarse en la moto de agua.
Iba Ravena de Sutie como un jinete naútico, saltando las olas de la soledad y el odio, como si se tratara de una carrera de obstáculos. El viento le soltaba sus cabellos y las horas sin dormir y la tristeza hicieron mella en su cuerpecito dorado. Pasó el balneario casi adormecida, luego debajo del puente con los ojos entreabiertos, ya en el Remanso el sueño la invito a bailar.
Mientras el Panza se deleitaba con el pique se presentó la siguiente escena: una doncella rubia sobre una moto de agua sin control, en dirección a las rocas que preceden a la barranca. Dreuty ni alcanzó a maldecir en voz alta que ya la nave se incrustaba en la piedra de barro. Jazmín salió eyectada hacia el techo del mundo como una cañita voladora, en ese momento abría los ojos y veía como el Paraná se arrastraba manso a sus pies. Dreuty arrojó la caña para atrás y llevó su cuerpo gastado hasta la orilla para nadar sin gracia hasta Ravena de Sutie, que ya en la superficie escupía el agua que había tragado y se sujetaba sin oponer resistencia a la espalda tatuada de Dreuty, mientras decía: "mi moto, mi moto", dos veces. El Panza intento practicarle respiración boca a boca, pero la niña le suplicó que no hacía ya falta, que estaba bien.
Rescataron lo que quedaba de la moto en la roca y se sentaron a observar el río sin hablar. Más tarde, Jazmín no pudo más y se despachó con la historia, ante un Dreuty que ya había dado por perdido el día de pesca. La escuchó, prestó atención a cada palabra que la lengua de aquella señorita engañada le susurro a modo de confesión y escape, le obsequió un pedazo de budín marmolado húmedo que había abierto unos días antes, le prestó su hombro.
Esa noche de fin de año Jazmín Ravena de Sutie brindó, ya con una sonrisa en los labios, por el Panza Dreuty.
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