rosario

Lunes, 25 de mayo de 2009

CONTRATAPA

Vicisitudes del viejo Roselli

 Por Sonia Catela

Con humeante palangana de mejillones en mano, mi hermana América hace pública la circunstancia que malpare el escándalo, ante nos, desprevenidos miembros de la familia: "Yo me desentiendo, Roselli. Pero tu hija Rita sigue con su himen intacto".

Está mi cuñado que tuerce los ojos, y clava un "no lo permitiré", gancho con que boxea a Rita: "O corregís tu defecto o te vas", y está mi sobrina a la que nadie va a obligar a nada. Suenan plazos: "Para fin de mes, ni una hora más" y se apalean cucharas contra el plato "¿defecto? tus batallas no son las mías, padre". Y porque tus batallas no son las mías, y porque si te quiero te aporreo, hay que atajarse los bumerangs de esa intimidad demasiado ventilada. "Sí, defecto", revienta el Viejo. Y se ahorra el mal trago de mirar a la imputada, la que no despilfarra agitación.

Ante esta mesa cada cual empuja su locomotora con viento en contra. El Viejo, mandíbulas gachas, oprime el cuentagotas del pesar: "Una hija mía. Una hija mía".

Y cuando decide tomar el mejillón con el que iniciará el almuerzo, palpa el vacío. En la palangana, las cáscaras se desmayan exhaustas bajo la voracidad de América. "No tenés principios" le reprocha a su esposa. Ella, nimbada por una aureola de cebollas, ajos y otros infiernos machaca los hechos: "a mí me faltarán principios pero a vos te sobra una virgen" y corona el juicio con maloliente erupción.

El Viejo no reacciona; mastica el suplicio de "una hija mía", núbil, 25 años, suya.

Del anarquista Roselli, ¿una cría beatona? "A mí no me culpen" se ataja Panchito y manotea un salvavidas: "No tuve nada que ver".

Pero el Viejo lo ignora triturando su martirio a diente vivo.

Cuando la lacra de la virginidad de Rita trascendió, Panchito fue acusado. Mas sucedió así:

La alborada descorrió su esplendidez, pintado en el paredón de la Terminal. Rayos dorados, letra de imprenta. Sin firma, sin nombrar a la aludida. Hecho con destreza. Llamativo. "Puerto Elizabeth tiene virgen". Acompaña al grafitti una indiscreta caricatura de Rita. Se certifica la correspondencia de los rasgos, aun la pequeña cicatriz en la mandíbula, se mordisquean las palabras: "es Rita, tu hermana, Pancho". Entre interjecciones y codazos emerge una mujer oscura, la que se adelanta y gotea vocablos que caen, depositan y evaporan un "ayudanos" en los tubos internos de las orejas. Que es un rezo dirán los que hacen tiempo en la Estación esperando sus colectivos, gente de caseríos vecinos que terminan de beber su lata de cerveza, mastican sandwiches de milanesa mientras oyen a la mujer anciana que gotea palabras, "tiene virgen el pueblo". Se lo embuchan y tragan los viajeros mientras escupen al suelo gargajos y fruncen las jetas, virgen, se lo suben al ómnibus y lo pasean por el descampado, virgen, los puentes de fierro y riachos del trayecto, virgen, lo arrojan con la lata vacía a la banquina, a la vista de todos, entran a su casa con el descubrimiento del grafitti y lo desenvuelven en el centro de la mesa, "Puerto Elizabeth tiene virgen", arrugan las frentes. Y el que quiera creer que crea. Comentan.

Y los hay. Hay quienes creen.

Rita flota sobre la espalda líquida del Atlántico. Arriba, en la ladera, estalla un manchón sonoro. Algo choca; algo se incendia. Rita bracea, trepa las piedras, apura; dos personas inmóviles, una moto envueltas en fuego. Un automovilista se detiene y lava su estupor: "han muerto", se horroriza. "Hagamos algo" urge ella; el otro saca de su mochila una máquina de fotos y oprime el obturador, mientras el ¿sufrimiento? le dibuja caminos de lágrimas en la cara; Rita lagrimea, ve la bolsa, corre, la arrastra y la arroja sobre los cadáveres, deja que el fuego desarme la cubierta plástica y que la arena, destinada a apuntalar la escollera contra el ataque del mar, se desarme, cubra a los cuerpos y apague las llamaradas; el automovilista recuerda que porta un celular, llama a "urgencias" a manotazos. A los muertos (Estela y Roberto Meneghini) les costará volver, se sostienen frugalmente con una respiración minúscula, tomados del borde del silencio. Enfermeros y policías se hacen cargo, levantan chatarra, alzan con delicadeza los cuerpos quemados, certifican la precaria vida. Y miran socarronamente a Rita. El médico jefe le pasa una bata y Rita cubre sus inconveniencias descubiertas.

