CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
Hasta aquí, Borges siempre había escrito poesía o ensayos. Habíase declarado inútil para escribir ficciones. No se anima a llamarlos cuentos, se refiere a ellos en el prólogo de 1954, en la segunda edición como "el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y se distrajo en tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias".
¿Qué nos está diciendo Borges con esto? Que él no ha inventado las historias, que las ha tomado de otros, que se ha tomado la libertad también de tergiversarlas. No tiene en cuenta la teoría romántica de la originalidad. Para él la originalidad no está en el escritor, sino en el lector, que es un cisne mucho más tenebroso que el escritor, acá tiende a pergeñar una idea que lo seguirá por siempre. Que es más civil leer que escribir. Entonces él empieza a esbozar aquí una teoría de lectura más que la teoría de inventar historias, ya que la originalidad no está en escribir historias nuevas. Por eso él siempre trabajará las citas, los cruces de las traducciones con sus libres interpretaciones de todo lo que se le ponga a mano. Las tradiciones en primer lugar, las noticias de las enciclopedias, la trama de las novelas policiales que tienen esa eficacia de relojería que él iba a aplicar después a sus cuentos y a sus notables paradojas como en sus ensayos. Esa relojería que tuvo a medio mundo confundido creyendo que se trataba de un filósofo, siendo que su eficacia narrativa era camuflarse como para que nadie se diera cuenta que en el fondo su originalidad era ésa: presentar los textos escondiéndose él en una suerte de mistificación, donde todo estaba en juego, en primer lugar el escritor como un dramaturgo, tal como lo necesitaban las viejas culturas occidentales.
Borges reniega de todo eso. Usando la ironía salvaje que lo caracterizó siempre (el arte de alacranear llamaba él a estos deslices) que le hace escribir por ejemplo: "En 1517 el padre Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros, que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas. A esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos: los blues de Handy, el éxito logrado en París por el pintor doctor oriental Pedro Figari, la buena prosa cimarrona del también oriental Vicente Rossi, el tamaño mitológico de Abraham Lincoln, los quinientos mil muertos de la Guerra de la Secesión, los tres mil trescientos millones gastados en pensiones militares, la estatua del imaginario Falucho, la admisión del verbo linchar en la decimotercera edición del Diccionario de la Academia, el impetuoso film Aleluya, la fornida carga a la bayoneta llevada por Soler al frente de sus Pardos y Morenos en el Cerrito, la gracia de la señorita de Tal, el moreno que mató Martín Fierro, la deplorable rumba "el manisero", el napoleonismo arrestado y encalabozado de Tousaint Loverture, la cruz y la serpiente en Haití, la sangre de las cabras degolladas por el machete del papaloi, la habanera madre del tango, el candombe". Además: la culpable y magnífica existencia del atroz redentor Lazarus Morell.
Aunque el propio Borges al final del volumen cite las reales o presuntas fuentes de donde sacó los temas, a mí se me hace que saqueó un autor que nombra poco pero que tiene mucho que ver con Borges y que es el francés Marcel Schwob: En las vidas imaginarias, de Schwob, que son una parodia de las Vidas Paralelas de Plutarco, creo que Borges pudo encontrar inspiración, independientemente que también las haya encontrado en las citas dudosas que él mismo declara, pero lo cierto es que los títulos de estos siete textos son de por sí de una estructura oximorónica, de un deslizamiento irónico de sentido que ya invita a no creerse mucho los que él va a contar aquí. No exentos de fina ironía, los deslizamientos argumentales se pone al servicio del lector como para al mejor estilo quevediano (otro de sus maestros) uno falsamente lea la vida normal de unos perdularios dignos sólo de las crónicas más truculentas de la policía y no de la pluma de un escritor de la talla de Borges. El primer extrañamiento, la primer paradoja es que un escritor hiperculto como ya era Borges a esa altura, se haya dedicado a exhumar estas viejas historias policiales y centra a su manera, a lo Borges el desarrollo de las mismas.
Pero si uno luego se entera que primero fueron publicadas en un diario amarillo, de tirada masiva por esos años como era Crítica, uno piensa, bueno lo hizo para ese público que podía interesarse en esas historias non santas. Pero como vemos él no trepidó en editarlo como libro, si bien con el aditamento de sus más famosos cuentos, el primero de cuchilleros que él llamó Hombre de esquina rosada y en una sección que llama etcétera agrega algunos de esos juegos, tipo "silva o de varia lección" que tanto le agradaba. Recontar alguna vieja historia oriental, traducir algunos textos antiguos, breves poemas con temas que le llamaban la atención al joven Borges. Acá las historias que relatan la falsa ilusión de que la realidad y la ficción no son necesariamente simétricas, o de qué están hechas las materias de los sueños, si tienen de algún modo una secuencia paralela o promisoria de la realidad. Preguntan que Borges siempre se hizo a sí mismo.
Amén de esos breves poemas, que al citar fuentes (no sabemos si apócrifas o reales, no sabemos si traducidas por él algunas o simplemente copiadas), nos da esa vaga idea de que la literatura también es juego, y que cada cual puede usarlo como quiere no importándosele quién lo haya escrito. Aunque él, curiosamente firme todo el libro con su nombre, sin especificar si el trabajo de esos breves poemas que cierran el volumen son traducciones hechas por él o no. ¿Costumbre, vicio, originalidad, muestra de que la literatura es de quien la usa y no de quien la escribe? De todos modos, es original demostrando que no le importan los originales ni la originalidad, Borges es el menos romántico de nuestros escritores, es en eso el más trasgresor que tenemos.
Importa ahora saber si entre los numerosos homenajes que su obra y más que su obra, su figura, recibe hoy o el recuerdo de su figura, digo si importa saber qué es esta maravillosa obra. Al decir del filósofo rumano Cioran, su importancia estaba en el matiz. Yo interpreto que en esa opacidad de su obra, que era como una esponja, capaz de incorporar y mejorar la obra de cualquiera. ¿Acaso él no decía que todos los hombres, que todos los poetas, aún los menos importantes tenían derecho o podían acceder a escribir aunque más no sea un solo verso perfecto? ¿El, que fue toda la vida un provocador intelectual, un irreverente que no trepidó en someter a burlas, a rectificaciones, a opiniones irrespetuosas a cualquier canónico del arte?
Tuvo esa maravillosa intuición, única entre nosotros, de saber qué era el arte, qué era la literatura y tuvo también la maravillosa valentía de asumir el ser un argentino. En sus artículos de los años treinta ya lo advertía, decía que ser sociables era una de las imposibilidades nuestras.
En su famoso artículo sobre el arte de injuriar, dice se debería tener en cuenta que el escribano debería estar condenado a robar, el verdugo a comentar la longevidad, el sastre dedicarse al nudismo, el judío errante condenado a la parálisis y los libros a dormir a la gente.
Después de una batalla, podríamos decir por ejemplo: "El festejado catre de campaña debajo del cual el general ganó la batalla".
Importa saber si hoy podemos escribir sin él, si tiene sentido transitar las letras que trabajosamente nos dejó durante toda su vida. Laboriosamente, pero inspiradamente también. Porque él antes que nadie descreyó de la realidad, ya que si uno intenta contarla con el lenguaje se da cuenta de que es imposible, porque éste es sucesivo y aquella es simultánea.
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