Mar 07.04.2009
rosario

CONTRATAPA

EL MEMORIOSO

› Por Jorge Isaías

A Raúl Aquilano

El hombre tiene unos límpidos ojos celestes que miran asombrados como los ojos de un niño. La cabeza cubierta de cabello enteramente blanco, pero no tiene ni por asomo la amenaza siquiera de una lejana calvicie pese a que pasó largamente los setenta. Su cuerpo es delgado y sus pasos son ágiles y uno cree entrever en esta figura muy querida en el pueblo aquel muchacho que infatigablemente recorría todos los barrios y las canchitas de entonces a la búsqueda de nuevos craks que asomaban en aquellos que el veía una lejana promesa.

Mi infancia lo tuvo como lo que es: un personaje querido. Con su bicicleta y su enorme gorra de visera, miraba detenidamente los picados entre chicos y el conversaba a los mejores y los convencía para "ficharlos" en el club del "otro lado de la vía", es decir; el Club Atlético Federación. Gracias a él los azules siempre tuvieron su semillero inagotable. Dos de los míticos cracks ya militan hace años en el profesionalismo. Danilo Gerlo y Fernando Belluschi, nativo del "Barrio El Jazmín﷓", como yo. El primero en River y el "Fer" como le dicen en su familia, en el "Olympiacos", de Atenas.

Estos chicos, es casi seguro habían pasado por el ojo experto de este hombre bueno y desinteresado que responde al nombre de Raúl Carmen Aquilano, hijo de don Marino Aquilano quien fue varias veces presidente de "Federación".

Su memoria es tan despiadadamente minuciosa que pasa revista sin dudar de los equipos del año 50 en adelante, incluidos los suplentes. Pero no sólo de la liga interprovincial, sino que expresa con toda naturalidad las formaciones de aquellos esforzados y valientes equipos de barrio, que representaban las ligas comerciales. Y uno escuchaba nombres allí de gente que nunca podría haber supuesto que tuvieron en su vida la decisión de patear una pelota. Pero con que sólo Raúl lo enuncie, pasa a ser en el acto palabra sagrada.

Esto quede en aquello que los historiadores llaman: "lo fáctico", Porque qué acción podía en aquel tiempo remoto y diluido en el impiadoso olvido.

Casi con seguridad el pueblo de entonces se veía a sí mismo con una explosión de mariposas veraniegas, con chicos de pantalones cortos, descalzos, matándolas en las esquinas, hasta que el camión regador comunal o, antes, el tanque de agua tirado con los caballos producían el desborde.

Y luego en las noches, en esas mismas esquinas, esos mismos chicos se reunían para una cruelísima diversión; patear sapos y aún ponerle un pucho en la boca para hacerlos "fumar" entre el júbilo y las risotadas de todos.

Mientras que, durante el día, en especial por las tardes, todos los pibes del pueblo nos trenzábamos en encarnizados partidos de futbol. Con los más diversos "esféricos", como le decían los periodistas deportivos de aquellos años. Sabemos de la larga, frondosa y rica, a veces y otras, ridículas maneras de engrosar el vocabulario futbolístico. Digo que no necesariamente la pelota debía ser de cuero (algo improbable por la pobreza de entonces), pero sí de goma o de trapo, muchas veces. Para su construcción debíamos pedir una media vieja a la madre, la hermana mayor o alguna tía siempre buena y solidaria.

En lo mejor del partido llegaba Raúl, con su eterna bicicleta, su gorra y su mameluco de carpintero. Se paraba a mirar. Luego, ofrecía sus servicios gratuitos (no desinteresados), para vestir la camiseta albiazul.

A mí nunca me convocó porque sabía que tal traición era imposible. Yo me había criado literalmente en la cancha del "globo" rojiblanco y en esos tiempos las primeras pasiones eran para siempre. Yo era (y soy) huracanista.

No obstante, ese hombre bonachón no se privaba, de emitir una opinión favorable, o una felicitación por una jugada si venía al caso. Pero él sabía a quien podría conversar, su caballerosidad, su gesto famoso era y es proverbial en el pueblo.

Ahora peina canas y con sus canas, recuerdos.

"Es un libro abierto del fútbol", dicen en el pueblo. También un archivo generoso para darse a los demás. Cuando uno le pregunta algún dato, contesta sin vacilar e inquiere con esa mirada de límpidos ojos celestes.

﷓¿Qué más querés saber?

Y uno le agradece esa predisposición de hombre bueno, pero es discreto con sus respuestas y apenas se circunscribe a lo futbolístico, pero hay tanto que quisiera saber. ¡Tanto! En especial de aquellos años ﷓que son, diría Borges﷓ como si no hubieran sido.

Sin embargo se contenta con saber quienes fueron aquellos muchachos que jugaron por entonces, que apostaron al gusto, a la gloria efímera, a la casaca humilde, a los botines más humildes aún, a esas camisetas que el tiempo destiño para siempre porque el color tan vivo de aquellas sólo existen ﷓hoy﷓ en la mente de "disco rígido" que tiene este hombre en su cabeza y lo comparte, casi como si cortara con un cuchillo una hogaza de pan caliente y lo sirviera a los curiosos, sus hermanos.

Quien sino el puede recordar un equipo que a fines del cuarenta se llamó "Las rosas" porque respondía a un almacén de Ramos Generales de nombre homónimo y que estaba vecino a la escuela Provincial.

Raúl comenta ﷓y si lo comenta es cierto﷓ usaban unas camisetas con bastones verdes y blancos y se entreveraban en los llamados "campeonatos abiertos", que se jugaban en verano y que congregaban a un grupo de entusiastas comerciantes que daban el nombre y las camisetas del equipo con la aclaración que ese mismo entusiasmo era aprovechado por la euforia futbolística que ganaba los corazones de los jóvenes varones de aquel tiempo en que yo aún no nacía.

¿Hay alguien ﷓salvo Raúl﷓ que recuerde los nombres de aquellos esforzados muchachos de entonces? Aquí están: Luis Cachornia, Pedro Camiscia, Emilio Marciano y ╡ngel Vera (a quien se lo conocía como "Verita"), ╡ngel Barco ("El manco"), y Ramón Barco ("Mojarra"), Cándido Joan ("Patita"), "Pichi" Barco, José Pichichello, Ismael Durán, "Chiquito" Giacobbe y Juan Giacobbe, a quien apodaban "Vino blanco".

Mi pueblo, nada tiene que envidiarle al Funes de Borges. Nosotros lo tenemos a Raúl Carmen Aquilano, por si quiere alguien constatar hasta dónde llega la minucia de la memoria humana.

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