CONTRATAPA
No todas, pero algunas...
› Por Gary Vila Ortiz
Desde que por una vieja edición de Poesía de Buenos Aires descubrimos -hace de esto tanto tiempo que no lo diremos- a Emily Dickinson comenzamos a interesarnos por las mujeres en la literatura norteamericana: Poetas, ensayistas, narradoras o protagonistas de alguna obra de ficción. También en el cine nos encontramos con mujeres sin duda fascinantes. Fue por Dashiell Hammett que llegamos a Lillian Hellman. Por Hemingway fuimos hasta la casa de Gertrude Stein y a partir de ella a sus memorias, a las que contó como si fueran las de Alicia Toklas, su amante.
Emily Dickinson: ¿Cómo no experimentar esa sensación inicial de que su poesía era algo único, de una belleza que nos llamaba sin pausa? La versión aquella del inolvidable pero un tanto olvidado Raúl Gustavo Aguirre, publicada en 1957, es un libro muy pequeño de la serie que llevaba el nombre de Altamar y que en su tapa tenía un dibujo de Baudelaire. Como dice Aguirre, la vida de Emily Dickinson carece de sucesos exteriores. Prácticamente no salió de su casa en Amherst, Massachusetts, lugar donde nació en 1830 y murió en 1886. Todas sus publicaciones fueron póstumas. Había dejado más de mil doscientos poemas y una nutrida correspondencia. En 1890, su hermana y dos amigas publican una serie de sus poemas; luego, al año siguiente, otra más; en 1893 parte de sus cartas y en 1896 otra serie de poemas. Pero el olvido perseguía a quien, por su parte, creía que la publicación de sus poemas no era algo necesario. Y en 1914 apareció una nueva serie que, como expresa Aguirre, no alteró el desconocimiento que había sobre esta mujer. En 1924, con la publicación de su vida, sus poemas completos (que aún no eran todos) y la edición en Inglaterra de parte de los mismos con un agudo prefacio de Conrad Aiken, su figura pasó a un lugar de excepción en la literatura contemporánea, es decir la del siglo veinte. Le ocurrió algo parecido a ese poeta jesuita inglés, Hopkins, que influyó tanto en Dylan Thomas. Dos poetas del siglo XIX que pueden considerarse parte de la poesía del siglo XX.
¿Cómo evitar esa atracción por su poesía, por el personaje, por su concepción de la belleza? "El corazón pide placer; / y después excusas del dolor; / y después, esas minucias / que se apagan sufriendo..." "El Paraíso está tan lejos como / la habitación más cercana / si en esta habitación un amigo espera / la felicidad o la perdición..." "Morí por la belleza, pero a poco / de quedarme en la tumba, / uno que murió por la verdad yacía / en un cuarto contiguo..." "Me digo que la tierra es breve, / y la angustia absoluta. / Que hay demasiado mal; / ¿pero qué?..." "Qué triste ser alguien / vulgar como una rana / que canta su nombre todo el santo día / a un pantano que aplaude".
La mujer que escribió esto recibía con frecuencia regalos de su padre, en general libros, "con la curiosa recomendación de no leerlos para que no inquietaran su espíritu". Así lo dice Borges. Pero sin duda el espíritu de Emily Dickinson tenía una bella y permanente inquietud. Borges narra, también, que en un breve viaje a Washington conoció a un joven predicador. Se enamoraron instantáneamente, pero al saber que estaba casado no quiso verlo más.
Gertrude Stein, Lillian Hellman, Djuna Barnes, Edith Wharton, Dorothy Parker, fueron también mujeres fuera de lo común. Stein nos explicó la esencia de la rosa: "Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa...". Lillian Hellman tuvo un coraje formidable en la época del macartismo y fue la compañera de un hombre admirable, Dashiell Hammett. Dorothy Parker escribió cuentos para poner de manifiesto la hipocresía de su ambiente social: la comparación de una mujer con un caballo es de una tremenda crueldad, con tres líneas finales llenas de ternura. Djuna Barnes escribió una novela justamente mítica, como han dicho algunos de sus críticos; póstumamente aparecieron sus "Perfiles": Su entrevista a James Joyce es impecable, y después de leer el "Ulises" Barnes prometió no escribir más (¿Para qué?, explicó. Aunque afortunadamente lo hizo y encontró ese para qué).
Más cerca nuestro se encuentran Marianne Moore, Mary Mac Carthy, Susan Sontag. Moore escribió sobre la poesía: "A mí también me disgusta; hay cosas que son importantes, más que todo ese violineo. / Leyéndola, no obstante, con perfecto desprecio por ella, / se descubre que hay en ella, después de todo, / lugar para lo genuino". A Mary Mac Carthy y a Susan Sontag nos hubiera gustado conocerlas, ser sus amigos (en realidad nos pasa lo mismo con todas las mujeres que hemos nombrado). Si es posible, ya hablaremos de ellas.
Otra mujer inolvidable es la protagonista de un cuento de Truman Capote (uno de los que más nos gusta), Breakfast at Tiffany's: Holly Golightly. Para nosotros, aunque suponemos que para los sesudos críticos de cine no, tan inolvidable en el cuento como en la versión cinematográfica, que tiene un final de esos que no gustan a quienes detestan Hollywood, que no corresponde a como finaliza la narración. A nosotros eso no nos interesa, sobre todo porque Holly está interpretada por Audrey Hepburn. Creemos que en esto tiene razón Julián Marías: Blake Edwards, el director del film, modifica el final poniendo, en ese final, un moderado happy ending. Además, el escritor español dice que Truman Capote debería aceptar (lo dice allá por 1963) que los miles de espectadores que lean el relato después de ver el film no podrán evitar ver a Holly Golightly como Audrey Hepburn. Nos parece que también en esto tiene razón. Algo similar decía Italo Calvino sobre muchas películas en donde inevitablemente el cine termina poniéndole la cara a tal o cual personaje. O tal vez lo escribiera Leonardo Sciascia. En estos días la memoria anda un poco floja.