Dom 24.05.2009
rosario

CONTRATAPA

Capaz de una crueldad imaginativa

› Por Gary Vila Ortiz

En una edición que estuvo al cuidado de Edmund Wilson, quien fue probablemente su gran amigo, se publicó un libro que reúne una serie de escritos de Scott Fitzgerald con el título, particularmente conmovedor, de uno de sus relatos autobiográficos: "The Crack Up", título que, caso curioso, se ha conservado en la versión española. Como suponemos que bien se sabe (aunque alguien pudo haberlo olvidado), Francis Scott Fitzgerald nació en 1896 y murió, a corta edad, en 1940. El alcohol ayudó de forma considerable para que su muerte ocurriera a los cuarenta y cuatro años. La edición a cargo de Wilson comprende los escritos autobiográficos, los cuadernos de notas (que llevó desde muy joven), cartas a sus amigos, a su hija, tres cartas sobre "El Gran Gatsby" (de Gertrude Stein, de Edith Wharton, de T.S. Eliot), dos cartas esclarecedoras (una de John Dos Passos, otra de Thomas Wolfe), algunas semblanzas del autor realizadas por el mencionado Dos Passos, por Paul Rosenfeld y por Glenway Wescott, y un bello poema de John Peale Bishop. Hemos escrito esclarecedoras y nos referimos a que tanto esas cartas como los demás materiales permiten conocer la obra de Scott Fitzgerald con mayor profundidad y comprender lo que suele pasarse por alto: La importancia que tuvo para la literatura norteamericana y la influencia que ejerció, sobre todo en la forma de vivir durante la época del jazz, de los feroces tiempos de la depresión, de sus últimos momentos, olvidado, entregado al alcohol.

Su cuaderno de apuntes interesa particularmente ya que muestra la necesidad de dejar constancia de aquello que puede estar presente en algún relato o también retrata su estado de ánimo. Estas notas suelen no pasar de una línea, como la que hemos elegido como título de esta contratapa y, en ocasiones, consignan tan sólo el nombre. Transcribimos algunos ejemplos. "Un hombre renunciando a la idea de sí mismo como héroe. Quizá hurgándose la nariz en un inodoro". "Piel de un ciego y novia sin barbilla". "Mujer de color y niño judío muerto". "¿Quién podrá salvar al nadador cansado?" "﷓Pero si es tu mujer... No me imagino tocando a tu mujer﷓. Oído cómo decían esto a un marido diez minutos antes de hacer los más apasionados intentos para llevarse a su mujer a la cama". "Mi extraordinario sueño sobre la guerra de Crimea". "Diario del Dios íntimo: tienen la mitad; esta es la otra mitad". "Idea de Zelda (su mujer): las cosas malas son las mismas para todos; sólo las buenas son diferentes".

Si de todas las posibles hemos elegido esa que dice "capaz de una crueldad imaginativa" es porque el tema nos interesa. Y tal vez hemos pensado en eso antes de leerlo en Scott Fitzgerald. Muchas veces nos hemos preguntado sobre si somos capaces de tener una crueldad mental que no se manifieste de otra manera, algo que queda encerrado en nuestra mente y allí se desarrolla como un gusano ponzoñoso pero no se trasluce. Lo mismo sucede con el odio, con saber si hemos deseado la muerte de alguien. Es probable que, como supo decir Truman Capote, todos alguna vez desean la muerte de alguien. Pero no asesinan a nadie. Es tanto al daño que causan esos pensamientos que se mantienen en la cárcel de la mente y hasta cuesta hablar de ellos.

"Dos mujeres muy parecidas en tiempos muy diferentes". "Dos mujeres absolutamente diferentes en tiempos casi idénticos". "Dos mujeres que no llegamos a saber cómo son en tiempos que no comprendemos por más que lo intentemos". "Dos (o tres o cinco) mujeres, sean como sean, en el mismo tiempo exacto, medido a reloj". "La forma en que la mente guarda esas posibilidades un tanto perversas que suelen pasar un pensamiento a la realidad". Por nuestra parte, no nos animaríamos, como Scott Fitzgerald o como Dylan Thomas, a tomar un whiskie detrás de otro hasta llegar a la puerta que nos permita pasar al otro lado. Pero hemos estado cerca.

"Capaz de una crueldad imaginativa". Es cierto que no llevaríamos a cabo esa crueldad que nuestra imaginación piensa. Más aún, creemos que el pensarlo evita que hagamos aquello que de ninguna manera debemos hacer. Sobre todo cuando pensamos que la crueldad deliberada es un crimen nauseabundo. Pero, lamentablemente, sí podemos cometer esos crímenes menores que en rigor no son crímenes pero que nada tienen de menores y suelen herir a quien es objeto de nuestros actos. No hay deliberación alguna, pero eso no significa que la herida del otro ﷓esa herida espiritual que puede ser tan dolorosa como la física, o acaso más﷓ le provoque algo que también nos toca a nosotros.

La compilación de Wilson, ya lo dijimos, también incluye poemas, algunos de los cuales nos parecen muy bellos, con ese sentido del humor, de la ternura, con ese sentido de vida que encontraba Scott Fitzgerald aun en sus malos momentos. Antes de copiar algunas líneas de esos poemas digamos, como de paso, como una nota a pie de página, que si podemos nombrar a otros escritores solamente por su apellido (Hemingway, Faulkner, Pound, Chesterton o Eliot) no lo podemos hacer con Scott Fitzgerald, pues si lo hacemos inmediatamente nuestra memoria se distrae con otro Fitzgerald: ese escritor inglés (1809﷓1883) que en 1859 publicó "The Rubáiyát of Omar Khayyám, the Astronomer Poet of Persia", y en esa distracción buscamos esa versión de la que tanto hablamos alguna vez con Borges. Ahora sí podemos volver a los poemas de Scott Fitzgerald, algunos publicados en una revista universitaria, otro en el New Yorker. Hay uno titulado "Para una larga enfermedad": "¿Dónde guardamos el verano de nuestro amor? Ven y ayúdame a encontrarlo (...) Dos que fueron heridos el primer amanecer de la batalla; / antes de ser un todo de nuevo pensemos / si las guerras se desvanecen, son barridas... / Ven, descansaremos a la sombra de los Invalides, en el césped / donde sólo hay suerte en el trébol de tres hojas". En otro escribe: "Recuerdas, antes de que las llaves giraran en las cerraduras, / cuando la vida era un primer plano y no una carta ocasional...?" Para terminar diciendo: "Y, aunque el final fue desolado y desagradable, / al volver el calendario en junio y encontrar diciembre / en la hoja siguiente; todavía estupidizado por el dolor, descubro / que (las nuestras) son las únicas discusiones que puedo recordar".

Este poema se publicó en el New Yorker el 23 de marzo de 1935, ese año que recordamos bien pues no sólo es el de nuestro nacimiento, sino también el de la muerte de Gardel, el asesinato de Bordabehere en el Senado, el estreno de Porgy and Bess, y el establecimiento por parte del régimen nazi de las llamadas Leyes Raciales de Nuremberg (que permitieron la marginación social de los judíos y luego su intento de exterminio), que fueron subestimadas en el exterior o, para expresarlo correctamente, en un acto infame los gobiernos de otros países quisieron cerrar los ojos (y los cerraron) frente a la creciente abominación y al poder cada vez más fuerte e irracional de Hitler.

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