CONTRATAPA
› Por Bea Suárez
Salgo de la ciudad como quien se va y deja el cuerpo tendido arriba de una silla.
Ramitos de mí acalorados por una temperatura que se obstina en sembrar antipatía.
El cemento tiene escaso puntaje. Salgo a escarbar por agua. Estoy zurcida, los agujeros que hice para que entrara aire a mi organismo.
La tierra hizo cascotes al salir de Rosario, un desdén de riachos y potreros es preferible al edificio que licua y da muerte al nacer silvestre de la clavelina.
Prolifero en el campo, vivo en nubes, me escoltan gaviotas de la laguna de Melincué, un flamenco es Sumo Pontífice y entre varios conforman el elenco de otro teatro que disfruto.
El eje cartesiano del calor tiene vigencia, pasa por mi piel, se hace una festichola transpirada, pido socorro. Salgo de la ciudad en rebanadas, me decepcionan los horneros, primicias de vaca y alambrado, el despecho de un pejerrey reciente y esa laguna sin timón, oscura.
Entre limbo y ortigas respiro hondo, trago ráfagas de yodo, quiero enseñar a volar, olvidar la tiranía del hormigón armado que calienta, sumergirme en esa agua alevosa, e intentar coincidir con la mujer de campo y de ciudad que suelo ser.
Una y otra; urbana y campesina, con ciudadanía de chimango y ocupante de Oroño, las dos cosas. Dos mujeres en mí, la perdida en la noche y la deseada por un perro en la infancia de eucaliptos.
Soy dos, interminable y construida en peatonal, mordida por cordones calle España y a la vez picoteada por pato o gallareta.
Concurro a la ruta turca, sábanas vuelan, me envuelven, hago docencia de ciudad que no sirve, es la efemérides del verano que me saca a viajar, que las enciclopedias recorran otros senderos.
Borrego me deglute si quedo, la provincia me llama, me alborota, quedo rara como negro en casa blanca.
¡Qué interminables somos!
Parienta de los cisnes de cuello negro, prima en plaza Pringues, nieta de una ternera íntegra y madre de la garza más blanca que se ha visto.
Doble, me alejo de Rosario, la miro en figurines, la dibujo y diseño, y lo peor: la extraño.
¿Qué hacen dos mujeres dentro mío? ¿Juegan a que se entendieron? ¿Se pegan piñas para ir al patio y al potrero?.
Pájaras y obreras, comerciantes pero lechuzas.
Con la vida en aumento, camino mínima y chiflada por este duplicado; caminan dos mujeres, se mueven entretenidas haciendo lo que soy.
Animales batientes y transeúntes apurados.
Chacra y cheque.
Una pluvial, otra pluma.
Una mina del Diablo, otra farolito de Pichincha.
Dos a la vez. Periférica, central.
Salgo de la ciudad, encuentro una, pierdo otra.
Un corazón con ruido a viento sur las tiene unidas, hace comarca en ese femenino que con alfarería me elabora.
Rosario queda en el horizonte. La veo de cerca o lejos.
No es lo que más importa.
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