CONTRATAPA
› Por Homs
El diario de veinte años atrás y el de pasado mañana difiriendo en poco, acaso el lenguaje, en uso y desgaste, se vaya tornando más ineficaz y el tamaño de las letras deba ser cada vez mayor. Letras como eco raído de lo que se ha dicho cantidad de veces. Palabras enormes con tan poca sustancia. Idiomas cifrados sobre el cráneo de cada ser que con la pregunta, desde una punzante sensación de despojo, comprende lo que abarca el ir siendo apenas un gesto trazado por otros. ¿Fue el aire, en el mundo que me precedió, algo a lo que se podía exponer la gente sin protección?
¿Es qué llovía antes agua de verdad?
Códices erosionados por la lógica de creyentes que venden pistolas y sostienen su fe con parturientas pidiendo en la puerta de los templos.
Dogmáticos usureros, con una visión tan nula del futuro que deberían avergonzarse frente a todos los seres vivos que vendrán, basan su devoción en el monocultivo y la demagogia. Apócrifos sultanes, armados de potentísimos vehículos que tienen como encubierta razón de ser pisar pobres, se bañan en insecticidas costosos pero efectivos que los hacen inmunes a la oruga militar. En el reino de la carroña ellos llevan a sus bocas cadáveres cebados en leche materna y el pulido de la piedra donde sacrifican niñas en nombre de las cosechas por venir asoma reluciente, como inocente de lo que sobre su superficie se lleva a cabo.
Todo vira hacia su peor sentido.
Tierra que se ha puesto filosa. Estrepitosa demolición.
Caen casas, caen cines y brotan templos que celebran liturgias de segundo orden aunque la miseria sea la única doctrina que agiganta su prole. Pestes, mugre y fealdad. ¿Hasta donde la fantasía inocua le es inherente a la imagen?
Una pléyade de brujos, en son de evocación, hace más inflamable a la atmósfera mientras que la ciencia, vilipendiada primero, ha sido proscripta después. Eso sí, la iglesia hoy da misas por Galileo.
Peces a la orilla boqueando.
Aridez del paisaje nuevo. Asfixia anhelante. Si llueve, lo hace al borde de lo incandescente y el todo se perfora al instante, si el viento sopla es indecible la desesperación por escapar.
Baba que deja la muerte en la devastación, lengua de zinc con gula incandescente.
Todo el brazo medio del antiguo río se ha tornado ígneo y un escozor dañino se enseñorea dominando desde la superchería.
Bajante que ahuyenta a la bondad.
Las ánimas benditas a tarascones son desgarradas y envilecidas.
Víboras ponzoñosas montadas a la desesperación reinan sobre el horizonte llano. Es el despliegue fáctico de la estupidez, el fruto humano por excelencia, arreciando desde una virulencia atroz.
Fuego que no es bello ni épico. Un infierno sin poesía.
Sombras ya no hay y los árboles se han ido agrietando hasta volatilizarse en sus sabias. Epoca espantosa en la que nos estremecemos al oír el quebranto de las plantas.
El bajo espectral de todos los jacarandaes entristeció a los más insensibles y los algarrobos en su decrepitud lloraron tan amargamente que hasta dicen que Cristo se ha vuelto a compadecer. Dicen sinsentidos todo el tiempo fraguando posibles razones que justifiquen tanta codicia, y a igual rentabilidad obtenida igual ignorancia cayendo como antes lo hacía el rocío.
Y vuelven, una vez y otra, a sembrar hasta donde no hubiesen debido ni pensarlo.
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