Sábado, 21 de febrero de 2009 | Hoy
Por Miriam Cairo
HEMISFERIO BOREAL
La extravagante verdad es que vestidas con una túnica blanca y un ramito de flores en la mano, con escotes de súper star o con presencia lunfarda, las culonas existen en casi innumerable número. Entran en los bares a leer, a conquistar, o transmitir una pizca de acrimonia. Un poco tímidas al principio piden al mozo un café y en su cerebro acontece lo que acontece con el clima del hemisferio boreal: un misterio.
MISAL DE PLEGARIAS
El hecho de que toda metáfora, como toda realidad, sea un juego dialéctico, ha contribuido a multiplicarlas: hay una manera de nombrarlas que las duplica, una manera de percibirlas que las prolifera. Y por sobre todo, hay una manera de adorarlas que las diferencia de las simples portadoras de caderas anchas. Con sus túnicas y sus flores, con sus tetas y sus ceños, ellas convierten la vida en una celebración, en un misal de plegarias sexuales donde abundan delicadezas obscenas y verosimilitudes infartantes.
ALFILETERO INMORAL
Ellas desearían que en cualquier escenario hubiera almohadas de brocato y cortinas chinas. Que un enorme ciempiés las llevara en andas. Ellas hablan como si fueran alcanzadas por las palabras. Zurcen, bordan, hilvanan los huecos del cuerpo y del alma. Su corazón es un alfiletero inmoral.
En medio de cualquier conversación se detienen de pronto, y el silencio se enrolla en sus labios con la forma y el dulzor de una castaña. Ni se preocupan por hacer un silencio tan pequeño. Nadie les va a pegar porque no visitan el mundo de los hombres puercos.
EL SOL INTERIOR
Las culonas son tan suaves como el sexo de las amapolas y saben secar su negrura con el sol interior. En cambio los hombres y las mujeres sin luz son estatuas psicológicas talladas en un mármol triste de carne inmóvil. Están demasiado ocupados por ajustarse las cadenas, atarse los cordones, clausurar los senos, maltratar el esperma. Por mucho que lean literatura china las palabras no derriban su muralla sensorial.
LI CHING CHAO
Cuando una culona lee aquel poema de Li Ching Chao: "Estoy acostada, inquieta/en mi almohada de brocato bajo/las cortinas de gasa hasta pasada/la medianoche..." Alguien se vuelve devorador. Alguien se hace llamar vampiro. Con los dedos separa la espesura y ella lo nombra "vampiro". El devorador demuestra lo que es con un mordisco íntimo. Al clavar los dientes salta el chorrito de sangre del cuenco concupiscente. El vampiro bebe. Con el hocico implacable extrae el aliento hasta el suspiro final. Qué lugar para beber, murmura quien lo nombra, mientras muere.
NOCHES DE PáJARO
Las culonas callan como sirenas. Cantan como visionarias présbitas que van hacia Jaén guiadas por luciérnagas. Cantan sobre la red etérea y los menhires de hielo. Son la fisura incomprensible. La feminidad del crepúsculo. Buscan la punta tornasolada del vampiro. La punta donde el refulgente cuenco se embriaga. Patitas para qué las quiero, van corriendo por los senderos de un patio trasero o fronterizo. Con pasos largos van contra corriente. Tienen que inclinarse para entrar en cualquier puerta. Abren sus acueductos en noches de pájaro y clausura mientras van soltando música por los talones verdes.
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