CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Somos doce y cubrimos las cuatro esquinas, cada uno con el vehículo cacharro que se supo conseguir. Estudiamos de antemano las costumbres, el horario en que saldrá de su casa nuestro hombre, y conociéndolo, taponamos la calle porque cuando se vea bloqueado, buscará esquivarnos al como sea: a contramano, por la vereda, o chocándonos; aparece, saca del garage su cuatro por cuatro, maniobra, acelera y encalla en nuestro hermético tapón, "correte, hermano", indica sacando de su morral repleto de saludos, uno al azar; no se da cuenta todavía, mantiene esa sonrisa fácil que desparrama por la televisión, "muchachos, que me esperan para inaugurar una asamblea", declama, pero no nos movemos; gira el pescuezo al son del barullo que arman los colegas en la otra punta, poniendo en marcha sus cachapés y precipitándose hacia nuestra ubicación, y antes de que el tipo aterrice en los sucesos y reaccione, queda encerrado; entonces ve que alzamos carteles y termina de ensamblar las piezas de lo que se cruza en su destino: "¿justo a mí me van a cortar la ruta?", estupor: ¿a él, al campeón? Manuela, Marcos, el resto de compañeros amontonan sus chatas, atravesándolas en la calzada, trompas hacia la vereda; miramos la escenografía con los ojos del cercado y nos vemos: una verdadera chacarita, "Sí, a vos, te la cortamos. A la ruta", lo desayuno, y el tipo: "pero por qué no se sacan esa mierda del marote y vuelven a su Córdoba", acelera el motor y arremete contra nuestra barrera de despojos vehiculares, los que ya ni ameritan un gasto en seguros, uno, dos topetazos con su camioneta acorazada, porque no hacemos esto precisamente por los honorarios que nos pagan en la radio de la Universidad Tecnológica, (se baja, amaga abalanzarse sobre nosotros, se contiene, aún) y ni siquiera lo hacemos porque nos hayan cerrado la emisora aduciendo insuficiencia de presupuesto, como explican las pancartas sin mentir, cosa que el tipo sabe: "váyanse a joder con su resentimiento a su pago, che", sabe que andamos detrás de otro asunto, o que otro asunto nos empuja, pero como continuamos petrificados, agita la cabeza creyendo entender: "ah, ustedes pretenden que los acoplemos a nuestra protesta", consulta el reloj, la demora, la asamblea y la televisión sin él, su estrella; quizá se inquiete; tampoco montamos esta barricada porque queramos defender aquel artículo de la Constitución que asegura la libertad de transitar, aunque no falten aquí un par de abogados; "muchachos, si me acompañan, podemos arreglar lo de sumarlos con su protesta a la nuestra", se equivoca para no variar. Advierte la inoperancia de sus gesticulaciones y empieza a empujarse hacia el grupo, porque esto de bloquearlo lo hacemos por Teresa, sólo por ella cubrimos los mil kilómetros hasta aquí con el combustible de la bronca; Manuela se adelanta y le sirve un "no, señor, vuélvase a su casa", "llamame Alfredo" insiste él porque se ve en desventaja y allá en la asamblea las cámaras se encienden agrias por su faltazo, "le repito, señor, mejor entre", porque a Teresa la inmovilizaron en la ruta durante cinco horas y no llegó al aeropuerto; las negativas lo enloquecen al tipo, busca algo en el bolsillo, un arma, "será legítima defensa", aúlla, y ve a través de nuestros ojos a Teresa que no alcanza el aeropuerto, el avión que despega y se aleja; tomar ese vuelo cuestión de vida o muerte; eran las cartas para Teresa, y sucedió lo último, cinco horas de retraso, un corte carretero capaz de quitar la respiración y no sólo a los que formamos este cerco y jadeamos, ojalá disparara el arma el tipo, ojalá tuviera el coraje de arruinar su carrera, la conducta más decente que podría dedicarle al prójimo, con ese revólver que mantiene en alto y esa mirada de no puedo creer; en medio de los autos abollados, con una Manuela que grita: "dispará, desgraciado, nos la debés. Nos debés lo de Teresa" y lo ametralla a insultos, con vecinos que se acercan y se mantienen atrás, en la zona de cautela, esperando, en cuenta regresiva, que se precipite el desenlace como en una mala película.
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