CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Ella va y viene de un mundo a otro porque necesita espacio para existir. De vez en cuando una mosca le ronda la cabeza y le resulta complejo saber si es una mosca u otra cosa. Su idea de las moscas no rinde pleitesías canónicas. No se ata a la verosimilitud como un devoto a su virgen porque ella tiene un ojo torcido con el que malinterpreta todo. No la manden a cubrir una noticia porque llevará mantas. Hasta el slogan de Utilísima, "hágalo usted misma, con sus propias manos" tiene en ella consecuencias escandalosas.
Lo que le revolotea alrededor de su cabeza no es una mosca sino el alma que se harta de estar encarcelada. Para distraerla, la pone a dar vueltas en el lavarropas. El alma enloquece como si hubiera viajado a Japón y ese viaje hubiera desatado una polémica sobre el presunto hallazgo de un cuadro de Schiele en el sótano de un museo. Da vueltas con la lengua afuera. Corre el riesgo de morir y sigue siendo preciosa.
La que va de un mundo a otro, de tanto ver y pensar presume que ese artefacto diseñado para distraer almas, pueda ser además algo útil, lleno de significado. Podría incluso lavar la ropa.
Quien mira con el ojo torcido, sospecha la posibilidad de que ese alma descontrolada no sea suya sino de otro, y que la haya seguido hasta su casa como esos perros callejeros a los que cualquier huella les marca un rumbo.
En el baño se miraba en el espejo, casi a oscuras, desinteresada, cantando a media voz. Se secó las manos y fue a buscar el bolso debajo de la cama. Lo arrastró con el pie y buscó sin mirar: sabor frutilla, texturados, antialérgicos. Encontró la arandela con el pequeñísimo motor incorporado. Recordó las consecuencias de ciertos movimientos. Halló la foto de aquella biblioteca enorme, solitaria, y sonrió en puntas de pie pensando en todo lo que había ocurrido sólo porque ella buscaba un libro en puntas de pie.
Luego encontró los tickets de aquel museo del que los echaron por querer fotografiarse besando el pubis espléndido del Modigliani.
Mierda, dijo ella suavemente, sólo el corazón se da por nada. Todo lo decía a media voz, sin que pudiera saberse a quién hablaba. Acurrucada contra el primer frío del alba, jugó a que estaba distraída. Sacudió la mano en el aire y marcó un número de teléfono fingiendo no saber que el más pequeño acto puede transformar el universo.
Hay noches en que sus pasos están más activos. Van y vienen por el pasillo que va desde el recuerdo hasta las levitaciones. Recoge los sueños en cuencos diminutos y los coloca en hileras al lado de la cama. Feliz sonido de fantasma cuando lleva y trae, en puntas de pie el cuerpo flojo, suelto de amarras.
Mujer es uno de esos términos engañosos que se utilizan para generalizar o para definir lo indefinible. Algunos se esmeran por encasillarlo en la metáfora, otros por referirlo al bípedo con genitales truncos. En todos los casos, la palabra mujer es figurativa porque cada mujer es una creación propia e impropia, moldeada por el escalpelo asesino de la vida.
Hay quien se empeña en explicar que mujer es lo contrario de varón como blanco es lo opuesto de negro. Pero ¿sólo el alma de una mujer puede dar vueltas dentro del lavarropas? Por mucho que les pese a los profesores de lengua, el antónimo de una mujer es otra mujer, así como una mujer sólo puede ser sinónimo de sí misma.
Agradezcámosle a la descalabrada que abre las hendijas por donde se puede espiar el costado cangrejo de la vida. Si no fuera así, seguiríamos viendo lo que todo el mundo ve, restando lo que todo el mundo resta, llorando lo que todo el mundo llora, botando lo que todo el mundo bota.
* [email protected](Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux