Lun 02.03.2009
rosario

CONTRATAPA

Cruzar la frontera

› Por Sonia Catela

Se integra al peculiar club de fanáticos, entra a su sede escurriéndose, en clandestinidad. A veces Olga hasta se levanta la solapa, sin abandonar los lentes oscuros, la boina bajo la que esconde el pelo recogido. ¿Y si la pescara un conocido? Se perdona el ridículo que comete, dado el blanco al que apunta. Con ese camuflaje se sienta, repitiendo butaca, en lo que fuera cine en el boulevard 27 de Febrero; se acopla a una liturgia de declamaciones extremas; hay alaridos, dramatismos; "cabezas caerán", se grita; acepta los excesos sin condiciones. "¿Dónde te metiste toda la tarde? No te encontré en la redacción", se queja su marido. "Anduve tras una nota", "¿En la calle?", "Así así". Durante dos meses presencia y adhiere a declaraciones que talan sus convicciones más encarnadas. Pero en esas asambleas se planea un viaje al que ella quiere sumarse a toda costa. La vecina de asiento la ausculta: "vio qué caro todo". Le replica: "pero lo vale". Se esmera en encajar, se fuerza en recopilar cuanto antecedente le reclaman. "Le falta..." tal constancia, una foto de aquella ocasión de la niñez. Miente, falsifica, inventa papeles, presenta imágenes de amigas, testimonios de la misma procedencia. Pone tildes al lado de cada formalidad que le dan por cumplida. Olga se acerca al blanco, pum, tan visible que ya casi toca su centro.

Pero ¿y si no? ¿Y si ese viaje inconcebible no serruchase, en realidad, el piso de lo que es, sino que mostrara que su suelo de debajo oculta a otra, desconocida, temible?

...

El pasaje aéreo aguarda su tiempo en la cartera. Ahora, a encarar a los deudos. Aguanta los sopapos sarcásticos de su madre, cuyos dedos fingen una bendición (es revancha) sobre su testa, "vaya con dios, hijita". Peor, dolerse ante la extraviada sorpresa de Bruno "¿vos justamente?, ¿y a qué vas a semejante sitio, vos?".

Olga va a saberlo cuando camine su agua, la beba, agua de un planeta donde no ha puesto jamás el pie. Mundo incierto que acaba de meterse de prepo en su galaxia personal.

Desembarcará en un otro "allá".

...

Consigue alojamiento en la ciudad de aterrizaje del avión; le demanda semanas de fatigosos trámites, contactos que son casi sobornos, rogar por la intercesión de gente a la que jamás pensó recurrir en su vida. Se declara persona no grata ante sí misma, se pisotea. Pero no desiste.

Blanco, pum. Recorre el aeropuerto para hacer tiempo; le quedan dos horas hasta el despegue. Cuando se anuncia la última llamada para el vuelo, renuncia a su amnistía. Bruno no aparece para despedirla. Su ausencia será su repudio.

"¿Vio que caro todo?" se había horrorizado la vecina del proyecto. "Lo vale", le aseguró ella. Duda de esto. De que valga lo que cuesta.

Se embarca sin mirar hacia atrás.

...

Durante el segundo vuelo, el de cabotaje, los viajeros cantan, baten palmas, integran un coro, lanzan salmos y anatemas. La mujer canosa del asiento de adelante saca un frasquito con líquido amarillento. "Salud", brinda, lo alza y bebe los poderes curativos de su propia orina. Diserta sobre el método. Ubicado a su par, un calvo asiente y anota los datos en una libretita: "voy a probar", se acopla; al rato vuelve del baño con un vasito que apura, satisfecho. Aplausos. Rascan techos cósmicos que perforan el del avión. Para integrarla a la ronda, la canosa le apresa las manos: "arrimate al fogón, hermana". Olga calla, la alientan: "te va a ir bien" . Jadeando intercambian talismanes, cintas de color, vinchas; la embadurnan en amabilidad. Se examina la pulserita contra la mala suerte que le han adosado. Se arrastra como puede a un ángulo distante. De todas maneras ¿cuándo no es la que se pone en el margen? Coloca en el cenicero del posabrazos el fetiche que le ha impuesto la canosa, se deshace de esa cinta repulsiva, pero es descubierta; la alborotadora se levanta y propala: "lo sabía, ¿vieron? ¿qué les dije? lo sabía. Tiró nuestra insignia la hija de mala madre". De ojos desorbitados, se abalanza sobre Olga. Le lanza maldiciones, recoge su objeto, lo besuquea, lo refriega con algo que le devuelve la pureza. "... te castigará", grita.

...

Ir a ese lugar indecente. De fraudes escandalosos, casi ultrajes. Para colmo, legales, celebrados, mordía Bruno apartando su libro.

Tenés razón.

Pero lo mismo te emperrás en ir.

Así, así es.

¿Por qué?

Tratá de entenderme.

No, eso no. No me pidas que te entienda.

Basta trasponer la frontera a la que se dirige ella. Una frontera sin aduanas. Acá.

Se toca la cabeza.

...

¿Pero te pasa algo? ¿un problema de salud que te obligue a una experiencia de esa calaña? Bruno se baja los anteojos sobre la nariz, se desespera.

Hay que suministrarle un placebo . Miente. Le contesta a Bruno con una mentira.

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Viajeros marchando a ese otro planeta, donde se abren continentes de materia impalpable a defender dando la vida para obtener la vida, de un orden entretejido con vocabularios y fenómenos de otra realidad.

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En el asiento lateral al que separa el angosto pasillo, la enfrenta la única peregrina que se mantiene muda, aislada. La mujer frota un collar de cuentas y saca palabras de cada perla. No tienen nada en común se dice. Como desmintiéndola y con ganas de entablar una alianza, la mujer le habla.

...

"Vengo aquí todos los años". "Una Meca", concede Olga. "No. Traigo un mal incurable. Me baño en las aguas. El mal se desvanece. Regreso a la Argentina. Al tiempo, aparece otro diagnóstico terminal que no tiene nada que ver con el anterior". Olga la ha visto ojear una carpeta con papeles, estudios, radiografías. "El tiempo entre la vuelta y la nueva sentencia, se acorta". "¿Se acorta?". "Siete meses, cinco, ciento veinte días, sesenta". Estruja un pequeño calendario con recuadros rojos. Hace cálculos en su agenda de cadalsos.

...

"¿Y vos a qué venís?" la interroga.

"A conocer".

"Nadie viene por turismo a este lugar".

...

Es así. Pero no va a franquearse con esa extranjera. Es argentina como vos, se objeta. Aunque lo sea, extranjera, se ratifica.

...

"¿Te referís al Lourdes, de Francia?"

"Ahí voy, sí. Lourdes, Francia".

"¿Querés ver cómo se cura un paralítico?"

"Quiero".

"¿Y después, qué, Olga?"

Si ve andar a un muerto... ¿Qué pasará con ella en ese caso?

...

Llegamos, llegamos, aleluyas de los pasajeros. Olga sabrá cuando toque el agua de la gruta, y ande ese planeta donde no ha puesto jamás el pie: milagros reconocidos (tantos), enésimas curaciones (ciegos que recuperan la vista, cancerosos sin retorno) con certificado médico de origen en misterios inexplicables. Desembarcará en este "allá". Va a enterarse quién de ellas es.

Quién. Cuál Olga. Cada paso le pesa una tonelada.

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