CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
No es que se le antojó empezar ahora, ni el año pasado o el anterior. Como él mismo alardea y demuestra con veracidad, carga diecisiete años de experiencia en este metier, entonces, de dónde arranca tanta bambolla, protesta.
Nudismo, abordar la playa indicada, despojarse de las vestiduras, quedarse con los miembros flotando, y circular (o no), tomar sol, (o no), meterse en el agua y recibir masajes y chupones de las lenguas profundas, ésos son los antecedentes impecables, rubricados por diecisete estíos consecutivos, que Aníbal exhibe como salvoconducto, sin embargo, pese a tal prontuario inmaculado, le juega en contra el factor familiar, aunque él deseche el punto, porque, también como dice, si bien no es novedad para su esposa lo de andar vestida sólo con el pellejo, es cierto que Nilda ha abandonado la distendida práctica, graznando remilgos y pacatería, y, aunque mantenga su lealtad con la ribera isleña y conviva con los viejos colegas, lo hace enfundada en una malla negra a la que sólo le falta la faja blanca en el cuello típica de los curas; Nilda sigue yendo sólo porque en la playa nadie arma cuestión por una coexistencia entre los seres vestidos y que pagan el pecado de Adán, con la humanidad que se zangolotea en su oasis paradísiaco, desvestida, sin tiempo que corra, ni culpa que acose. Si no fuera por el factor familiar que tanto pesa...
"Ya ves que Ema entró en la edad difícil", reprocha la mujer, le advierte o qué carajos hace su mujer, rostro que se diaboliza, palabras que se oscurecen, "y además, está Lailita"; su esposa enumera las hijas, como si le reclamara el reconocimiento de una paternidad negada, sus retoños bajo la misma sombrilla, ocupando las reposeras contiguas ¿y qué?
Diecisete años de antigüedad en el ejercicio del nudismo no se derrocan porque la adolescencia haya irrumpido en sus dos agraciadas hijas, y sí, que ellas lo miren en su naturaleza, que tasen, que curioseen, ¿por qué no? con la inocencia de las criaturas, de los animales desnudos, hace ya tiempo que él se usó como lámina de anatomía en vivo para explicarles a Lailita y Ema la composición de la maquinaria masculina, sus piezas, sus funciones, sus órganos, en esta isla del Paraná donde el nudismo forma cofradía.
"No es lo mismo que en ese entonces", rebuzna ella, Nilda, y exige que él disimule de alguna forma el "ahí", "y no te les andes cruzando y rozando, Aníbal, no me parece correcto". Pero el hombre no va a renunciar a toda una carrera de profesionalismo así como así, ni lo sueñen.
Lo controlo a Aníbal desde mi loneta. Me mandan aquí por eso de las notas sobre vicios, debilidades y pecados que redacto para El Ribereño. Mi jefe estima que va a lograr un boom periodístico con fotos del tipo en cueros en promiscuidad con sus propias pibas. Verdad que don Ansaldi podría correrse cada vez que se inclina a dejar la botella de gaseosa en la bandeja del parasol, y abstenerse de que su colgante badajo se zarandee sobre Lailita (catorce años), accidentalmente según el gesto, pero de sospechosa intencionalidad. O que se pasee, orondo, en las peores circunstancias imaginables para un manual de decencia familiar.
El hombre camina adelantándose varios pasos a todos nosotros, yendo del brazo de Casanova: "Nudismo no es incesto" podría predicar.
En definitiva, todo este cuadro que involucra a Aníbal, sus hijas y su sobresaltada esposa, pertenece al orden privado. Salvo que algún meterete les saque fotos con su celular y esas imágenes se corporicen en un cartelón (colgado en la pared de la mutual cerrada por quiebra), justo enfrente de la casa de Aníbal y asociadas, y que los vecinos salgan a linchar al degenerado, entre gritería e insultos, en una de esas bravatas verbales más que de hechos, ya que la historia ciudadana no registra depravado alguno caído bajo tal justicia popular, y que a Aníbal se le ocurra aprovechar el anonimato de la madrugada para deslizarse a prenderle fuego al cartel siendo atrapado con las manos en el encendedor por la policía, la que corre según los vientos que puedan darle buena prensa a costo cero, y el nudista termine demorado por incendiario en la seccional del barrio, y la mujer que lo abandona, se muda y se lleva hijas, televisor, cama y colchón, más allá del ruego de memphis la blusera, colchón que aloja todos los ahorros del matrimonio.
Aníbal Ansaldi se niega a hablar conmigo, sin molestarse en aducir razones. Pero me tiene que aguantar en su celda la media hora que me conceden las autoridades del penal. "Para ese pasquín..." pensará. Frente a mí no ensaya una defensa. "Quiero aclararle que yo no mandé esas fotos", me disculpo, "no sería tan idiota de pinchar mi propia primicia". Ojeada despreciativa de su parte. Luego la malicia resplandece en sus pupilas: "si supieras, marmota" se burla su elocuencia muda, "si supieras lo que es eso" describe mientras sopesa cómo cuelgan del árbol los frutos prohibidos y él los rodea, evalúa, estira la mano, toma, hinca el diente y ríe constatándome retirado, lejos, detrás de la alta valla de su jardín. [email protected]
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