También el automovilista se permite el alivio de reír. Cuando revele sus fotos, habrá una placa que lo conmoverá: Rita, desnuda, aureolada por llamas, emerge del fuego.

"Un milagro" se desvanece la madre de Estela Meneghini en los primeros brazos que halla a la puerta del quirófano, "Rita Roselli hizo el milagro", susurrará, prácticamente en estado de inconsciencia, y lo repetirá la tía Zule recibiendo la noticia por teléfono y transmitiéndola a cada miembro de la familia, y mediante tracción pulmonar, a los vecinos; en ese epicentro de espirales, el pueblo se envuelve con el hecho: Rita Roselli realizó el milagro, y en cada detalle de cómo salvó a los chicos Meneghini, las llamas, su virginal desnudez, su piel intacta pese a haber atravesado el fuego, milagro. Y penetrará en los vasos capilares de la periferia y el centro, como una llovizna simultánea de voces. La virgen de Puerto Elizabeth. El milagro.

Se arrima con decisión, la señora. Viene arrimándose por la vereda despareja, viene con un bastón, tropezando, deteniéndose a jadear, resollando, decidida. Y atraca. En la casa con jardincito, se persigna ante el viejo Roselli. Saca lo que lleva en una bolsa de papel madera, y lo coloca sobre las baldosas, al pie del árbol. Acomoda el plato. Prende la mecha de la vela; en el sebo que chorrea encima de la loza pega la candela, raspa un fósforo, enciende una llama que se aguanta; tiende un pañuelo sobre el piso, se arrodilla, cierra los ojos, ora un Avemaría. Aunque le cuesta restablecer el equilibrio, logra levantarse. Suspira. Se vuelve hacia Roselli : "lo felicito por nuestra virgencita. y el milagro con el que nos bendijo", dice, se lo dice al Viejo, esa mujer mayor; afirmada en el bastón, se marcha dejando la vela que llamará a otras como pájaro en celo, voz alzada, perra alzada, no se puede creer.

"Vieja ignorante", protesta Roselli sin consuelo, y se esconde en la casa a vigilar el oprobio, a sufrir cómo las velas se amontonan y ondean en la noche.

"¿Por qué vende esto? usted sabe que es pura basura". Rita tira sobre el mostrador su estampita canonizada y le planta al librero esa interpelación a su honestidad. Don Marcos impugna que la adhesión a una verdad requiera el examen del material que pasa por su mostrador, ¿debo revisar las revistas que vendo? ¿las publicidades que contienen? ¿las fotografías escandalosas? ¿la rectitud de las teorías contenidas en las enciclopedias? ¿Ejercer la custodia de la ortodoxia? A ver el que sigue, y entrega cajas de clips y gomas de borrar a los clientes que se suceden. Como si fuera mi responsabilidad, rebate el librero; que Rita se corra, que haga lugar, que deje el paso. Aquí se vende, aquí se compra. Éste no es un mostrador de debates ideológicos o creencias, no soy la voz universal de la conciencia, apenas un librero. Detrás de Don Marcos se extiende el abanico de fotos de Rita, desnuda, virgen de Puerto Elizabeth, en distintos tamaños, las mayores con rango de almanaque, las más tímidas como miniaturas religiosas, ¿debo? Pero eso no pasa de mentira, insiste Rita, un fraude. Esto es un negocio, replica con disgusto don Marcos, hay que hacer el negocio donde el negocio se presenta. Que cierren las santerías, entonces, que lo metan preso a Sueyro y demás farsantes. Que clausuren la imprenta donde fabricaron lo que vos llamás mentira. Mirá, le dice don Marcos, y le refriega el sello, es la de uno de los colegas de tu viejo. Fijate. Tipografía La Libertad. ¿Por qué no le reclamás a él, este miércoles, en el café Invicta, cuando se rejunten los anarco? ¿Te corrés que no dejás lugar?

No hay manera de atajar la reacción en cadena. Justo a él, Roselli el anarquista ¿una cría beatona?. Tiene que repararle el defecto, se dice. Y mastica su suplicio.

*De la novela inconclusa "La virgen de Puerto Elizabeth".

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